Así vio Bartolomé Ruiz por primera vez la costa ecuatoriana
Periodista, escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción.
Actualizada:
Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Gaspar Espinosa fundaron en Panamá la Compañía del Levante, a principios de la década de 1520, para explorar las costas del océano Pacífico. El primer intento no les fue propicio. Tuvieron suerte cuando una cabalgada les dio el primer oro colombiano a orillas del río San Juan. Pizarro dispuso que Almagro trajera de Panamá caballos, vituallas y soldados, ordenó, además, al marino andaluz Bartolomé Ruiz echar un vistazo a las costas del sur y decidió quedarse donde estaba a esperar los resultados de la doble misión.
En ese momento entra Ecuador en escena. Con vientos favorables la nave de Ruiz había llegado a una hermosa bahía. El español tenía ante sus ojos las costas de Esmeraldas. Era el primer europeo que surcaba aguas ecuatorianas, veía playas risueñas y se asombraba de los nativos que pacíficamente se adentraban en la mar para darle la bienvenida. Echó anclas en el río Esmeraldas, fue tratado con afecto, pudo visitar tres pueblos grandes cuyos habitantes, presididos por tres personas adornadas con diademas de oro llevaban joyas del mismo metal. De los bosques cercanos le llegaban rachas de fragancias vegetales.
Ruiz se quedó dos días, fue agasajado y tuvo la sensación de haber sido conducido por el apóstol Santiago a un paraíso templado por la brisa del sur. Alegre volvió a la mar y siguió costeando, mirando maravillado una vegetación siempre verde, unos bien ordenados campos de cultivo, colinas suaves, bosques de árboles corpulentos y el humo de las viviendas.
Cuando se adentró en la mar para sortear unos escollos, saltó de asombro sin creer en lo que veía. Una balsa de vela triangular tripulada por una docena de personas se acercaba a favor de la brisa sobre el azul del mar profundo. Al abordarla halló cargas de tejidos de algodón y lana con bellos tintes de variados colores, vasos y otros objetos de oro y plata y una balanza para pesar oro. Era una balsa de la liga de mercaderes manteños que venía de Tumbes y se dirigía a Esmeraldas y Tumaco. Ruiz invitó a dos de los tripulantes a que lo acompañasen. El ánimo del andaluz era averiguarles qué había más allá, hacia la Cruz del Sur y, por si acaso, preparar traductores. Deslumbrado viró en redondo y a lo que le diera la fuerza de los vientos y los remos, fue a comunicar a Pizarro el hallazgo y lo que pudo colegir de las riquezas del Birú.
Hemos recordado la belleza de nuestro país y los comienzos de su esclavitud. Hemos vivido como hermosas aves tropicales enjauladas para dar placer a sus dueños, inconscientes de la crueldad con la vida y el ambiente.
La contemplación de la naturaleza es saludable para el alma. En medio del caos en que vivimos en nuestro precioso Ecuador, la oscuridad nacida de la corrupción y el alzarse de hombros, algunas crueldades de un presidente misterioso, las algazaras de la Asamblea y el olor a muerto de la función de Justicia más el peso amargo del plomo de la droga, andamos tristes, emigramos, vivimos al filo de la espada.
Nos traerá fortaleza y hasta alegría contemplar la extraordinaria belleza de la campiña ecuatoriana, la variedad de nuestras artesanías, las medallas olímpicas de los humillados y ofendidos y nuestros futbolistas de exportación. Alzar la cabeza y luchar por ser grandes.