Leyenda Urbana
Noboa surfeó las olas agresivas de Luisa González, en un debate de mutuas acusaciones

Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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En el debate del domingo 23 de marzo no hubo una discusión dialéctica ni confrontación de ideas y conceptos; tampoco propuestas creíbles y datos verificables, porque todo fue superado por los ataques y acusaciones que llegaron demasiado lejos, al punto de dejar en la mente de quienes lo vieron una pregunta perturbadora: qué pasa con un país cuyos aspirantes a gobernar por los próximos cuatro años se endilgan mutuamente supuestos nexos con el narcotráfico.
No sé ustedes, pero a mí el debate me provocó, por momentos, una sensación de angustia, por las descalificaciones que se profirieron y las dudas sobre la condición ética que los dos políticos se adjudicaron el uno al otro, sabiendo que alguien de ellos liderará este país entre 2025 y 2029.
Que la candidata del correísmo planteara que los debatientes fueran sometidos a un control antidoping; y que luego hablara del déficit de atención de su contradictor, a quien llamó majadero y hasta aludiera a su pequeña hija rebasó lo admisible.
Pero nada de esto parece haber sido fruto del azar, sino de una planificada estrategia.
El objetivo de Luisa González habría sido descomponer a Noboa hasta hacerle perder los estribos para ella entonces exhibirse con talante de estadista. No lo consiguió porque Noboa supo dominar su emocionalidad y mostrarse aplomado.
Pero lo de Daniel Noboa tampoco sería atribuible a su personalidad, sino a una estrategia preconcebida, porque él y sus asesores tenían claro que debatir con una mujer implicaba moverse con gran sutileza; y porque en los círculos políticos se había especulado, con fuerza, que quien se equivocaba en el debate, perdería la elección de abril.
En todo caso, el autocontrol fue una carta plausible porque al ser el presidente en funciones tenía que mantener el decoro que impone su alta investidura, actitud que también produce confianza en la gente al ser el responsable de lo que sucede en un país que está en crisis.
A Noboa le faltó exhibir las cifras del Gobierno que decía son distintas a las que mostraba Luisa González, porque así habría echado abajo el discurso acusatorio. Fue una falencia del candidato y de su equipo porque era previsible que su contrincante usaría ese recurso.
El impacto de la foto de la piscina que tanto revuelo había causado antes en el país y en la que asoma Ronny Aleaga provocó un sacudón y graficó la existencia de las mafias, pero Noboa no mencionó que el hoy prófugo está procesado en el caso Metástasis, el más escandaloso de los últimos tiempos, por sus conexiones con Norero. Fue otro error.
También lo fue no desmentir a González que aseguró que había expulsado de la RC5, cuando al país recuerda que él propio Aleaga anunció su desafiliación mediante un comunicado, luego de haber sido procesado en ese grave caso.
Mientras el debate proseguía, las redes se inundaron con imágenes de Ronny Aleaga cuando era asambleísta y con la noticia que contradecía la versión de su ex coidearia que dijo lo expulsó.
Tantos pasajes en los que se aludió a la droga y al narco dejaban claro que el país tiene un gravísimo problema con este tema, y que lo peor que le podría pasar a los ecuatorianos es perder la capacidad de asombro y no repudiar los vínculos con la política; esa narcopolítica que es un tomento para las sociedades.
La tensión se sintió por doquier cuando Noboa le dijo a Luisa que como abogada debería saber que, si una empresa coopera y hace una alerta a la Policía Nacional (sobre sustancias sujetas a fiscalización), significa que es cooperante. No fue suficiente por lo que este tema tiene que ser muy bien aclarado para que no haya sombra de duda del manejo de las empresas, al igual que la denuncia que habría en la Fiscalía en contra de la directora del movimiento político ADN.
A lo largo del debate hubo episodios e imágenes que se les irá procesando poco a poco, porque ni el código gestual que manejaron evitó dejarlos en evidencia.
Fue patética la incomodidad de Luisa González cuando Noboa le pidió que respondiera con un sí o un no, a una pregunta que había esquivado en entrevistas dentro y fuera del país y que sabe le traerá consecuencias.
La candidata dijo que reconoce al régimen de Nicolás Maduro, a pesar de las evidencias de que se trata de una dictadura en toda regla, luego de la derrota apabullante que le propinó la oposición que ganó con más del 70% de los votos y eligió a Edmundo González Urrutia como presidente de Venezuela, y, aun así, Maduró le usurpó el poder.
Otro momento incómodo fue la revelación de Noboa de que Rafael Correa y Heriberto Glas, hermano del exvicepresidente preso por corrupción en La Roca, recibían “sueldo” de PDVSA (la empresa petrolera de Venezuela). Luisa agachó la mirada y no dijo nada.
Para Noboa el momento más complicado fue cuando respondió que no va a cobrar la deuda que su familia tiene con el SRI, sino que dejará que actúen las instituciones del Estado. Olvidó que es el presidente de la República.
Fueron los instantes en que ni el sobre entrenamiento ni el prolijo estilismo de ella con un conjunto impecable de pantalón y blazar blanco. Y de Noboa con unos jeans, camisa sin corbata y saco, les ayudó a ocultar su incomodidad.
Incomodidad que también sintió el país ante el nivel del debate y las acusaciones que se hicieron y que dejaron honda preocupación porque hablaron de mafias. En fin.
La pregunta más repetida tras un debate suele ser quién ganó. En este caso, aun no hay respuesta.
Lo único cierto es que, el domingo, Noboa surfeó las olas agresivas de Luisa González, y las soportó con estoicismo hasta que encontró en la Rana René —descubierta en los chats de la Liga Azul— un dardo contra su oponente.