Así se puso en marcha la estrategia de culpar a las víctimas en el caso del asesinato de los cuatro niños de Guayaquil
El caso de los cuatro niños de Las Malvinas reafirma un sesgo social que trivializa los crímenes, revictimiza a los afectados y favorece a la impunidad. ¿En que consiste el concepto de culpar a la víctima, conocida como 'victim blaming'?
Luis Arroyo (centro), padre de Ismael y Josué, dos de los cuatro niños asesinados tras un operativo militar, a su llegada con resguardo policial al Complejo Judicial Sur Valdivia, al sur de Guayaquil, el 16 de enero de 2025, en una diligencia de toma de testimonios anticipados.
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La desaparición y asesinato de Josué, Ismael, Steven y Saúl, los cuatro niños originarios de Las Malvinas, en el sur de Guayaquil, conmocionó a todo el país. Sin embargo, emergió un fenómeno inquietante: muy pronto las víctimas y sus familias empezaron a ser responsabilizadas por la tragedia.
Desde redes sociales hasta conversaciones cotidianas e incluso opiniones en medios de comunicación, se difundieron ideas que sugerían que los padres descuidaron a los menores o que los niños, llamados “angelitos” de forma irónica, “se buscaron” su destino fatal.
Este patrón de culpabilizar a la víctima es más común de lo que parece (las propios afectados pueden sentirse culpables de su desgracia) y revela perversas distorsiones psicológicas y sociales, según estudios de lo que se conoce en inglés como ‘víctim blaming’.
“La culpa es de los niños y sus padres”
Uno de los 16 militares involucrados en el caso de desaparición de los menores, de entre 11 y 15 años, declaró en un medio digital que él tenía dos hijos de edad similar a los que nunca les permitiría circular por la calle a las 20:30, la hora de la detención. Es decir, culpó a las víctimas por circular solas de noche.
El propio ministro de Defensa, Gian Carlo Loffredo, cuestionó en una entrevista radial que el padre no haya centrado su atención en el testigo que lo llamó por teléfono desde la parroquia rural de Taura (Naranjal, Guayas) alertando del peligro que corrían los niños.
Mientras que un entrevistador del ministro le daba la razón afirmando que, de ser su caso, él hubiese acudido inmediatamente en busca de sus hijos, en vez de enviar a la policía, como lo hizo el padre de dos de los menores. Es decir, culpaban del crimen a los padres por no acudir en persona a Taura.
Ninguno tomaba en cuenta las llamadas extorsivas que recibió la familia en esos minutos. Tampoco que al padre le daban entre 45 minutos y, a lo sumo, una hora para acudir al rescate de los niños “antes de que se los lleve la mafia”, según los testimonios del caso.
Pero trasladarse a Taura desde Las Malvinas para cubrir casi 45 kilómetros, en el supuesto de que las familias de bajos recursos tuvieran un vehículo disponible de forma inmediata, toma una hora y 10 minutos de media, de acuerdo con la aplicación Google Maps.
Mientras en redes sociales se divulgaron fotografías de niños afroecuatorianos con armas de fuego, con botellas de cerveza o con tatuajes, justificando así la aprehensión en un supuesto robo reportado por las patrullas militares. Ninguna de las fotos correspondía en realidad a Josué, Ismael, Steven y Saúl.
Una distorsión cultural arraigada
El psicólogo clínico Jorge Luis ‘Gino’ Escobar, presidente de la Asociación Ecuatoriana de Psicólogos, explica que el concepto de “víctim blaming” surge en los países anglosajones donde el sistema judicial pregona que nadie es culpable hasta demostrar lo contrario.
Entonces, en la búsqueda de establecer culpabilidades, se comenzó también a invertir la responsabilidad a las víctimas, apunta. Pero Escobar advierte que en América Latina esta noción es incluso más profunda debido a cuestiones culturales como la normalización de la violencia.
“Todavía justificamos el maltrato infantil con frases como ‘la letra con sangre entra’, por ejemplo. Es el mismo razonamiento detrás de culpar a alguien por un incidente violento o una agresión sexual: ‘Se lo buscó por andar en la calle, de tal o cual forma’”, comenta.
En cualquier delito, la culpa recae legalmente en el victimario o criminal. Pero debido a este mecanismo psicológico y social se revierten al afectado la carga de responsabilidad, observa.
Escobar define el fenómeno como una distorsión y un sesgo cognitivo. También puede entenderse como un mecanismo de defensa psicológica.
¿Cómo funciona? Tanto la propia víctima como el resto de la sociedad buscan explicaciones para eventos traumáticos y a menudo la gente se basa en la creencia de que cada persona recibe lo que merece.
En esta lógica, traducida incluso en frases populares como “dar papaya” o ser víctima de un “delito de oportunidad”, refuerza la percepción de que evitar el crimen depende exclusivamente de las decisiones personales cuando no es así, dice el psicólogo.
Al atribuir responsabilidad a la víctima, total o parcialmente, se genera una falsa sensación de seguridad, porque si creemos que la víctima hizo algo “incorrecto”, sentimos que podemos evitar sufrir una situación similar si actuamos “correctamente”.
Este marco de pensamiento brinda una ilusión de control de forma inconsciente y puede llevar a culparse a uno mismo después, tras haber sido víctima de un suceso infausto, agravando el proceso de duelo, por ejemplo, o dificultando la recuperación emocional.
La sociedad se vuelve más permisiva al abuso
Los estudios sobre este fenómeno en Latinoamérica y, específicamente en Ecuador, han sido escasos, pero en general existen indicios de que está respuesta social se exacerba en contextos racistas y sexistas.
Un estudio de psicología social de 2020 sobre Casos de Violencia de Pareja contra la Mujer en Ecuador de 2020, de la Universidad de Valencia (España), con más de 1.600 participantes, apunta a que personas con mayor nivel de estudios presentan menores niveles de actitud culpabilizadora hacia las víctimas.
Estas actitudes o tendencias de pensamiento que son personales influyen también en las respuestas públicas a casos que pueden girar en torno a violencias o a cualquier tipo de maltrato abusivo, advierte el estudio. Es decir, estas actitudes vuelven a la sociedad más permisiva ante el abuso.
“Cuando la responsabilidad de la violencia recae sobre las víctimas, es más alta la probabilidad de que los hechos sean trivializados y evaluados como merecidos, lo que puede llevar a que se denuncien menos los incidentes o, incluso, a absolver a los perpetradores ”, señala el documento.
La reversión de este tipo de procesos a nivel social es sumamente compleja, según Escobar, en una sociedad con poca educación emocional y en donde incluso el sistema judicial tiende a la victimización secundaria (o a la revictimización), apunta.
“Pero lo más importante es evitar la impunidad, que la sociedad como sistema verifique, repare el daño y se sancione a los responsables en la medida justa”, apunta.
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