La estrategia de volverse 'invisibles': Así viven ecuatorianos en Nueva York por políticas migratorias de Donald Trump
En el corazón de Queens, en Nueva York, la vida de muchos migrantes ecuatorianos transcurre entre la esperanza y la incertidumbre. Las recientes políticas migratorias han intensificado los desafíos que enfrentan diariamente, poniendo a prueba su resiliencia y determinación.

Los migrantes ecuatorianos buscan espacios donde hay otros migrantes para compartir sus preocupaciones, como este food truck en Newark.
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Selene Cevallos
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Selene Cevallos
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NUEVA YORK, ESTADOS UNIDOS. Patricio despertó con la brisa helada de Arizona golpeando su rostro. La noche había sido larga y llena de sobresaltos. Caminó cinco días por el desierto, con apenas un poco de agua, guiado por la promesa de una vida mejor que se desvanecía con cada paso. En marzo del 2024, dejó Loja sin despedirse de nadie. La decisión fue rápida: vendió su moto, pidió un préstamo y partió. En Ecuador no encontraba manera de pagar las cuentas, y Estados Unidos aparecía en su mente como un espejismo de estabilidad. No esperaba que su viaje terminara tan pronto, esposado en un centro de detención y con una deuda que ascendía los 20.000 dólares.
El Servicio de Inmigración lo detuvo junto a otros seis ecuatorianos en la madrugada del 4 de febrero del 2025. Dice que el trato fue frío, pero sin violencia. Les tomaron las huellas, les quitaron los cordones de los zapatos y los condujeron a un recinto con colchonetas sucias y mantas de papel de aluminio. El frío era insoportable. "Nos decían que pronto nos dejarían ir, que todo dependía de los papeles", recuerda. No sabía que lo enviarían de vuelta a Guayaquil en un vuelo fletado junto a decenas de migrantes indocumentados, todos encadenados de pies y manos.
Mientras Patricio cruzaba el desierto, Ana ajustaba su uniforme de cocinera en un restaurante latino en la avenida Roosevelt, en Nueva York. Llegó el año pasado con una visa de turista y nunca regresó. Dice que la vida sin papeles es una constante estrategia de invisibilidad. No toma el metro después de las 22:00; evita hablar con desconocidos y, cuando alguien pregunta por su acento, responde con una sonrisa rápida y sigue trabajando. "Nunca había sentido tanto miedo como ahora", comenta.
La incertidumbre se ha convertido en una sombra persistente desde que la administración endureció los controles migratorios y multiplicó las redadas en barrios latinos. Hace tres semanas, su compañero de trabajo fue arrestado en la estación de tren. Desde entonces, ella no toma transporte público en esa parada y camina casi cuatro cuadras, hasta la siguiente estación. Tampoco sale de la cocina del restaurante. Antes, para hacer más dinero, terminaba su turno y ayudaba a recoger platos o limpiar las mesas.

El miedo también acecha a Marcelo, que lleva 15 años en New Jersey. Su hija menor es ciudadana estadounidense, pero él nunca pudo regularizar su estatus. Tiene un negocio informal de gasfitería donde emplea a otros migrantes, todos con historias similares. "Ya no sabemos qué hacer", dice. "Uno trata de no meterse en problemas, de trabajar, pero ahora ni eso te garantiza que no te lleven". Su esposa, quien preparaba morocho y lo llevaba a vender a una avenida principal de Newark, dejó de trabajar por temor a ser detenida. "Nos sentimos atrapados. No podemos irnos porque lo hemos construido todo aquí. En Ecuador no tenemos nada".
Según datos del Pew Research Center, un centro de investigación que se especializa en el estudio de tendencias sociales, demográficas, económicas y políticas tanto en Estados Unidos como a nivel global, los ecuatorianos constituyen el décimo grupo más numeroso de origen hispano en Estados Unidos. La cantidad de personas que han intentado cruzar la frontera ha aumentado drásticamente. La combinación de crisis económica y violencia en Ecuador ha empujado a miles a arriesgarse en la ruta del Darién, atravesando ríos y montes infestados de criminales. Algunos lo logran, otros quedan atrapados en el proceso, y un número creciente es deportado con las manos vacías y una deuda imposible de pagar.
Justo, de 43 años, regresó a Cuenca a mediados de febrero tras ser deportado de Estados Unidos. Había partido en 2021, impulsado por la promesa de un futuro más digno. Para llegar al norte, se endeudó con USD 21.000, que aún no sabe cómo pagará. "No puedo volver a mi barrio, me están esperando para cobrar", confiesa con la voz baja, como quien carga una culpa que no le pertenece. En el aeropuerto, su esposa lo recibió con los ojos enrojecidos. No estaba seguro si lloraba de alivio o de desesperanza. "Voy a tener que volver a intentarlo", murmura. "Aquí no hay futuro para nosotros."
Afuera de una agencia de empleos ubicada en un sector popular de la avenida Belleville, en New Jersey, Pedro camina con su currículum plastificado dentro de una carpeta transparente. Lo guarda con cuidado, como si eso le diera más valor. Tiene 34 años y solía trabajar como electricista en Macará, en el sur de Ecuador. Llegó a Estados Unidos hace ocho meses y desde entonces ha recorrido cada esquina buscando empleo. Antes, dice, era más fácil encontrar algo en construcción o limpieza. “Ahora todos te preguntan por papeles, aunque sea para barrer una vereda”, cuenta con frustración.
Hace unas semanas, un amigo lo recomendó en una obra, pero al día siguiente la policía migratoria llegó al sitio y detuvieron a dos trabajadores. “El jefe me dijo que mejor no volviera, que era muy riesgoso”, recuerda. Desde entonces, sobrevive con trabajos esporádicos. “Tengo un nudo en el estómago. No por hambre, sino por miedo a que mi celular suene y sea una llamada de regreso forzoso. Solo quiero trabajar", dice en voz baja, como si eso ya fuera pedir demasiado.

"Tengo un nudo en el estómago. No por hambre, sino por miedo a que mi celular suene y sea una llamada de regreso forzoso. Solo quiero trabajar".
Pedro, migrante ecuatoriano en New Jersey
La frontera entre Estados Unidos y México sigue siendo una línea de promesas y fracasos, de esperanzas rotas y segundas oportunidades. En cada vuelo de deportados hay un puñado de ecuatorianos con historias como la de Patricio, Ana, Marcelo, Justo y Pedro. Historias de miedo, pero también de resistencia. Porque, a pesar de todo, muchos siguen apostando por el sueño que se dibuja al norte. Aunque cada vez se sienta más lejano.
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