De la Vida Real
Quito, entre el Patrimonio y el olvido
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Septiembre siempre fue un mes especial, un mes para festejar porque Quito fue declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad, el 8 de septiembre de 1978. De esto han pasado ya 45 años, y mi abuelo fue el promotor de esta gran iniciativa. Siempre contaba que Quito y Cracovia fueron las primeras ciudades en el mundo en tener esa distinción, junto con el archipiélago de Galápagos.
Mi abuelo recordaba una y otra vez esta historia y, aunque yo le oía con gran atención, creo que nunca logré entender del todo el intrincado proceso que terminó en la gloriosa declaratoria y por eso cada vez que llega septiembre me acuerdo de él. Compartimos la noticia en Facebook y la familia manda una foto en el chat registrando que, gracias a mi abuelo, Quito fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad. Y es que las cosas importantes siempre se deben festejar.
Me gustaría contarle a mi abuelo cómo está Quito, esa ciudad maravillosa que ahora se confunde entre el abandono, la basura y el esmog. Quisiera contarle que hemos visitado muchos museos y que a su bisnieto le encanta ir al centro para tomar fotos. Y, de paso, chismearle que es desesperante que no haya basureros en las calles, pero que ahora tenemos metro y que es hermoso. Él siempre decía que Quito no es una ciudad para un metro porque está llena de quebradas.
También le contaría que el fin de la semana pasada fuimos al museo de cera y a la Iglesia de San Agustín, en la que él trabajó tanto para su restauración después del terremoto.
Mi abuelo sembró en nosotros ese amor por la ciudad. Nos puso una semilla muy chiquitita a cada miembro de la familia. En mí plantó una de arupos, en mi ñaño una de jacarandá, en mi primo una de pomarrosa, y así, en cada uno, fue plantando algo que ahora ha hecho que florezcamos como personas con conciencia por la naturaleza, que tengamos empatía con el otro y, sobre todo, que cuidemos los recursos naturales: “En la vida, chiquita, hay que saber sembrar árboles, hacer injertos y regar las plantas”, me decía.
Septiembre se terminó y el olvido de que Quito es patrimonio de la humanidad dormirá por 12 meses. Pero este mes no acabó con éxito ni conmemoraciones. Terminó con las enormes lenguas de fuego que la cercaron e hirieron. Terminó con una sequía arrasadora, con un verano que no da tregua. Septiembre será recordado como el mes en el que se vivieron más incendios de la historia. Y eso, eso no se festeja.
Estoy segura de que las autoridades darán cifras, se pondrán sus mejores trajes y recordarán cada año la muerte de miles de árboles, animales y personas a las que el fuego les arrebató sus casas, sus negocios y, en algunos casos, hasta la vida. Prometerán, como siempre, que el nuevo año será mejor, que están trabajando en ello y que no dejarán nunca más que “la bárbara suerte” permita nuevos incendios. Nos prometerán cosas que ni ellos se las creen. Pero el discurso quedará grabado y, al final, se oirán aplausos.
Las autoridades, una vez más, se lucirán olvidando a los verdaderos héroes: los bomberos, los vecinos, los capitalinos que salieron con baldes, ramas y mangueras a apagar las llamas. En las tragedias, los únicos que se lucen son las autoridades que buscan culpables, pero jamás dan soluciones ni prevenciones.
Y nosotros compartiremos en las redes sociales esta tragedia que nos llenó de miedo, fuego, humo y cenizas.
Quito es una ciudad maravillosa, pero la tienen descuidada y desprotegida. Las autoridades máximas han permitido que a Quito se la destroce con protestas políticas. Han dejado que las pandillas se apoderen de las paredes con unos graffitis espantosos. Han permitido que la delincuencia se lleve nuestra esperanza.
¿Dónde queda la empatía por el otro? ¿Dónde está el Quito que nuestros papás y abuelos nos contaban?
Los quiteños tenemos nuestro dialecto, nuestras costumbres, nuestras tradiciones. Y sé que no podemos vivir del pasado, pero creo que debemos resaltar esos valores de vecindad que ahora, con los incendios, se hicieron presentes.
Quito es una ciudad histórica, que ha soportado conquistas, batallas y revoluciones. Es una ciudad rebelde y altiva, pero que ahora agoniza. Y para eso no hay más remedio que unirnos para, entre todos, luchar a brazo partido para rescatarla, tal como vimos que hicieron los vecinos que expusieron sus vidas en medio del fuego y el humo.
El legado de mi abuelo es mucho más que una declaración simbólica: es un recordatorio de que Quito es Patrimonio, y al patrimonio se lo debe cuidar y, sobre todo, respetar.