Elecciones: Última línea entre el narcoestado y el Estado formal

Periodista, escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción.
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Lo que sucede en Ecuador tiene una magnitud sin precedentes en la historia moderna: unas elecciones en las que no solo compiten partidos políticos, sino realidades morales irreconciliables.
Por una parte, el Estado formal, corroído por dentro, debilitado y muy frágil por fuera; por otra, un sistema paralelo de fuerzas abyectas constituido por el narcoestado, que, de manera profunda, está infiltrando las estructuras institucionales y sociales. Las elecciones del próximo domingo serán, pues, un enfrentamiento entre la Ley y el Crimen, entre la supervivencia del país o su disolución definitiva.
¿Podrá esta democracia representativa decadente e infiltrada por mafias y estructuras criminales vencer a semejante enemigo? ¿Se puede derrotar a las mafias con las reglas que ellas mismas han diseñado, como son la Constitución y el Código de la Democracia? ¿Y qué calidad muestran muchos candidatos?: “De 2.089 aspirantes a la Asamblea, 236 tienen procesos penales en su contra, 733 tienen declaraciones tributarias pendientes, y 153 tienen deudas con el fisco”.
El mundo no tiene un manual sobre cómo desmantelar un narcoestado porque este fenómeno es nuevo, mutante y letal. Los intentos de enfrentarlo en países como México, Colombia, o Afganistán han sido parciales y, en muchos casos, derrotas estrepitosas. Pero hay una certeza innegable: ningún país ha vencido el crimen organizado con gobiernos débiles, discursos vacíos, disparando decretos o con reformas cosméticas.
La historia ha demostrado que solo el liderazgo firme, estratégico y con visión puede revertir el colapso y transformar una nación hundida en el desgobierno y la corrupción en un modelo de desarrollo, orden y seguridad. Singapur lo hizo. Hace 60 años, era un país miserable, sin futuro. Hoy es una potencia global gracias a un liderazgo que no tembló ante la crisis, que no cedió a la podredumbre de la política tradicional y que actuó con determinación implacable.
Esa es la solución para Ecuador: liderazgo; pero no cualquier liderazgo, sino uno que rompa las estructuras habituales del poder, que enfrente a sus propios miedos, que desafíe las inercias tradicionales y que sacuda la indiferencia de la sociedad convirtiéndola en un actor activo en esta batalla por la supervivencia. Un liderazgo dispuesto a enfrentar a un enemigo que solo entiende el lenguaje del poder, no de la conciliación, y consciente de que la corrupción es un cáncer que no se cura parcialmente y que cada acción tibia no es neutral sino una victoria para el sistema envilecido.
Necesitamos un liderazgo revolucionario, urgente e impostergable, que tome medidas decisivas para la reestructuración del poder político e institucional, para evitar el inminente colapso del Estado democrático. Entre estas medidas, destaca el cambio inmediato de la nefasta Constitución de Montecristi que nos rige, ya sea a través de una Asamblea Constituyente, siempre que se garantice con una eficaz estrategia que el poder constituyente no sea secuestrado por las mafias, como ocurrió en 2007 y 2008. De esta suerte, se evitará un efecto nefasto y contradictorio.
La lucha contra un narcoestado no es solo una batalla contra el crimen, sino un proceso de un nuevo pacto social, una refundación política y económica del país. Para lograrlo, se necesita audacia, inteligencia y, sobre todo, un compromiso ético inquebrantable.
La del próximo domingo no será una elección más. Será un parteaguas en la historia. ¿Estamos listos para reinventar el Estado formal? Porque, si no lo hacemos, el narcoestado seguirá reinventándose hasta decretar nuestra humillante derrota ante nuestros hijos y ante la historia.