Sobrevivir no depende solo de la valentía, sino del arma correcta
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Periodista, escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción.
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¿Apoyo de fuerzas extranjeras en la guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado? ¡Por supuesto que sí! O se lucha con las armas adecuadas y el respaldo necesario, o se condena a la nación a ser extinguida por las fuerzas criminales que la acosan. No hay más opciones.
Las llamadas bandas progresistas, junto con sus tropas se han apoderado del destino de algunos países. En las últimas décadas, afortunadamente, están en declive. En su afán de dominación, han malversado dos instituciones históricas: los Derechos Humanos (DD. HH.) y el concepto de soberanía.
Se han utilizado los DD. HH. tendenciosamente, según las circunstancias. El crimen internacional controla gran parte del mundo e impone que los DD. HH. deben protegerlo, incluso en perjuicio de sus víctimas. La soberanía ha sido manoseada de manera flagrante y escandalosa, al traicionar la esencia de su verdadero alcance.
Antes, la soberanía se concebía como el poder exclusivo de un Estado para gobernar su territorio sin injerencias externas. Hoy, además, se la entiende en términos de protección de los intereses nacionales: su seguridad, bienestar económico, estabilidad política y proyección internacional. Como puede apreciarse, el bien protegido por la soberanía, atendiendo al reto de los tiempos y al devenir histórico, ha migrado desde el concepto de territorio del Estado al pensamiento de protección de los intereses nacionales tanto en el orden interno como en el externo.
Por tanto, el tema tradicional de la “soberanía” ya no se agota en las autonomías dentro de las fronteras, como ocurría en los tiempos del Estado-nación. Hoy tiene un alcance mucho más moderno y extenso, por la obligada cooperación entre países y la debida protección de los derechos fundamentales universales. Este desarrollo ha enriquecido la noción de soberanía, y permite que los Estados actúen dentro de un marco de responsabilidad compartida y de interacción y apoyo mutuo. Y todavía más, cuando se enfrentan a un enemigo común: el crimen internacional organizado y sus más crudas expresiones: el narcotráfico, la delincuencia desatada y la criminalidad que azotan a varias naciones del mundo.
El hecho de que el gobierno ecuatoriano busque la colaboración de fuerzas policiales y militares internacionales para combatir su descarnada y desigual guerra contra el narcotráfico —un fenómeno de alcance global— es, por demás, obvio y necesario.
En otro contexto, la experiencia de Ucrania, que libra una guerra para defenderse de la invasión rusa con el aporte económico y militar de Europa y EE. UU. es un claro ejemplo de esta realidad internacional. La historia reciente registra cómo la resistencia afgana (1979-1989) recibió apoyo internacional contra la invasión soviética; cómo una amplia coalición internacional, liderada por EE. UU. lanzó la Operación Tormenta del Desierto para expulsar a las fuerzas iraquíes de Kuwait en la llamada Guerra del Golfo (1990-1991); o cómo, en 1999, durante el conflicto de los Balcanes, Bosnia recibió el respaldo de la OTAN para detener y aniquilar la represión serbia.
El esgrimir la tradicional soberanía como pretexto para oponerse a solicitar a la comunidad internacional su apoyo en los esfuerzos ecuatorianos por luchar contra un enemigo tan letal y despiadado es una actitud miserable.