Leyenda Urbana
Los ecuatorianos irán a las urnas pensando en Venezuela y Maduro
Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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Atacado por una insólita paranoia, el usurpador de Venezuela cerró las fronteras y el espacio aéreo, desplegó drones, antimisiles terrestres y aviones artillados dispuestos a derribar cualquier nave no identificada; por eso, el legítimo ganador de las elecciones, Edmundo González, no pudo llegar de vuelta a su tierra.
Era el 10 de enero de 2025 y el mundo miró atónito la pantomima del tirano Nicolás Maduro juramentando como presidente, y el coraje se apoderó de todos, por la audacia de quien, habiendo sido derrotado en las urnas, por una montaña de votos (67% contra 30%), el 28 de julio pasado, se aferraba al poder, sostenido por las armas que apuntan contra los opositores.
Su ilegitimidad es hoy admitida en los cuatro puntos cardinales desde donde se contempla a Maduro despeñándose sin freno hacia el abismo, arrastrando al país entero, por lo que ya nadie puede ser indiferente ante semejante deriva de altísimo riesgo humanitario para el pueblo.
Que solo los dictadores de Cuba, Miguel Díaz-Canel, y el de Nicaragua, Daniel Ortega, lo hayan acompañado, confirma el aislamiento internacional de quien es hoy el epítome del sátrapa del Siglo XXI, alineado con Rusia, China, Irán y Corea del Norte.
Ni siquiera su vecino de Colombia, el presidente Gustavo Petro, fue a Caracas; mientras que el presidente de Brasil, Luis Inácio Lula Da Silva, insiste que exhiban las actas del escrutinio, como lo hizo la oposición, cuya autenticidad ha sido confirmada por el Centro Carter y la OEA.
Las actas fueron puestas a buen recaudo, en las bóvedas del Banco Nacional de Panamá, la semana pasada, por el propio Edmundo González, legítimo ganador de las elecciones.
“Desde la izquierda política les digo que el Gobierno de Nicolás Maduro es una dictadura”, declaró, sin paliativos, el presidente de Chile, Gabriel Boric, tras conocer que la líder opositora, María Corina Machado, había sido detenida en Caracas, el jueves 9, aunque luego fue liberada.
Aislado y repudiado, Maduro es un problema para la estabilidad política y social de la región y para las democracias del mundo, por lo que se empieza a hablar de cómo liberar al pueblo venezolano subyugado por 25 años consecutivos, so pena de tener otra Cuba u otra Nicaragua.
La semana anterior, Estados Unidos elevó a USD 25 millones la recompensa por información sobre Maduro, Diosdado Cabello y Vladimir Padrino López, acusados de conspiración para narcotráfico, narcoterrorismo y corrupción; y la Unión Europea y Canadá han aumentado las sanciones, y se aguardan las decisiones de Donald Trump, quien juramentará como nuevo inquilino de la Casa Blanca el 20 de enero, y de su secretario de Estado, Marco Rubio, de origen cubano y ardiente crítico del chavismo.
En verdad, parecería que no hay mucho que hacer desde afuera, porque una intervención militar, como han mencionada dos expresidentes de Colombia, luce inviable, por aquello de la libre determinación de los pueblos y el principio de no intervención.
Entonces, habría que apelar a la “Doctrina Roldós” -concebida por quien ejerció la Presidencia de Ecuador- y que fue acogida en la Carta de Conducta de los países andinos, y que subraya que la acción conjunta ejercida en protección de los Derechos Humanos no viola el principio de no intervención.
Nunca se ha dicho por qué no se ha recurrido a ella, y por qué nuestro país no la ha promovido después de que, en el Grupo de Lima, tiempo atrás, en la época de Juan Guaidó, fue mencionada.
Heredero de Hugo Chávez, Maduro ha llevado a Venezuela a una tragedia humanitaria sin precedentes al haber perdido a 7.700.000 ciudadanos que han protagonizado la mayor diáspora de la historia regional, huyendo del hambre, la persecución y la miseria. Y es inconcebible cruzarse de brazos.
En las calles de toda Venezuela el terror está en el aire sabiendo que los ojos de los espías del temible Sebin están al acecho; los motoristas encapuchados recorren desafiantes las calles de las barriadas y el país entero permanece militarizado.
Maduro debe tener pesadillas pensando que su fin podría ser igual al del sátrapa que sojuzgó al pueblo sirio por 24 años, su amigo Bashar al Asaad, con quien intercambiaba condecoraciones, y debe imaginar una implosión o una revuelta; lo que explicaría que haya armado, hasta los dientes, a las milicias bolivarianas.
Ha querido el destino que Ecuador vaya a las urnas después de mirar cómo un dictador se atornilla al poder, despreciando la expresión popular que lo mandó a la cuneta de la historia con una votación extraordinaria en favor de su oponente. Y acá no podemos equivocarnos.
Si el ejemplo de Cuba, Nicaragua y Venezuela es que, una vez que han trepado al poder, no hay manera democrática de sacarlo porque no respetan el pronunciamiento del pueblo, la consigna es inequívoca: No permitir que suban.
Solo así se evitará las lágrimas de sangre como las que esos pueblos hermanos han derramado durante años, porque en los países del Socialismo del Siglo XXI si no estás de acuerdo con el poder debes huir, aunque sea por el mar en medio de tiburones, para alcanzar las costas de La Florida; exponerte a que te quiten la nacionalidad como lo hace la tiranía de Ortega y su mujer Rosario, patéticos émulos del dictador rumano Nicolás Ceaucescu y su mujer Elena. O protagonizar un doloroso éxodo que ha dividido a las familias que se pierden de compartir los mejores años de la vida con abuelos, padres y allegados, cobijados por los cielos de su patria.
Por eso, hay que escuchar a Mahatma Gandhi cuando advertía que “es incorrecto e inmoral tratar de escapar de las consecuencias de los actos propios”.
Entonces, ¿alguien en Ecuador podría elegir a un cercano ideológico a Maduro y no arrepentirse y llorar después?