De la Vida Real
No es WhatsApp, no es Twitter… ¿qué es?
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Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
Actualizada:
Hace años, entré a la biblioteca de mis papás y vi el monitor de la computadora dado la vuelta y al teclado le faltaban varias teclas.
Mi mamá, que estaba en el jardín, me explicó que la pantalla de la computadora "se había dado la vuelta solita" y, para solucionar el problema, ellos simplemente le dieron la vuelta al monitor. Me dijo que mi papá había salido a comprar otro teclado.
—Mami, ¿no es el quinto teclado que compran?
—Son cosas de tu papá —me respondió, mientras miraba sus orquídeas, tan calmada como es.
Mi papá escribe solo con los dos dedos índices, a la velocidad de un halcón y con la fluidez de un león hambriento. Bravísimo, me reclama:
—¡Qué estupidez! Los teclados cada vez vienen de peor calidad. Es el quinto que compro en menos de dos meses. Además, hace que la pantalla se dé la vuelta solita.
Con calma y paciencia, le expliqué que las teclas se deben tocar como un piano: despacito y pulsando bien cada letra.
— No me digas cómo debo escribir —me respondió con toda la autoridad del mundo.
Creo que mi consejo le sirvió, porque muy rara vez ahora compra un teclado y la pantalla ya no se le da la vuelta.
Otro problema con mi papá y la tecnología es el lenguaje. No distingue fonéticamente entre Twitter, WhatsApp, Drive o mail. Para él, todo es lo mismo.
Baja a mi casa, aturdido como siempre, y me dice:
—Tinita, ayúdame. Tengo que mandar la ubicación por Twitter.
Agarro su celular, entro al WhatsApp, y él me grita:
—¡No, Tinita mía, ¡tengo que mandar por correo!
Por suerte, mi papá no tiene Instagram ni Facebook, porque, si no, ya estaría internada en un manicomio.
—A ver, pa, ¿quién te pide la ubicación? —le digo, tratando de no reírme.
—El Javier, que le invitamos a almorzar y no sabe cómo llegar.
—Papi, la ubicación se manda por WhatsApp. Te he explicado miles de veces cómo se manda.
Me arranca el celular, aunque no tiene ni idea de qué hacer. Tiene ese defecto: me pide ayuda, pero jamás me deja ejecutar las cosas. Lo mismo pasa con la computadora.
El otro día no podía imprimir algo que necesitaba. Me llama, subo y ni me deja sentar en su silla.
—¡Espérate, Tinita! —me dice, mientras desconfigura todo.
Me enervo y le pregunto para qué me llama si no me deja hacer nada. Su respuesta es siempre la misma:
—Te llamo para que me ayudes, pues.
Después de unos minutos tensos, cuando ya ha dañado todo el sistema, por fin me deja intervenir.
A veces viene a mi casa con un papelito en la mano y me da tanta ternura que me mata. Ya sé lo que me va a pedir.
—Tinita, ayúdame. Tengo que llamar de urgencia a este número. Tu hermano me instaló una aplicación complicadísima para identificar llamadas y me dañó el teléfono. Ya no sirve. Cuando quiero contestar sale "Estafa". Me arruinó el teléfono. Ustedes siempre me dañan todo.
Con mucha paciencia, le agrego el contacto nuevo.
—Ahora mándale un tuit al señor del seguro y ponle quien soy. Me ordena.
Por suerte, ya logro descifrar lo que realmente quiere: mandar un WhatsApp con un mensaje que diga "Soy Francisco Febres Cordero".
Ahora, hasta mis hijos me ayudan a ayudar. Me llama y me dice:
—Tinita, mándale a uno de tus hijos que nos ayude porque la aplicación esa de ver series se ha ido de la televisión. Ya no asoma.
Mis hijos me explican que los abuelos querían ver una serie en Max, pero no tenían esa aplicación, pero que ellos ya la instalaron.
Es tan caótico mi papá con la tecnología que le hice en un Drive de Google una carpeta llamada "libros". Nunca imaginé en el lío que me iba a meter.
Me llama bravísimo:
— ¿Dónde dejaste la carpeta del libro?
—Pa, te anoté los pasos en un papel. Solo síguelos. Ya es el cuarto libro que hacemos así.
Luego de unos días, baja y me dice:
—Lo que has hecho en el Drive es una maravilla y facilito de usar.
Pero, claro, la paz nunca dura. A la semana me reclamó:
—En el Drive no está el correo que tengo que recibir. No aparece ese correo.
Ya ni le corrijo. Solo respiro y abro su mail.
Para rematar, antes de irse a la playa por Carnaval, me llama:
—Tinita, vente, quiero hacerte una consulta.
Subo y me dice, con cara de duda existencial:
—¿Crees que en mi iPad podré llevarme el Drive para revisar mi libro?
Y ahí es cuando me doy cuenta de que este es un viaje sin retorno.