De la Vida Real
El burro perdido
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Para el cafecito llevé tostadas y queso. También un té de frutas tropicales que a mi abuela le encanta.
Su rutina es bastante simple: a las cinco de la tarde se sienta en la mesa del comedor y espera con paciencia hasta que le sirvamos su taza grande de té de hierbas, que acompaña con pan tostado. Como el horno de su casa es complicadísimo de usar, cuando la visito prefiero llevar las tostadas compradas en una panadería. Las pocas veces que he usado su horno, el pan sale quemado. Por suerte, a ella no le importa y me agradece.
Sobre la mesa había un dibujo que hizo la semana pasada.
—¿Y este dibujo, Pepé? —pregunté.
—Déjalo ahí —me dijo— Te voy a regalar cuando lo firme y lo enmarque. Así tus hijos sabrán quién pintó y no pasará como el dibujo del burro que llevé al colegio, sin firmar.
Se acomodó en la silla, cortó un trozo de queso y nos empezó a contar la historia.
—Era época de Navidad. Yo tenía unos nueve o tal vez 10 años, era chiquita. Vivíamos en Bogotá porque mi papá estaba de embajador en Colombia. Me metieron a un colegio muy bueno, de monjas, una belleza, el mejor de la zona.
Nos mandaron de deber hacer un pesebre grande, entre todos los compañeros. A mí me tocó pintar un burro. Llegué a la casa y le dije a mi mamá, que estaba almorzando con su primo Eduardo, que tenía que pintar un burro para día siguiente.
Eduardo me preguntó si él podía pintarlo. Le dije que sí, que claro. Agarró un pliego de cartulina y sus acuarelas. Yo ni lo miré bien, solo esperé a que secara y lo guardé en la mochila para no olvidarme de llevarlo al colegio.
Al día siguiente, en la clase, la profesora me dijo que la rectora quería verme en su oficina.
—Señorita Carrión, ¿quién hizo el burro que entregó para el pesebre?
Muy segura, respondí:
—Yo. Yo lo hice.
La rectora me miró con las cejas levantadas.
—Es imposible que lo haya hecho usted, es perfecto, es maravilloso.
Me mantuve firme.
—Señora rectora, yo lo hice.
—Querida Pepé, díganos la verdad. No le vamos a castigar ni a decir nada a sus papás. Solo queremos saber quién lo pintó.
Mi abuela sonrió recordando. “Me mantuve firme en la mentira por unos 30 minutos, insistiendo una y otra vez en que el burro lo había pintado yo. Pero ya me aburrí de que no me creyeran, así que al final decidí decir la verdad”.
—No, señorita rectora, no lo pinté yo. Lo hizo un primo de mi mamá que está de visita en Bogotá y va a hacer una gran exposición estos días.
— ¿Y cómo se llama el primo de su mamá?
—Eduardo Kingman.
La rectora abrió los ojos y bajó las cejas.
—¿Es verdad que usted es sobrina del gran maestro Kingman?
—Sí, eso sí es verdad. Es primo de mi mamá.
Me pidió que la invitáramos a la exposición. Le dije que debía preguntarle a mi papá, porque él se encargaba de esas cosas. Siempre lo veía firmar las invitaciones personalmente.
Cuando llegué a la casa, le conté a papá. Se emocionó tanto que mandó tres invitaciones firmadas:
"Para la querida rectora del colegio de mi hija. Atentamente, Benjamín Carrión."
Al día siguiente le entregué a la rectora las invitaciones. Me agradeció. Estaba feliz.
— ¿Y usted fue a la exposición? —le pregunté a mi abuela.
—No, qué iba a ir… era guagua.
—Pepé, ¿y al final qué pasó con el cuadro del burro?
—No sé, nunca más lo vi. Fíjate qué curioso… cuando estrenaron el pesebre, el burro no estaba. Ahí estaban la Virgen, San José, el Niño Jesús, los Reyes Magos, el buey… pero el burro, nada.
—¿Cómo así?
—Más el escándalo que me hicieron para que confesara y al final el burro desapareció. Todos los dibujos eran de mis compañeros, así que uno pintado por un artista de verdad habría destacado. Lo raro es que Eduardo no lo reclamó. Tal vez porque quería guardar la mentira de que lo había pintado yo.
Mi abuela es un encanto... cuando quiere. A veces está de un genio tremendo, pero por lo general es muy alhaja. Ir a visitarla es una caja de sorpresas. Hay días en que repite las mismas historias y la escuchamos como si fuera la primera vez. Otras, nos sorprende con relatos inéditos como este.
Ese día, después de contarnos la historia, se quedó callada un buen rato, distraída.
—¿En qué piensa, Pepé? —le pregunté.
—En qué habrá pasado con el burro —respondió.