De la Vida Real
Ella me enseñó a escuchar lo que no está escrito

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Entre el editor y el escritor hay un código, una especie de confidencialidad que yo diría sagrada. Es una relación íntima, que se desvanece a los pocos días de publicar la obra.
Pero durante el proceso, esa relación que se crea entre el editor y el autor es algo mágico, difícil de explicar.
Trabajar en los escritos de otra persona es una responsabilidad gigantesca, porque el autor confía plenamente en el editor y le entrega su obra, por la que ha trabajado días y noches sin parar. Cuando una persona escribe un libro, toda gira en torno a su historia. Su vida se paraliza para poder publicar, algún día, lo que escribió. Y el editor es su cómplice: le corrige, le cambia, le cuestiona, le acepta o no lo que dice. Pero respeta, porque es su obra. También exige, porque se publicará bajo su sello, y el editor se mete en la parte más profunda del alma del escrito y, de paso, también del escritor.
Cada escritor con el que he trabajado me ha dejado una huella. He aprendido en el camino y me he preparado cada vez más y mejor en este infinito mundo de la edición.
Esta vez, trabajé en un libro que estaba casi perfecto. Mi trabajo como editora quedó rezagado a corregir palabras repetidas, cambiar una que otra coma por punto y coma, o tal vez por punto seguido, separar algunos párrafos… y ya. Pero yo no quería que se acabara tan pronto el trabajo.
Porque esta vez no aprendí de mis errores, ni de los errores de la autora. Esta vez aprendí sobre música clásica. Me enfrenté a una historia, para mí, desconocida.
La escritora, una mujer mayor, me deslumbra cada vez más por su conocimiento, no solo de música clásica, sino de cultura en general. En cada conversación —todas por teléfono— recibía cátedras magistrales. Me aferraba a sus palabras como una niña pequeña se aferra a su dulce. No quería que se acabaran nunca. Quería saber más sobre ella, sobre su forma de pensar, sobre su experiencia y su pasión.
Aprendí en silencio cómo las mujeres que escriben y tocan música clásica lucharon por ser oídas, por ser reconocidas. Aprendí, de una manera sutil, otra forma de hacer feminismo: dando voz a estas mujeres que ponían y ponen notas a su música. Aprendí también la pasión que la escritora pone en cada palabra de su conocimiento sobre el tema, y me quedaba maravillada con su memoria.
La llamaba con cualquier excusa, solo para seguir aprendiendo, de ella y de ellas. Sentí que juntas trabajábamos un texto que sonaba y contaba.
Fueron dos semanas que me hubiera gustado extender para la eternidad. Ella, la escritora, me contaba también sus miedos, y escuchaba los míos. Nos confesábamos esas verdades ocultas que solo se dicen cuando hay confianza y cariño. Me contaba que le tiene miedo al mar, que le gusta mirarlo desde lejos. Y yo le decía que, para mí, el mar hay que vivirlo desde adentro.
Así eran nuestras conversaciones. Yo le confesé que no sabía nada de música clásica, y ella me invitaba a oír las canciones que en su libro están subrayadas y en cursivas. Yo entraba a YouTube y las escuchaba todas.
Me enseñó a oír música con paciencia, mientras me contaba su vida y me maravillaba de conocer más sobre la autora que acudió a mí para editar y publicar su libro. Y fui yo quien fue editada, instruida y trabajada.
Ahora, desde aquí, puedo decir quién es ella por lo que me ha contado, aunque me guardo muchísimos datos más, como un tesoro secreto de editora.
Alicia Coloma de Reed es lingüista, traductora, intérprete y una apasionada de la música clásica, además de una de sus más firmes defensoras en Ecuador. Hija del embajador César Coloma, creció entre escenarios y salas de concierto en el extranjero, pero siempre mantuvo un vínculo profundo con el Ecuador. Ha trabajado durante décadas para acercar la música clásica a más personas, no solo a través de sus libros, sino también con su participación activa en espacios culturales.
Fue parte del directorio de la antigua Sociedad Filarmónica de Quito y actualmente es directora de Honor de la Fundación Casa de la Música, una de las instituciones musicales más importantes del país, donde fue directora ejecutiva durante 15 años.
Alicia escribe, investiga, traduce y comparte desde un lugar genuino, con el interés de que la música siga siendo parte viva de nuestra memoria colectiva.
Y lo que más me ha gustado de conocerla es que, a pesar de ser una persona mayor —muy mayor— no habla de la muerte. Ella quiere seguir escribiendo, investigando y compartiendo su conocimiento.