De la Vida Real
Los sobrinos, el mejor regalo de la vida

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
Actualizada:
Los hermanos son seres esos que te martirizan la vida. Son nuestros primeros amigos y los que más traumas nos han causado. Los hermanos son los que nos enseñan a sobrevivir. Son cómplices, pero también traicioneros. La relación entre hermanos es compleja, pero fundamental para entender las relaciones humanas.
Mi hermano no me quería ni le caía bien, eso me lo dejaba clarísimo. Le parecía el ser más insoportable del planeta, pero no tenía más remedio que ayudarme en todo, de pésima gana. Yo sabía que con mi ñaño podía contar para lo que fuera. Mi ñaño estaba para mí en las buenas y en las malas, aunque luego me lo sacaría en cara toda la vida.
En el fondo, agradezco haber tenido un hermano que me preparó para defenderme de los ataques de los otros. Me molestaba tanto que, cuando alguien más intentaba burlarse de mí, lo paraba en seco.
Mi ñaño jamás me cayó mal. Yo le amaba y le admiraba. Me parecía una persona buena, pero con el don absurdo de molestar. Y yo era lo mejor para él: disléxica, pelirroja, gorda y torpe. Todos los días tenía un nuevo material para su repertorio de chistes.
Yo decía: “Ma, mi ñaño me está molestando”. Mi mamá respondía: “Samuelito, deja de molestar a tu hermana”, pero veía cómo mi mamá se reía de las estupideces que me decía. Hasta yo me reía. Siempre me sorprendí de su capacidad lingüística para soltar un chiste en el momento preciso.
Mi ñaño, con los años, se fue a vivir a La Concordia con su esposa. Tuvieron un hijo, y ese ser me llenó el alma. Al haberme hecho tía, mi ñaño me hizo feliz. A pesar de que vive lejos, esa lejanía nos unió aún más.
A través de mi sobrino entendí que se puede amar distinto, sin posesión. Se ama con admiración, con cuidado y, sobre todo, con complicidad. Hay algo en el amor de tía que desborda la racionalidad. Es una mezcla de amor maternal, pero con una profunda amistad. Sabes que a tus sobrinos no les puedes fallar. Es un sentimiento que no es racional, es más instintivo.
Mi sobrino, que es de la costa, se graduó la semana pasada. Nos pusimos de gala y fuimos a la fiesta. El orgullo se apoderó de mí. Mientras desfilaba con su mamá, millares de recuerdos se despertaron. Cuando era bebé y nos encargaban, yo le daba la mamadera y le contaba historias. La vez que los papás dijeron que no podía probar Coca-Cola y los dos, en la cocina, tomando a escondidas su primer vaso de cola. Cuando di a luz a mi primer hijo mi sobrino le cargó. Le dio un beso en la frente y dijo: “Ya no lo necesito”. Y le botó.
Los sobrinos son parte de nosotros, y los vemos desde el instante en que comienzan sus vidas.
Miraba a mi otra sobrina, ya toda una jovencita de 13 años, con vestido largo y pelo alisado. Y no puedo dejar de verme reflejada en ella. Es tan parecido a mí. Ella no es pelirroja, pero es mi cara la que tiene. Le contemplaba lo bella que está, lo feliz que estaba de ver a su hermano bailando el vals con su mamá. Y me perdí en los ojos verdes de mi ñaño, que se le llenaban de lágrimas al ver a su hijo terminar una etapa y comenzar otra, lejos de ellos y cerca de mí. Sí, va a venir a Quito unos meses antes de comenzar su año sabático. Y sentí el paso del tiempo, el verdadero cierre de una etapa.
Me acordaba de cada período por el que ha pasado mi sobrino. Él nos enseñó el mundo de los dinosaurios, de los caballos, de la pesca, de la joyería, de la bicicleta, del trabajo en el campo. Me preparó de alguna manera, casi mágica, para ser mamá. En la playa, hace algunos años, me dio el consejo que más me ha servido hasta ahora: “Tía, déjales libres a tus hijos. No seas tan nerviosa, porque luego esos nervios se van a convertir en sus inseguridades”. Mi ñaño, por medio de sus hijos, me ha regalado sabiduría.
No, no me ha dejado de molestar. Esa noche, que fue para mí tan reflexiva, mi ñaño no paró de hacer chistes y de burlarse de mi vestido: “Está igualita a Doña Florinda”, me decía, y se mataba de la risa. Luego me abrazó, nos agradeció por haber ido y dijo que nos quiere mucho.
Sí, la relación con los hermanos es rara, pero es necesaria. Y, sobre todo, lo mejor que hacen los hermanos es darnos sobrinos.