De la Vida Real
Comenzando el año en el punto cero del mundo
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Comenzar el año con frío, en Cayambe, y yendo al Reloj Solar Quitsato fue una de las mejores experiencias que hemos tenido. No habíamos vuelto hace muchos años. Fue hermoso ver cómo ha crecido y se ha consolidado este lugar.
La verdad, nos quedamos sorprendidos, no solo por la belleza de la construcción en bambú del museo, sino también por los recursos que tienen para explicar la rotación de la Tierra.
Ahora, 17 años más tarde, hay dos salas muy grandes que conforman el museo, con gigantografías en el techo y el suelo. Todo está perfectamente explicado. Sentí que entraba a otra dimensión, en la que poco a poco fui entendiendo con más claridad y madurez lo que este lugar representa.
El reloj solar es una atracción turística y científica que está ubicada en la línea ecuatorial. Me acuerdo que lo inauguraron el 21 de marzo de 2006, justo en el equinoccio de primavera, cuando el día y la noche tienen la misma duración. En ese entonces solo existía el cilindro tomate gigante y unos parqueaderos desolados.
Desde ese entonces, Cristóbal Cobo, el creador y fundador de este lugar, tenía muy clara la idea de lo que sería el lugar: “El reloj busca destacar la importancia de la latitud 0°0'0", un punto único donde la inclinación de la Tierra elimina las sombras al mediodía. Representa una fusión entre la astronomía ancestral y la moderna. Esta teoría científica incluye referencias de la cosmovisión de los pueblos indígenas, que utilizaban las posiciones del sol y las estrellas para guiar sus actividades agrícolas y espirituales”, nos explicó.
Cristóbal nos reveló que el Reloj Solar Quitsato, en Cayambe, es un símbolo de unión, no solo un reloj. Según estudios científicos y antiguas tradiciones, su ubicación en la línea ecuatorial demuestra cómo la Tierra gira de este a oeste: “Imaginemos que la rotación de la Tierra es como la llanta de una bicicleta que gira hacia adelante, de oeste a este. Por eso vemos que el sol sale por el este y se acuesta por el oeste, pero no es el sol el que se mueve, es la Tierra que está rotando. De atrás hacia adelante”.
Este movimiento se refleja en la sombra del gnomon —el cilindro central, ubicado en medio de un bellísimo patio de piedras—, en donde se proyecta la sombra que se mueve sobre el reloj a lo largo del día. Esto no pudimos ver porque el día estaba muy nublado.
Sí, reconozco que toda esta explicación suena un poco complicada, pero al estar ahí, en el museo, todo tiene lógica. Te rompe la cabeza pensar de forma diferente. Lo establecido siempre es cuestionable, y comenzar el 2025 con esta forma de pensar me parece el mejor regalo que podría recibir.
Luego de esperar un rato a que escampe, Gabriela Bonifaz, esposa de Cristóbal Cobo, nos invitó a conocer el jardín de agave que tienen en el Reloj Solar. “Hemos ido sembrando poco a poco cada planta. El agave ha sido utilizado históricamente por los pueblos indígenas en la producción de alimentos, fibras, bebidas fermentadas (como el pulque) y rituales ceremoniales”, nos explicó. “Representa una planta multifuncional, relacionada con la sostenibilidad y las prácticas ancestrales”.
Gabriela nos contó que ahora este jardín tiene más de 120 especies de plantas, entre las que se encuentran el San Pedro, los nopales, los agaves y el penco del tequila, entre otros. “Algunas plantas son nativas, y otras nos las han regalado de diferentes partes del mundo. Así es como, año a año, este jardín ha ido creciendo”.
“El jardín busca reforzar el vínculo entre la naturaleza, la ciencia y la cosmovisión indígena que inspira el diseño del Reloj Solar de Cayambe”, me explicó Cristóbal.
Estábamos inmersos en esta explicación botánica, científica y complicadísima, cuando, a lo lejos, veo a una pareja de recién casados: el hombre con terno negro y la novia con su vestido blanco.
Me fui caminando a curiosear qué hacía esta pareja de novios. Vi que había muchos turistas chinos —que luego Cristóbal me dijo que eran japoneses— y uno que otro turista nacional.
Nuestro primer guía hacía de fotógrafo de esta pareja. Les hacía posar y despejaba a los turistas del cuadro de la foto. Toda la sesión fue tomada con un celular de pantalla rota. Él gritaba: “¡Que vivan los novios!”.
Al salir, le pregunté: “¿Son sus amigos?”.
“No, seño, ellos vinieron a tomarse fotos por su matrimonio. Es que aquí, en el Reloj Solar, nos pasa de todo. Un ratito soy guía y luego toca ser fotógrafo profesional, con la cámara que me den. Lo importante es que quede registrado que visitaron la verdadera mitad del mundo”.