De la Vida Real
La planificación siempre va en mi contra
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Trato de organizar mis días lo mejor que puedo. Me he dado cuenta que, al vivir en un caos constante, me he vuelto una experta en la improvisación. Porque, por más que anote cada paso que debo dar y cada obligación, las cosas se mueven según el ritmo del día. Entonces, lo que anoté ya no sirve, y mis intentos por ser perfecta se desvanecen poco a poco.
Me doy cuenta de que existe un encanto oculto dentro de este caos, una especie de danza entre lo que espero y lo que realmente pasa, y es aquí donde creo que aprendo alguna lección que la vida me quiere enseñar.
Hace 15 días sabía que el jueves 10 de octubre mi papá sería operado de una hernia inguinal. Me organicé con tiempo para pasar ese día con mi mamá en el hospital. Tenía una reunión por Zoom a las 11 de la mañana que no me atreví a cambiar. Alisté la computadora para llevarla al hospital y poder trabajar desde ahí mientras mi papá estaba en cirugía.
Sabía que sería un día para compartir con mi mamá. Teníamos planeado desayunar juntas y luego ver un documental que nos descargamos en su iPad. Era también una oportunidad para pasar un tiempo de madre e hija.
Mi mamá llevaría hilo para tejer crochet o tal vez borde. Desde que yo era chiquita, le he visto tejer, bordar y pintar con una paciencia infinita, una virtud que, a pesar de mis mejores esfuerzos, no la heredé. A veces me pregunto si estos talentos son una manifestación de su habilidad para mantener todo en orden, tranquilo y sin estrés, mientras yo, por más que intento, solo veo cómo mis planes se desmoronan solos, y el estrés se apodera de mí.
Planeamos tanto ese día para no aburrirnos mientras mi papá era operado. También organicé con anticipación que el bús de la escuela de mis hijos les dejara en la casa de mi tía. Ella se encargaría de darles de almorzar y cuidarlos hasta la noche.
Llegó el jueves 10 de octubre. Nos despertamos temprano para que las guaguas se fueran a la escuela, pero mi hija, Amalia, tenía fiebre, le dolía el estómago y estaba muy pálida.
Eran las 6 de la mañana y la fiebre de Amalia no bajaba. Entré en desesperación. Y ahí es cuando la vida te recuerda que ser mamá pesa más que ser hija. No sabía qué me angustiaba más: si dejar a mi mamá sola, la operación de mi papá sin poder estar presente o que mi hija estuviera enferma y necesitara de mí.
Le llamé a mi mamá para decirle que iría más tarde al hospital. Me dijo que me esperaba para desayunar juntas.
Le pedí a mi esposo que se quedara la mañana con la Amalia, que trabaje desde la casa para poderme ir al hospital un ratito. Y en el camino me llamó cinco veces: “Chi, la Amalia está fatal, no sé qué hacer. ¿Le pongo pañitos? ¿Le doy más ibuprofeno? No te demores porfa. Ven lo más rápido que puedas.”
Es un rol dual que, a veces, no sé cómo manejar. Quiero ser buena hija y siempre estar disponible para mis papás. Pero luego, ser mamá pesa más, y todo lo que quiero es cuidar a mi hija como me cuidaban mis papás, y me siguen cuidando cuando me enfermo.
Ese conflicto interno es difícil de resolver, y siempre siento que fallo a una de las partes, me entra un terrible cargo de conciencia.
Estoy segura de que, si no hubiera planeado nada, habría manejado mejor la situación. Si solo hubiera improvisado, todo habría salido perfecto.
Mientras reflexionaba sobre esto, por la tarde decidí ir a visitar a mi papá con clama, sin planear nada en específico. Solo quería verlo y ver cómo había salido de la operación. Mis hijos estaban en la casa con mi esposo, la Amalia se sentía mejor, y todo estaba bajo control. Antes de subirme al auto, me di cuenta de que una llanta estaba baja.
En ese momento no entendí si era el destino o mi suerte, pero me puse a llorar. Le llamé, por milésima vez, a mi mamá y nos reímos juntas de nuestros planes frustrados. Lo importante es que mi papá salió bien, mi hija se curó, y yo me quedé sin entender cuál era la lección que la vida me quiso dar.