Su superflua excelencia
Periodista, escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción.
Actualizada:
Se atribuye a uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos haber calificado de “Su superflua excelencia” el cargo de vicepresidente. Benjamín Franklin (1706-Filadelfia-1790) había inventado el pararrayos: por tanto, sabía que la vicepresidencia era inútil en las tempestades de la guerra y la política.
La Teoría General del Estado trata de la Ciencia Política y del Derecho Público. Ambas se enfocan en el estudio del Estado como entidad jurídica y política. Y ambas contienen doctrinas y principios que teóricamente justifican la existencia de la vicepresidencia de la República en regímenes democráticos.
Lo más importante de ellas es la Doctrina de la Sucesión Presidencial y la Doctrina de la Estabilidad del Gobierno. Sostienen la necesidad de un sucesor claro y determinado en caso de ausencia definitiva del titular para asegurar la continuidad y unicidad del liderazgo del país.
Sensatas teorías; sin embargo, la experiencia y constancia históricas no siempre coinciden con ellas. La poca eficacia de este cargo ha sido patente en muchos casos y en otros contraproducente. Recuerden los lectores a Jorge David Glas Espinel (elegido en 2013 y reelegido en 2017, cesado en 2018). Glas está encarcelado con varias sentencias por corrupción durante el desempeño en ese cargo. Lo reemplazó Ma. Alejandra Vicuña (2018), Otto Sonennholzer (2018-2020) y Ma. Alejandra Muñoz (2021). Al menos hubo continuidad en el nombre de las vices.
El vicepresidente de EE. UU., John C. Calhoun tuvo una tensa relación con el presidente Andrew Jackson, renunció en 1832 y desencadenó una crisis de gobierno. Durante la campaña de Richard Nixon contra John F. Kennedy en 1960, le pidieron a Dwight Eisenhower que citara alguna de las grandes decisiones que su vicepresidente Nixon le había ayudado a tomar. La respuesta fue: “Si me dan una semana, puede que piense en alguna”.
¿Qué ha significado para nosotros la Vicepresidencia de la República? A lo largo de su historia, Ecuador ha tenido 20 constituciones y la figura del vicepresidente ha sido una constante en la mayoría de ellas, pese a lo cual no ha logrado consolidar una posición históricamente relevante.
Con un papel más ceremonial que práctico, sin funciones ejecutivas claras ni de peso, limitado fundamentalmente a la expectativa de la sucesión presidencial en caso de ausencia definitiva del titular —lo que deriva en ambiciones, conflictos de poderes e inestabilidad política—, más gastos administrativos y burocráticos sin responsabilidad significativa, este cargo es una carga.
“El vicepresidente de la República es un conspirador a sueldo”, clamaba Velasco Ibarra levantando el interminable dedo cuando fue elegido por quinta ocasión (1968-1970) y tuvo de vicepresidente a uno indeseado, Jorge Zavala Baquerizo de Izquierda Democrática, no elegido en su misma papeleta, porque así lo determinaba la norma constitucional y legal de entonces. El “conspirador a sueldo” había sido su vicepresidente Carlos Julio Arosemena Monroy, (1961) quien de algún modo le birló a Velasco Ibarra una buena parte de la cuarta presidencia del Profeta.
Sumemos a esto la bronca, el alboroto, la bulla que nos trae el divorcio regional entre Daniel y Verónica, presi y vice que, sin haberse conocido ni amado, se embarcaron en una canoa sin remos y que hacía agua. Atizado el odio, entraron los demonios de la injusticia, la venganza, los líos electorales.
En fin, la Vicepresidencia es un lastre que debe ser abolido cuando el destino nos conceda la suerte de tener un líder verdadero que derogue la Constitución vigente, reestructure la institucionalidad del Estado y nos devuelva el futuro.