Don Daniel: ¡Nunca se logrará tanto con tan poco!
Periodista, escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción.
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La verdadera reconstrucción del Estado ecuatoriano y de su sociedad debe centrarse en reformar su estructura: reemplazar la actual Constitución basada en los Derechos Humanos interpretados por la discrecionalidad del mandatario de turno, con otra, asentada en la LEY, pues cuando la obedecemos, somos más libres y más felices.
La Constitución del año 2008 ha servido como un manual de la narco-revolución del siglo XXI y está llevando al país a una catástrofe casi irremediable; los recientes anuncios presidenciales reflejan el reconocimiento de que algunos cambios son esenciales para recuperar el futuro del Ecuador, arrebatado por la corrupción y el crimen.
Entre estos cambios se destacan la propuesta de una consulta popular para desechar la sesgada prohibición constitucional de establecer bases militares extranjeras en la lucha contra el narcotráfico; y la supresión del financiamiento estatal a partidos y movimientos políticos. La primera propuesta es eliminar algo metido con calzador en la Constitución de 2008; y la segunda es una tradición, que les ha dado a los candidatos tintineantes cosquillas en el bolsillo. Esta tradición le saca plata a una administración enflaquecida. Está tradición nos ha deshonrado. Esta tradición nos ha dado molinos de viento y sacos de harina de virutas y chucherías.
Sabemos que Daniel Noboa aún no posee la sabiduría ni la experiencia de un estadista, pero, como el Niño Jesús, irá creciendo en sabiduría hasta su resurrección de entre los muertos; pero, aun así, ha mostrado tener el coraje necesario para tomar decisiones que lo destacan del resto. Esto lo posiciona como un líder potencial que, comprendiendo la indivisibilidad de su circunstancia con la de la patria, podría convertirse en ese 'piloto de tormenta' que desesperadamente necesitamos para rescatar a la nación de este naufragio histórico.
Dicho esto, sugerimos al presidente que, si llega al fondo de su ser y deba, entonces, tomar la decisión trascendental que cambie la historia y lo inscriba con honor en sus páginas, derogue la Constitución de 2008 y restablezca, en unidad de acto, la vigencia actualizada de la de 1998. De este modo, evitaría condenarnos, a vivir atrapados en los intentos superfluos de enmiendas y reformas o, lo que es peor, en la imprudente aventura de convocar a una Asamblea Constituyente que, recurriendo al mismo populismo que dio vida al engendro de Montecristi, empeoraría aún más la situación (Const. Arts. 441 al 440).
¿Cómo lograrlo? La respuesta es simple: basándonos en la Disposición Final de la Constitución y aprovechando el poderoso recurso que esta otorga al presidente de la República en su artículo 104, inciso 2, que permite aplicar, mediante consulta popular, el antiguo aforismo romano convertido en Principio Universal: "Las cosas en Derecho se hacen y se deshacen de la misma manera". No hay gran complejidad en esto, solo se necesita sentido común y la comprensión de que el Derecho no se limita exclusivamente a las normas escritas. Existen otras fuentes fundamentales que garantizan la legitimidad y autoridad del sistema jurídico y político que organiza al hombre en sociedad, como la Jurisprudencia, la Costumbre, los Tratados Internacionales, y, de manera especial, los Principios y la Doctrina, a los que acudimos con esta tesis.
En resumen, ¡nunca se podrá lograr tanto con tan poco!
Sin embargo, lo que importa no es quién lo piense o formule, sino más bien quién lo ejecute y convierta en acción. Si existe un procedimiento mejor para salir de este esperpento constitucionalizado, debemos llevarlo a cabo ¡ya! No ignoremos el llamado de la oportunidad.