Campesinos de Quinticusig, en Cotopaxi, de luto por el páramo, arrasado por un incendio forestal
En la comunidad de Quinticusig, el mortiño que crecía en el páramo, y era cosechado por mujeres, ha quedado convertido en cenizas por un incendio forestal que empezó hace 25 días.
Las plantas de mortiño que crecen de manera silvestre y estaban en plena cosecha en la zona de Quinticusig, en Cotopaxi, quedaron en cenizas por un incendio forestal en septiembre de 2024.
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En Quinticusig, una pequeña comunidad en el cantón Sigchos, en la provincia andina de Cotopaxi, el páramo era mucho más que un paisaje: Era vida, sustento y tradición.
Hoy, sus cerca de 500 habitantes lloran la pérdida de este territorio, devastado por un incendio forestal que ha arrasado con más de 1.400 hectáreas de terreno en el cantón.
De estas, 600 producían mortiño, una baya silvestre que alimentaba no solo a las familias, sino también a dos fábricas comunitarias locales de vino, fundamentales para la economía de la región.
El páramo, un “familiar” perdido
Las mujeres de Quinticusig, quienes eran las encargadas de la cosecha, expresan su tristeza con lágrimas, como si hubieran perdido a un ser querido. Y no es para menos.
"El páramo nos daba agua, animales y el mortiño, nuestra fuente principal de ingresos", dice Marcia Angamarca, quien contó que junto a otras mujeres -cerca de 100- y niños eran parte del ciclo de cosecha. "Ahora está todo destruido y el fuego sigue avanzando", expresa.
Desde hace 15 años, esta comunidad se había convertido en un ejemplo de economía popular y solidaria. Con la producción del mortiño crearon dos fábricas comunitarias, Perla Andina y Último Inca, para tener un lugar fijo donde vender a un buen precio esta fruta y evitar intermediarios.
Una de estas fábricas, Perla Negra, donde se elaboraban cerca de 3.000 botellas de vino al año y también mermelada y otros productos que se venden en las tiendas de Ecuador, se había propuesto ingresar a los supermercados.
Con esta fruta, las familias lograban sostenerse, vendiendo cada caja de 25 libras en USD 20, cuando el precio estaba alto, y hasta en USD 15.
Mientras duraba la cosecha, la recolección diaria se hacía de manera ordenada -por familia- y la producción se vendía en las fábricas. Marcia recordó que en un día podía recolectar unas tres cajas.
Las mujeres de Quinticusig se dedicaban a recolectar el mortiño, una actividad que no solo sostenía a las familias, sino que también les permitió educar a sus hijos y mejorar su calidad de vida.
"Nosotras, las mujeres y nuestros hijos, recogíamos la fruta que alimentaba a toda la comunidad y nuestros maridos siempre han salido a otro trabajo", recuerda María Manuela, de 73 años, quien ha vivido más de cinco décadas en Quinticusig.
Manuela recordó que siempre han contado con el mortiño. Con su mamá se iban al páramo, recolectaban y vendían en las ferias donde los intermediarios pagaban precios irrisorios.
Pero cuando se crearon las fábricas, la economía empezó a mejorar porque el precio que pagaban ya era justo.
En la actualidad, sin embargo, todo parece haberse desvanecido. El incendio no ha dado tregua desde hace 25 días y el daño es incalculable. "Pedimos al gobierno que envíe aviones para apagar el fuego. Ya no podemos más", clama María.
La vida en la montaña
El mortiño crecía de manera natural en el páramo y ofrecía dos cosechas al año, en marzo y septiembre. En cada hectárea se producía aproximadamente una tonelada de esta baya, mencionó Cristian Cuchipe, hijo de una de las socias de las fábricas comunitarias.
Las mujeres de la comunidad dedicaban sus tareas entre el hogar y la recolección de bayas. Pero más allá de lo económico, el páramo representaba el hogar de numerosas especies de fauna, incluyendo el emblemático cóndor andino, que hoy se teme haya huido debido al fuego.
"Ver nuestro páramo destruido duele, como si hubiéramos perdido a un familiar", lamenta Marcia Angamarca, quien, con 47 años, ha vivido toda su vida conectada a este territorio.
"Aquí crecimos, cosechamos y educamos a nuestros hijos. Ahora, no sabemos si el mortiño volverá a nacer o si las especies retornarán".
Marcia Angamarca.
Esperanza por la reforestación
Ante la magnitud del desastre, la comunidad de Quinticusig no pierde la esperanza. Piden ayuda para reforestar su páramo y recuperar las plantas nativas, confiando en que las raíces del mortiño no hayan sido completamente destruidas por el fuego.
"Ojalá que la lluvia llegue y con ello el renacer de nuestras plantas", dice Diocelina Angamarca, quien, al igual que el resto de la comunidad, enfrenta con dolor e incertidumbre el futuro.
Diocelina, quien es secretaria de la comunidad, recordó que hace varios años estudiantes universitarios acudieron a hacer un inventario de todas las especies y solo de aves se calculaba unas 67, entre ellas el cóndor que al parecer tenía nido. “Tenemos un libro de toda la belleza de nuestro páramo”, mencionó.
Cuchipe recalcó que ahora, con los incendios forestales en gran parte de los páramos de Sigchos y Cotopaxi, temen que haya desabastecimiento del fruto estrella de su vino y, por ende, el precio suba. Mientras las mujeres y toda la comunidad están de luto, porque el páramo agoniza.
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