Leyenda Urbana
La oposición, lo peor del año de Gobierno de Noboa
Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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En las mayores democracias del mundo, camino a las elecciones, las fuerzas políticas suelen acentuar las diferencias y tomar su propio rumbo para buscar el respaldo en las urnas y hacerse de la victoria; pero nunca se ha visto poner zancadillas al gobernante, por el peligro de hacer tambalear al país que buscan liderar.
En Ecuador es lo contrario; aquí, desestabilizar al poder y hacer daño al contradictor es una antigua y perversa estrategia, aunque implique poner a la nación al borde del abismo, y aún a riesgo de que la operación termine siendo un bumerang.
Es la política de la demolición del enemigo.
Un año atrás se sellaba un inesperado pacto entre el flamante Gobierno de Noboa, la Revolución Ciudadana y el Partido Social Cristiano (PSC), fruto del cual Henry Kronfle fue elegido presidente de la Asamblea Nacional, y Viviana Veloz, vicepresidenta.
El pacto emocionó a quienes imaginaban que propiciaría la gobernanza de una administración elegida para solo 18 meses de gestión, a fin de completar el período interrumpido por la muerte cruzada decretada por el presidente Lasso.
Pero causó resquemores en aquellos que conocen mejor los entresijos de la política y presumían que no representaba el nuevo momento que pregonaban los recién llegados al poder, no solo porque al tratarse de los antagónicos derrotados en las urnas, lucía antinatura, sino porque nunca han ocultado tener agenda propia.
A nadie importó las advertencias porque el pacto estaba acompasado con las palabras del flamante presidente que proclamaba no ser “un anti nada, sino un pro-Ecuador”; y que en su discurso inaugural habló de que “el anti tiene un techo y el pro es infinito”, por lo que había que dejar atrás los viejos esquemas para resolver los grandes problemas del Ecuador.
Las cinco leyes económicas urgentes del Ejecutivo que fueron aprobadas con presteza, algunas de las cuales incluían cargas tributarias, pueden ser exhibidas como logros del pacto, pero el costo político que han debido pagar ha sido alto.
Haber entregado al correísmo la presidencia de seis comisiones legislativas, entre ellas la de Fiscalización y control Político, fue un error que se evidenció en los llamados a juicios políticos y en las infinitas comparecencias a los que fueron sometidos ministros y altos cargos.
También lo fue ceder el control del Consejo de Administración Legislativa (CAL), para después de roto el pacto -tras el asalto a la Embajada de México y la captura de Glas, sentenciado por cohecho y corrupción- asombrarse del enorme poder de los opositores.
El pacto con el PSC terminó cuando denunciaron que el Gobierno les había “arrebatado” a dos asambleístas y los ánimos se tensaron; aun así, nadie podía imaginar que Kronfle renunciaría a la Presidencia de la Asamblea, en busca de llegar a Carondelet, y se volviera antagonista electoral de Noboa, además de trastocar la dirección parlamentaria.
Esa decisión propició que Viviana Veloz terminara presidiendo la Asamblea Nacional; realidad que, en época electoral, preferirían que nadie se acordara que la génesis está en el pacto tripartito de un año atrás.
El Gobierno entendió lo que significaba la nueva mayoría opositora el día que negaron la autorización para procesar penalmente a la vicepresidenta, Verónica Abad, por supuesta concusión. Y el entonces viceministro de Gobernabilidad, Esteban Torres, habló de “un sucio pacto político”.
Hoy, con 16 binomios calificados para terciar por la Presidencia de la República, el país vive un nuevo momento político; uno especial durante el cual todo lo que se haga y diga tendrá que ser leído en clave electoral.
En este contexto, las protestas en contra del Gobierno son vistas por Carondelet como conspirativas, mientras que para los protagonistas son estrategias para desgastar al poder y ganar visibilidad, desestimando el dolor de la gente, agobiada por las sequías, los apagones y los incendios que arrasan extensiones de biodiversidad incuantificables siendo la mayoría de ellos provocados.
Tanta insensatez habla de una clase política que ha perdido el rumbo, pero que su ambición por el poder es tal que parece no importarle que hasta pudiera autodestruirse electoralmente.
Este sería el resultado de haber sustituido a los partidos políticos que preparaban cuadros y luchaban por llegar a ser gobierno y aplicar sus planes y propuestas, por grupos con intereses sectoriales y hasta particulares, incluso algún non sanctus como buscar la impunidad.
En las democracias sólidas, donde los políticos tienen ideología y visión del país, la oposición encara al poder, cuestiona sus decisiones o sus negligencias y presenta alternativas.
En esos países, la oposición tiene lo que se llama un “gabinete en la sombra” que sigue, día a día, la gestión de cada ministro y funcionario para tener listos sus argumentarios y las soluciones. La dialéctica entre Gobierno y la oposición marcan la atmósfera política.
En Ecuador no hay nada de eso, al punto de que, políticamente, hasta parecería ser una anomalía democrática. Solo se busca provocar el caos.
Nada justifica que, en los momentos aciagos del país la oposición haya preferido no dar la cara, para no referirse a los graves problemas del Ecuador que quieren gobernar; solo aquellos infames que clamaron por sanciones contra su propia Patria dejaron ver su verdadera catadura moral.
Así, la conclusión es unívoca: en los últimos 12 meses, en Ecuador la oposición política ha sido tan irrelevante como perniciosa.
Lo peor del año de Gobierno de Noboa.