De la Vida Real
Viviendo en la luz, mientras todos están a oscuros: Mi Historia
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Desde hace siete semanas vivía con un secreto. Era un secreto que me estaba atormentando. En mi barrio no nos quitaban la luz. Todo el país en tinieblas y nosotros bien iluminados. Unos decían que era porque estábamos cerca de una subestación eléctrica. Otros nos consolaban diciendo que, como la vez pasada nos quitaron tanto la luz, ahora nos recompensaban.
Lo cierto es que en mi casa estaba feliz, pero cuando salía me sentí aislada. Todos hablaban de sus horarios de cortes, de lo difícil que es organizar la casa sin luz, lo complicado que es ir a buscar algún lugar donde haya luz para trabajar. Y yo, callada, sin participar en la conversación. Me sentí excluida y dueña de un privilegio del que no me parecía merecedora.
Sí, reconozco que tengo una personalidad que ama sufrir, y sentí que también me estaban quitando ese "privilegio". Cuando me juntaba con mis amigas contaban cómo les afectaba a sus hijos. Decían que les daba ansiedad no saber los horarios de los cortes, que al principio era terrible la preguntadera. “Ma, ¿a qué hora se va la luz? Mami, ¿a qué hora viene la luz?”. Y yo pensaba “qué exageradas, los niños se adaptan a todo”.
Entre ellas compartían consejos para que la comida durara más en el refri y se aconsejaban la mejor manera de lavar los uniformes de los hijos. Yo escuchaba lejana, poco atenta y hasta aburrida.
Mi amiga Fer me contó que, al regresar de un viaje, que casi se vuelve loca porque ni el celular le funcionaba en su casa. Necesitaba llamar a su hija, pero no había forma de comunicarse. Corrió a buscar en Facebook un cable para conectar su batería externa al wifi. Sentí que Fer me hablaba en chino.
La costurera me mandó un audio por WhatsApp diciéndome que tuvo que cerrar su local porque no le alcanzó para pagar el arriendo. Claro, pensé, sin luz, ¿cómo puede coser?
¿Cómo hace la gente para trabajar si no tienen generador? Un zapatero, un carpintero, una peluquería, la carnicería, una fotocopiadora… entre miles de oficios más, ¿cómo funcionan?
Mi secreto y mi cargo de conciencia crecían cada vez. No entiendo por qué a unos les quitan la luz y a otros no. Mi esposo, el Wilson, me decía que me complique tanto porque podíamos trabajar en la casa tranquilamente. Y esa tranquilidad era la que más me intranquilizaba.
Hasta que llegó el sábado del feriado y la luz se fue por tres horas. Mis hijos entraron en pánico y me volvieron loca con la preguntadera: “Ma, ¿a qué hora viene la luz? Ma, ¿cuánto tiempo va a durar esto? Ma, ¿será que ya con lo que llovió en Cuenca nos devuelven la luz?”.
Me acordé de mi amiga Fer, ¿cómo no le pedí el contacto del señor que vende el cable para el wifi? Y entendí su desesperación, porque mi celular tampoco funcionaba. Quería llamarles a mis papás para preguntarles si a ellos también se les fue la luz. No hubo forma de contactarme.
Nuestro barrio no está dentro de la programación. Nos toca ir adivinando. Sacamos nuestras conclusiones según otros horarios, pero nos equivoca el 90% de las veces. El Wilson me dice: “Chi, creo que mañana nos quitan de 6 de la mañana a 9”. Me levanto a hacer el desayuno a las 5, porque mi hija, la Amalia, tiene intolerancia al gluten y en la casa ya no se come pan. Les hago tortillas de todo lo inimaginable, sin harina de trigo. Es un trabajazo el desayuno.
Mientras cocino, corro a poner la ropa en la lavadora. Y resulta que no nos quitan la luz a esa hora, sino a las 8. ¡Qué frustración! Hoy me levanté a las 6 para hacer el desayuno y, ni bien prendí la luz, ya se fue.
Les di colada morada por enésima vez, con tortillas de quinoa asadas en el horno manaba (ese maravilloso invento que se pone sobre la hornilla de la cocina de gas). Y el que sale mal parado es mi marido, por darme mal los horarios. Él me dice: “Pero ¿qué culpa tengo si nuestra zona no aparece en la planificación? Me toca intuir.”
Sí, la vida es bastante caótica sin luz, pero por lo menos me siento igual a todos, sin secretos. Ya no estoy excluida de la normalidad de los ecuatorianos.
Pero les voy a confesar otra verdad: me enteré que a los del barrio de abajo no les quitan la luz jamás, y la verdad es que me agarró una envidia obsesiva y ganas de denunciarles. Pero no soy capaz… cada quien vive su propia realidad eléctrica. Eso sí, ¡qué iras me da!