"Antes celebrábamos hasta el amanecer, ahora solo queda el silencio": El drama de Quilloturo, seis meses después del desastre
La tragedia de junio de 2024 cambió para siempre a Quilloturo, un caserío de Baños de Agua Santa. Las familias regresan para reconstruir sus vidas entre la nostalgia, las promesas incumplidas y el temor constante a un nuevo desastre.
Silvia Varela integra una de las seis familias que decidieron regresar a Quilloturo.
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Quilloturo, caserío de la parroquia Río Verde, en Baños de Agua Santa, intenta cerrar 2024 que marcó su historia para siempre. El 16 de junio del 2024, una avalancha sepultó la mitad del pueblo tras dos días de intensas lluvias, dejando 14 muertos y destruyendo hogares y cultivos.
Seis meses después, las familias finalizan el año con una mezcla de nostalgia y miedo. Silvia Varela sonríe pese a la desgracia. Su rostro refleja fortaleza, aunque sus palabras cargan la tristeza de quien ha perdido casi todo.
Junto a su esposo y sus dos hijos, uno de nueve meses y otra de 12 años, integra una de las seis familias que han decidido regresar a Quilloturo, comunidad marcada por la tragedia.
La avalancha del 16 de junio cubrió la mitad del pueblo. De los 14 fallecidos, 12 eran vecinos de Silvia y fueron más que amigos, su familia extendida.
Apenas un mes después del desastre, Silvia volvió. El albergue en Río Verde, donde fue acogida, dejó de ser una opción cuando la encargada la expulsó, asegura.
“Mi bebé lloraba mucho y creo que eso molestó a algunos. Tomé mis dos colchones y una cocineta dañada que gané en un sorteo de la Gobernación”.
Silvia Varela, damnificada.
Con lo poco que tenía, arregló la cocineta y limpió su casa junto a su esposo para volver a habitarla. Pero el miedo no los ha abandonado.
Un año inolvidable
“Este año no lo vamos a olvidar nunca. Perdimos a nuestros vecinos, a nuestros amigos y el pueblo ya no es el mismo”, dice Silvia, quien con una sonrisa trata de ocultar el dolor. La tragedia no solo cobró vidas, sino también el espíritu comunitario que caracterizaba a Quilloturo.
Antes del desastre, las reuniones y celebraciones eran frecuentes, especialmente en diciembre, cuando las familias se unían para planificar las fiestas de fin de año.
Julio Ramos, otro sobreviviente, recuerda cómo, días antes del deslave, organizaba actividades navideñas junto a su vecino Luis Paredes. “Luis siempre animaba a todos, nos hacía reír. Ahora él ya no está, y sin él, todo se siente vacío”, lamenta.
Este fin de año será diferente. No habrá música, reuniones animadas ni las tradicionales cenas compartidas.
“Antes nos quedábamos hasta el amanecer celebrando. Ahora solo queda el silencio. Este año lo despedimos con lágrimas, pero también con gratitud por estar vivos. Aunque todo cambió, seguimos aquí, luchando”, dice Silvia.
Un pueblo casi desierto
El caserío, que albergaba unas 30 viviendas y 200 habitantes, está casi vacío. Solo seis familias han regresado, mientras el resto permanece en albergues en Baños y Río Verde o arriendan lejos de lo que fue su hogar.
La ausencia de los vecinos fallecidos y desplazados pesa en cada rincón. El temor también es un compañero constante.
Rosita, de 11 años, confiesa que aún no puede dormir. “Cuando escucho un tráiler o un camión, pienso que la montaña se va a caer otra vez”, dice.
Silvia comparte ese sentimiento. Aunque la casa que limpió con tanto esfuerzo les da refugio, la inseguridad de vivir frente a una montaña inestable los atormenta.
“Cada lluvia es un recordatorio de lo que pasó. Solo nos queda rezar y esperar que el tiempo nos ayude a superar esto”, dice mientras acaricia a su bebé.
Promesas incumplidas
Seis meses después, las promesas gubernamentales siguen en el aire. El 27 de junio, Humberto Plaza, ministro de Desarrollo Urbano y Vivienda, anunció un plan de USD 5 millones para reubicar a 145 familias. Pero en Quilloturo, nada ha cambiado.
La única alternativa concreta es un plan municipal, que requiere que los beneficiarios compren terrenos a USD 8.000. “¿De dónde vamos a sacar ese dinero? Ni siquiera tenemos para pagar arriendo”, reclama Silvia.
Julio Ramos, quien aún duerme en un albergue en Río Verde, pasa sus días trabajando en lo que quedó de sus cultivos. Con un bono de contingencia de USD 300, logró recuperar parte de su sustento.
“De algo tenemos que vivir. No podemos esperar que siempre nos den todo”, dice con resignación.
Sin embargo, no todos los afectados recibieron esta ayuda. Silvia denuncia irregularidades: “La mayoría de los que estaban en la lista no era de Quilloturo, sino de El Placer, donde no hubo daños graves. Los verdaderos damnificados quedamos fuera”.
Mientras esperan que las promesas de ayuda se cumplan, los habitantes de Quilloturo enfrentan su nueva realidad. Entre miedo, nostalgia y esperanza, intentan recuperar el espíritu de una comunidad que la montaña quiso borrar, pero que se niega a desaparecer.
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