De la Vida Real
La primera exposición fotográfica de mi hijo y el arte de aprender a soltar
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Dicen que para que un hijo sea exitoso hay que enseñarle a ser independiente. Las mamás vamos detrás de él, siguiendo los pasos de su independencia, hasta que ya no lo vemos más y no nos queda más remedio que confiar: confiar en que el destino no nos juegue una mala pasada, en la educación que le hemos dado, y en que nosotras podamos estar tranquilas mientras él se abre su propio camino.
No voy a mentir, me ha costado entender tantas frases que he oído por ahí y que ahora empiezan a tener sentido. "Hay que aprender a soltar", por ejemplo. Hasta ese día no entendía qué significaba ni cómo la podría aplicarla a mi vida.
Hace unos tres meses, el Pacaí, mi hijo adolescente, que todavía no cumple 14 años, me dijo:
“Ma, hay chance de que me vaya a tomar fotos al centro de Quito con unos desconocidos. O sea, no son tan desconocidos, le conocí a uno de ellos en la Feria del Libro. Él arregla cámaras y ahora nos seguimos en Instagram. Está organizando una salida que se hace a nivel mundial, se llama 'anolog photo walk'. Ma, no quiero pelear ni que armes un escándalo de esto. Quiero ir, pero mi pa y tú son los que mandan. Si me dicen que no, voy a insistir hasta que me dejen ir. Si me dicen que sí de una vez, todo será más fácil”.
Hay veces que el Pacaí me gana con su lógica. Y continuó:
“Para tu tranquilidad, le voy a pedir el número de teléfono y hablas con él. Entiendo que soy menor de edad. Pídele que te explique todo”.
Llamé a Iván, el fotógrafo que se haría cargo de mi guagua. El Pacaí me advirtió que no le acosara con preguntas, que, por favor, actuara como si fuera una mamá relajada. Mientras yo hablaba con Iván, el Pacaí me seguía por toda la casa haciéndome señas, y yo, con las manos, lo espantaba, como quien ahuyenta a una mosca.
Al colgar, le conté al Wilson, mi esposo, el plan, y me dijo:
“Chi, ese día vamos al centro, le dejamos al Pacaí y nos quedamos haciendo cualquier cosa”.
Y así fue.
El Pacaí fue el primero en llegar al sitio del encuentro: un lugar hermoso, con murales en las paredes, plantas por todos lados, y un baño limpio. Nos recibió Iván con su novia. Les recomendé, lo más disimuladamente posible, que cuidaran a mi hijo, que es chiquito todavía. Disimulé, también, las ganas de llorar y el nudo en la garganta, que dolía al hablar.
Me fijé en que en la mesa había jugo y brownies, y pensé: "Ojalá no sean happy brownies". Pero mi pensamiento fue más lento que la acción de mi hijo, quien se comió dos de una sola vez.
Volví al carro, y con los mellizos y el Wilson nos fuimos al centro. Entramos al museo de cera y luego paseamos hasta que el Pacaí nos llamó para darle el encuentro. A las 4 pm lo fuimos a ver. Nos contó que fue el mejor día de su vida, no paró de hablar de lo bien que la pasó y nos describió todos los lugares donde tomaron fotos. Dijo que conoció a gente increíble. Nos agradeció por haberle dejado vivir esta experiencia y pidió que algún día lo llevemos al mercado Arenas, donde venden maravillas.
Nos contó que en dos meses harían una exposición de las fotos que tomaron.
Y ese día llegó. El Pacaí también les invitó a mis papás, quienes no dudaron en ir.
Llegamos primeritos a Spacio Cultural. Sentí que el tiempo se detuvo: eran las 7 de la noche, y el ambiente era de arte y juventud. Me sentí en mi época universitaria, cuando íbamos a estos espacios culturales en casas adaptadas. Éramos relajados y felices por vivir el momento. Iván se acercó y nos explicó que este es el segundo año que hacen esto del "Analog Photo walk".
Pasamos a ver la exposición y ahí estaban las fotos de mi hijo junto a las de otros fotógrafos. Verle al Pacaí tan orgulloso me hizo estallar en llanto. Mi hijo Rodrigo, en secreto, me dijo:
“Ma, somos los únicos elegantes y los únicos que trajimos hasta a los abuelitos”.
Y no aguanté la risa. Su observación era demasiado real. Nos quedamos un rato viendo todo lo que había en ese lugar maravilloso, en donde se respiraba arte por cada rincón.
Al salir, mis papás nos invitaron a comer una hamburguesa para festejar la primera exposición de su nieto fotógrafo. Y yo me festejé a mí misma por estar aprendiendo a soltar y ser la madre que me cuesta ser.