De la Vida Real
Una chispa que no quiero apagar

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Últimamente, le agarré más tirria que nunca a la política. Me desentendí del tema. Veo las noticias por costumbre, más que por interés. Me cansé de los análisis políticos, de los escándalos, de ver cómo todo se repite y nada mejora. De la delincuencia y los sicariatos.
Pero en estos días, ya sabiendo quién ganó las elecciones, me encontré en TikTok con la vicepresidenta electa del país. No la conocía. Vi un video suyo, luego otro, y terminé queriendo saber más. Me sorprendió. Me gustó saber quién es, qué y cómo piensa. Me atrapó su forma de hablar, su frescura y su espontaneidad.
Sentí, por algún motivo, una conexión con ella. Me pareció cercana. No se pone máscaras, no posa, no recita discursos prefabricados. Tiene humor y, al mismo tiempo, mucha claridad sobre qué se debe hacer para mejorar el país. Se nota que entiende los temas sociales, que no habla solo por quedar bien. Y como vicepresidenta, ese será su rol.
María José Pinto, en sus videos informales, pero bien pensados, no pierde tiempo en generalidades. Habla de desnutrición infantil, de sus consecuencias en el desarrollo de los niños y adolescentes. Habla con datos, pero también con conciencia.
Se me quedó grabada una frase que dijo:
“La seguridad no solo se trata de cárceles, de armas, de poner más policías en las calles. Se trata de resolver los problemas desde abajo. De ir a la raíz de la causa.”
Y claro, tiene sentido. Mientras sigamos creyendo que todo se arregla con fuerza, no vamos a entender que la verdadera solución está en tratar lo profundo, en lo estructural, en lo que nadie quiere ver ni solucionar.
También habla de reconciliación, de bajar la tensión entre los grupos políticos, de dejar de estar divididos. Y lo dice sin forzar nada. No habla de paz como consigna, sino como necesidad. Y sí, con todo lo que pasó en esta campaña, hace falta un poco de calma.
Escucharla me encendió una chispa de esperanza. Porque, aunque es parte de un partido político, no se la siente atrapada en el libreto. Habla desde otro lugar. No grita, no insulta, no está ahí para imponerse. Y eso, en este contexto, ya es bastante.
Estamos tan acostumbrados al conflicto y a la confrontación, que cuando alguien habla con sensatez, sorprende. Y en lo personal, me alivió el desencanto que tengo. No es que ahora confíe ciegamente, pero algo se movió. Algo distinto sentí.
Me gustó que se atreva a hablar de salud mental como un tema de Estado. Que mencione el embarazo adolescente sin moralismos ni prejuicios. Que hable claro. Que diga que no se trata solo de valores familiares, sino de política pública, de educación y de salud.
Y sí, me hizo cuestionar esta desconfianza total que tengo hacia la política. Porque lo que me agotó no fue solo la corrupción o los abusos, sino la forma en que nos robaron la posibilidad de confiar. De creer que alguien puede estar en el poder sin querernos ver la cara.
No sé cómo será su trabajo en el cargo. No sé cuánto podrá hacer. Pero, por ahora, escucharla me dio una sensación que no tenía hace mucho: que es posible hacer política de otra manera. Que no todo tiene que ser populismo ni escándalo.
Tal vez me equivoque. Tal vez, más adelante, me decepcione. Pero, por ahora, esta pequeña esperanza que apareció en mí no quiero perderla. Porque, como ecuatoriana, necesito creer que hay alguien que no está en ese puesto solo para robar o hacer negocios millonarios.
Para María José Pinto, esta fue su primera elección. Y sí, eso puede verse como una desventaja, pero también puede ser justo lo que la salve. Porque no carga con esa mochila política vieja y gastada que ya conocemos de memoria: sabemos cómo son y cómo funcionan. No cae en el prototipo de la política de siempre: la del discurso acartonado, la sonrisa forzada, la pose calculada.
En sus videos, mira los problemas desde otro lugar, con más libertad, sin deberle nada a nadie ni arrastrar compromisos con los de siempre. Y eso, en un país donde la política ha perdido tanto valor, puede ser un respiro. Porque, a veces, lo que se necesita no es alguien que sepa todas las jugadas, sino alguien que no tenga la costumbre de jugárselas todas para sí mismo.
Ojalá le vaya bien. Ojalá no se pierda en medio de la política dañada y con mañas. Ojalá no se rinda.
Por ahora, ella es lo más cercano que tengo a creer en alguien del sector público.
Y eso, en este país, ya significa mucho.