De la Vida Real
El mundo no está hecho para nosotros, pero aquí estamos
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Vivir en un mundo que no está diseñado para mí siempre fue un reto. Y eso puedo decirlo ahora, a puertas de cumplir 42 años. Creo que por eso amo tanto cumplir años, porque la vida se me ha ido facilitando. Los retos son un desafío diario. Muchas cosas que para las otras personas son fáciles, para mí han resultado imposibles. Algunas las logré, otras solo las he puesto a un lado y las he ignorado para no complicarme, siendo consciente de que en algún momento me va a tocar aprender sola.
Poder leer en voz alta de corrido por más de cinco minutos sin equivocarme es mi máximo orgullo. Y de esto me di cuenta el sábado por la noche, cuando mis hijos me pidieron que les ayudara a leer un cuento que necesitaban terminar para la escuela.
Me senté con ellos en el sillón de la sala, sin mostrarles lo nerviosa que estaba. Agarré el libro y les leí de corrido dos párrafos seguidos. No me equivoqué en nada. Me sentí feliz. Tan feliz estaba que les dije: “Niños, lo logré, leí bien y les juro que no me inventé una sola palabra del texto”. Ellos sonrieron y me pidieron que siguiera leyendo. Sé que les encanta que les lea, pero también sé que dudan del contenido porque siempre pongo voces a cada personaje, gesticulo, y en realidad hasta yo me admiro de la capacidad que tengo de adaptar lo que no dice el texto para que la trama tenga sentido.
Volví a leer, pero ya no tuve la misma suerte. Otra vez las palabras extrañas sonaban atropelladas, no salían con soltura. Los nervios y la pena se apoderaron de mí. Ellos lo notaron y me dijeron que no importaba, que lea como pueda, que ellos igual entienden lo que les cuento.
Seguí haciendo la pantomima de buena lectora. Leímos hasta la página 55. Se levantaron y me quedé sola, recordando cuánto me ha costado vivir. Pero sin lástima, sin queja. Me acordaba del terror que sentía al leer en voz alta cuando estaba en la escuela. Sentía cómo mis manos sudaban y la vergüenza que me daba, no por leer mal, sino por haberme puesto tan roja y nerviosa ante mis compañeros, develando todas mis inseguridades que con mi simpatía ocultaba a la perfección.
Esa noche comencé a leer un libro nuevo en el Kindle. Se me hace más fácil leer ahí porque tiene una letra especial para dislexia. Leer en voz baja me da calma. Si me equivoco o no entiendo algo, no importa, porque leer es un placer íntimo, es un encuentro conmigo. No lo comparto con nadie y amo disfrutar de ese egoísmo. Disfruto cuando la historia del libro me lleva a ese rincón sagrado que imagino con cada escena de la historia. Y ahí me quedé por horas. No tengo presión del tiempo. Puedo leer una página o cien. Leo siempre hasta quedarme dormida, en silencio.
¿Cuántas veces el Kindle me ha despertado con un estruendoso golpe sobre mi frente? No sé, y tampoco me importa, porque es mi secreto de lectora que guardo como un verdadero tesoro. Estoy consciente cuando me preguntan qué libro estoy leyendo, sé que no voy a poder recordar el título y mucho menos el nombre del autor, y peor aún si este nombre es extranjero.
Antes me daba vergüenza no saber el abecedario, y no porque no me lo hayan enseñado una y otra vez, sino porque mi mente no retiene cosas que no tienen lógica. Aprendí de memoria los meses del calendario porque en cada mes pasan cosas importantes una y otra vez. En diciembre es Navidad, en enero comienza un año nuevo, en noviembre se come colada morada con guaguas de pan, en octubre es mi cumpleaños, en mayo cumple años mi ñaño, en abril llega la fanesca y en junio me quedaba siempre en supletorios. Entonces, los meses tienen un sentido lógico, pero el abecedario, no. Son letras sueltas. Igual jamás aprendí las tablas de multiplicar porque, en el fondo de mi ser, sabía que aprender números no me iba a servir de nada. Para eso está la calculadora, pensaba. Y, en mi lógica, no he estado equivocada.
Ahora que soy mamá de un niño de 10 años que tiene Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), agradezco que se pueda hablar de este tema sin prejuicios y se entienda que los problemas de aprendizaje son una condición del cerebro, un trastorno con el que nacimos. No somos tontos ni vagos, solo que nuestro cerebro funciona distinto, y tampoco somos seres especiales. Solo funcionamos en el mundo de diferente manera.