Un debate sobre un debate
Periodista, escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción.
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En el debate del domingo 19 de febrero se midió en segundos el tiempo asignado a los candidatos; no en minutos, ni en cuartos de hora, ni en horas enteras, dicen unos.
Argumentan que El Señor estuvo crucificado durante tres horas y que la santa Biblia nunca afirmó que estuviera muriéndose por nosotros diez mil ochocientos segundos. Los otros replicaron: el debate duró más de las tres horas anunciadas para los 16 candidatos y nuestro método se fundaba en medir en segundos por precisión y comodidad.
Los unos dirán: para ustedes, así es, pero no para los candidatos. El debatir en segundos los puso nerviosos. Falso, argumentarán los otros: el candidato Noboa respondió la última objeción en décimas de segundo y tuvo tiempo para volar a la Casa Blanca y resguardarse bajo el sombrero de la primera dama.
Una maestra de sexto grado de primaria daba gramática a sus modestos alumnos. Eran diez, todos varones.
— Niños, tienen 40 segundos para escribir una frase sobre el debate presidencial. Estas fueron las tres mejores: El concejal de Londres jugaba en el Chelsea junto al Niño Moi. El candidato Tabacchi se santiguaba al final de cada intervención. Yo me casaría con la candidata Andrea González.
Dos locos apostaron a que se comerían su propia cabeza en setenta segundos, y serán elegidos asambleístas.
Un candidato ofreció crear quinientos mil empleos en cuatro años, lo que equivale a ciento veinticinco mil empleos por año; diez mil cuatrocientos dieciséis al mes y trescientos cuarenta y siete empleos cada día.
Que en las elecciones presidenciales de 2029 traslademos el mismo formato del debate a la víspera del evento para que todos podamos recordar lo que vimos, oímos, dudamos y criticamos.
La Constitución de 2008 es muy escueta cuando norma los partidos políticos. No hay requisitos suficientes y necesarios sobre el nacimiento de un partido, no hay nada claro sobre la formación de un político, no hay la necesidad de que sepa historia y geografía del Ecuador, ni unas bases financieras ni un dominio de la etiqueta de mesa, ni una indicación sobre fondos para financiar sus programas. Un curso leído sobre Don Quijote de la Mancha debe ser obligatorio en los partidos. Reducir la burocracia actual costaría millonadas.
Hay que cambiar la Constitución 2008. Volver a las tres funciones del poder, eliminar la cuarta del Consejo de Participación: siete cowboys o cowgirls dueños del control de un Estado sumido en tanta corrupción. Lo mismo con el Consejo de la Judicatura, una institución que se presta al truco y a nombrar gente ambiciosa, y que fácilmente puede caer en corrupción. Tampoco un Consejo Electoral Nacional. Volvamos a la sensatez y humildad de antes.
En este mundo donde el señor Trump es el nuevo emperador romano, la primera reprensión al emperador provino de una obispa presbiteriana que lo exhortaba a ser misericordioso y nada cruel. En efecto, leemos en el libro del Eclesiastés del Antiguo Testamento: “Consideré también todas las opresiones que se cometen bajo el sol. Vi llorar a los oprimidos sin que nadie los consolara; sin que nadie los consolara de la violencia de los opresores. Y consideré a los que ya han muerto más afortunados que los que todavía viven. Y más afortunados aún, a los que todavía no han nacido y no han visto las malas obras que se realizan bajo el sol. Y he visto que todo el afán y el éxito en el trabajo no es más que envidia recíproca. También esto es vanidad y querer atrapar el viento”. (4 4).