Efecto Mariposa
Cuando la escuela se vuelve un lugar feliz
Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.
Actualizada:
Mi vida escolar se divide en dos momentos. El primero pertenece a cuatro años en una escuela de monjas, en la que los prejuicios, la intolerancia, los rezos interminables y los castigos eran la tónica. Parecía que ahí nunca salía el sol y todo era frío y gris.
El segundo momento corresponde a los dos últimos años de mi vida escolar que transcurrieron en una escuela fiscal. Recuerdo con alegría las enseñanzas de la “señorita” Yolanda, a las compañeras, los juegos, las canciones, el sabor de las melcochas y el olor de las papas con canguil y ají de los recreos. Ahí el sol siempre brillaba. En esa escuela fui inmensamente feliz.
Evocar estos recuerdos de mi niñez pueden parecer un simple viaje motivado por la nostalgia, pero más allá de eso, estoy desempolvando las memorias de un lugar en el que pasé gran parte del tiempo: la escuela.
Las escuelas no solo son el sitio físico donde los niños reciben educación y aprenden, aunque el foco principal son las calificaciones y los logros académicos. En realidad, las escuelas son el corazón de la educación y son los espacios donde se forman personas mental y físicamente saludables y buenos ciudadanos.
En las escuelas, los niños no solo aprenden a leer, escribir y las operaciones básicas, sino también crecen; hacen amigos; crean memorias; desarrollan su personalidad, carácter, valores y creencias que perduran a lo largo de la vida.
Así, la escuela juega un rol importante en el desarrollo integral de los niños, y también es el lugar donde ellos deberían ser felices. Si bien la felicidad no tiene una definición única, se considera que quien tiene una buena vida, florece y está satisfecho con su vida es feliz.
Actualmente, las escuelas se centran cada vez más en enseñar conocimientos y habilidades basados en materias para aumentar el rendimiento académico de los estudiantes.
En ese contexto, la vida escolar suele estar separada de la felicidad. Sin embargo, existe una sinergia entre la felicidad y el aprendizaje, y procurar el bienestar de los estudiantes es tan importante como que adquieran conocimientos.
Algunas investigaciones confirman que los estudiantes felices aprenden más, recuerdan más lo aprendido y logran más en su vida futura. El último punto se refiere a que los niños que tienen infancias plenas y felices se convierten en adultos más productivos, con mejor salud física y mental, con mayor participación cívica y tienen una menor probabilidad de desarrollar conductas de riesgo o delictivas.
A pesar de que las ventajas de que los niños asistan a escuelas felices son claras, la gran pregunta es cómo lograr que una escuela sea feliz. La respuesta es compleja y depende de cada cultura.
Entre algunas propuestas, la UNESCO ofrece un modelo Escuelas Felices que comprende las siguientes tres categorías que ayudarían a conseguir sistemas educativos felices: personas, procesos y lugares. A continuación, explico brevemente cada uno de estos puntos.
Personas: las autoridades, el personal administrativo, los maestros, los estudiantes y sus padres conforman la comunidad escolar, y la responsabilidad de crear ambientes saludables y felices es colectiva, pero cada uno de ellos deben ser felices para que esto sea posible en conjunto.
Procesos: se refieren a los contenidos, los enfoques y los métodos de enseñanza y aprendizaje. Los procesos implican que se debe cuidar que los maestros y los estudiantes no tengan cargas de trabajo excesivas, que sean autónomos, que puedan participar en el proceso de enseñanza y aprendizaje y que puedan trabajar en equipo. Asimismo, se deben sentir valorados y apreciados en un entorno seguro y de confianza que les provea bienestar mental.
Lugar: las escuelas deben ofrecer ambientes de aprendizaje cálidos y amigables, sin dejar de lado la disciplina positiva. El espacio físico debe ser seguro y estar libre de cualquier tipo de violencia escolar. Además, deben existir espacios verdes, abiertos y con luz natural. Se debe cuidar la nutrición y la salud de los niños y los maestros.
En resumen, una escuela donde los estudiantes, profesores, autoridades y todo el personal se sienten felices, satisfechos, auténticos, seguros y entusiasmados por ir puede definirse como una escuela feliz.
En el contexto ecuatoriano, las escuelas enfrentan desafíos significativos que afectan tanto el rendimiento académico como el bienestar emocional de los estudiantes.
La brecha entre la educación pública y privada, la falta de recursos, y las condiciones físicas y emocionales en las que se desenvuelven muchos niños, dificultan la creación de ambientes escolares que promuevan la felicidad y el desarrollo integral.
Medidas como controlar la compra y el uso de uniformes, la prohibición de exigir cortes de cabello o de negar matrículas, entre otras acciones, son aspectos que pueden incidir de manera positiva en el bienestar de los estudiantes.
No obstante, los problemas graves, como la violencia sexual en el ámbito educativo, la falta de profesores, infraestructura escolar en mal estado, profesores desmotivados y sobrecargados de trabajo, niños mal alimentados, el déficit cognitivo de los estudiantes y el entorno general de inseguridad y violencia, son los grandes desafíos que se deberían trabajar de manera articulada entre el Ministerio de Educación y otras carteras de Estado para garantizar que los niños tengan una educación integral.
Valorar la importancia de las escuelas no solo como centros de enseñanza, sino como espacios donde se cultiva la felicidad y el bienestar de los estudiantes, es fundamental para que los niños que iniciarán el nuevo año lectivo encuentren en las escuelas refugios de alegría, donde puedan florecer, aprender y, sobre todo, ser felices.