De la Vida Real
Circo
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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No, no hay manzanas acarameladas en “Gran Circo Azumi”. Tampoco el escenario es redondo ni hay banderines ni desorden en las sillas.
La función se presenta en el Teatro San Gabriel. Es sábado 22 de diciembre, el último día de la temporada. Así que no podía perder la oportunidad de venir.
Sí, sí hay magia, mucho orden y silencio.
La obra empieza en una fábrica que tiene un objetivo claro: terminar la elaboración de juguetes para el 24 de diciembre. Todo parece estar bien hasta que, en lugar de contratar a un elfo para que ayude con el trabajo, ¡contratará al Grinch! Sí, el mismísimo Grinch que, en lugar de colaborar, desata el caos de una manera muy alhaja y original.
Y es que este Grinch no es cualquier Grinch: es chistoso, sarcástico, y además les pone por montones polvo de estrellas a los trabajadores.
Con este polvo saca a relucir los talentos ocultos de los obreros de la fábrica. De repente, uno de ellos se convierte en acróbata. Se sube en sillas: apila y apila sillas hasta llegar tan alto que parece que se va a caer en cualquier momento. Pero no. Sigue y sigue, y yo, con los nervios de punta. ¡Qué estrés!
Luego aparece una niña que hace maravillas con el hula-hula y, a la vez, muchas acrobacias. Y, para rematar, un mago hace aparecer palomas en el escenario y deja a todos con la boca abierta.
También hay una acróbata que da vueltas en un aro y está solo sostenida de un moño en su cabeza. Yo pienso: ¿a qué hora se le arranca el pelo y la chica cae al piso? Porque sube casi hasta el techo. Pero qué va, una firmeza increíble de su cuero cabelludo.
Entre tanto talento, el Grinch no se queda quieto. Decide transmitir todo en vivo, como si fuera el reportero oficial del caos navideño. Mientras tanto, no para de hacer chistes, metiéndose con todo: los cortes de luz, la falta de empatía, y hasta con la perfección que nos venden de la Navidad en redes sociales. “Todos publican fotos con pijamas navideñas.”
Antes de terminar el show, el Grinch dice: “Mucho talento hemos visto, pero demasiado largo”. Todos reímos a carcajadas. Y continúa: “Si no trabajan en esto, estos muchachos tan hábiles van a tener que trabajar en un call center, porque nada mejor que una buena deuda para agarrarle gusto al trabajo. Talento desperdiciado”.
El escenario es como estar en un sueño en 3D: luces, colores, movimiento. Más de 20 actores en acción, y todo lleno de vida y energía. Parece un circo, pero también un musical y todo dentro de una obra de teatro que nos tiene a todos al borde del abismo y muertos de la risa.
Lo mejor es que esta obra no trata de vender una Navidad perfecta. Aquí nos muestran que la Navidad es para todos: para quienes la viven con magia, pero también para quienes la sienten como un caos. Es imperfecta, llena de aventuras fallidas, y eso también cuenta como Navidad, porque es la época la que importa, independientemente del punto de vista que tenga cada uno sobre estas fechas.
Yo, que no soy muy fan del espíritu navideño, disfruto al ver cómo la gente de todas las edades ríe, se emociona y goza al ver el show. El teatro está casi lleno y es imposible no contagiarse de la alegría del público.
Y el Grinch, con ese humor tan agudo, hace que cada vez me identifique más con él que con Papá Noel. Hasta hace chistes de cómo se gasta en esta época y luego sufrimos por no tener cómo pagar los regalos. El Grinch pone en palabras lo que muchos pensamos y no nos atrevemos a confesar.
Al final, salgo del teatro con algo claro: la magia de la Navidad no está en la perfección, sino en las risas, en el arte y en esos momentos reales que te conectan con los demás. Esta obra logra todo eso y más. Es divertida, humana y, sobre todo, oportuna.