¿Para qué sirve la verdad?
Periodista, escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción.
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El charlatán se ha convertido en una figura representativa en el panorama político ecuatoriano. La charlatanería se ha consolidado como el rasgo distintivo de la superficialidad que domina la vida pública contemporánea.
Para muchos de nuestros políticos, la distinción entre la verdad y la mentira parece importar cada vez menos: dispuestos están a decir lo más absurdo y ridículo si eso les resulta conveniente. Aún más, los que hacen de la política un negocio rentable no se interesan por la verdad, el lenguaje, la cultura, la ideología, los principios morales; tampoco, por el hambre, la salud y el bienestar de sus compatriotas.
El excesivo número de candidatos para las próximas elecciones, junto con el desempeño de la Asamblea Nacional, hundida en el afán de masacrar a la Fiscal General para defender lo indefendible, confirma lo dicho. Salvo excepciones, los presidenciales y diputados parecerían entes cultores de la magia negra de la política, porque ofrecen lo que saben que no pueden cumplir.
«¿No será que nuestra despreocupada y superficial relación con los hechos nos está entonteciendo? ¿O es que “todo vale”? ¿No creen que, al menos, deberíamos preguntarnos para qué sirve la verdad?» se cuestiona Harry Frankfurt (EE.UU., 1929-2023), autor de 'On Bullshit', un ensayo filosófico sobre la charlatanería, publicado en 1986 y reeditado en 2005.
Esta obra es una reflexión esencial sobre la indiferencia hacia la verdad y los hechos en la sociedad contemporánea —posmoderna—. En este contexto, nadie se detiene a preguntarse cuál es el valor de la verdad, y el charlatán, víctima de una compulsión por hablar sin propósito, se convierte en artífice de su propia deshonestidad intelectual.
Sin embargo, a nadie parece importarle, porque la sociedad también ha caído en el consumismo de la charlatanería. Este fenómeno influye notablemente en la política, que a menudo se enfoca solo en la lucha por el poder y deja de lado el ejercicio de la verdad.
Según Frankfurt, mentir implica tener consciencia de la verdad para luego ocultarla o distorsionarla. En cambio, el charlatán no está interesado en si lo que dice es verdadero o falso, sino en que sea útil o conveniente. Esta falta de compromiso con la verdad lo diferencia del que miente y lo hace aún más peligroso, porque ni siquiera respeta la evidencia de los hechos.
Conforme más personas adoptan este tipo de discurso, se genera una cultura en la que la verdad pierde su valor. «El charlatán —argumenta Frankfurt— no rechaza la autoridad de la verdad como lo hace el mentiroso al oponerse a ella. Simplemente, no le presta atención. Y por esta razón, hablar sin fundamento se convierte en un enemigo más poderoso de la verdad que la mentira».
Un claro ejemplo de esta dinámica es el extenso análisis sobre Donald Trump, considerado un charlatán barato y proveedor de imágenes que ilustran la indignidad, el narcisismo y el infantilismo moral en la política.
A pesar de ello, sigue contando con millones de seguidores, algo que también ocurre en nuestro país —aunque a menor escala humana— con un líder caótico que, en pocos lustros, ha destrozado nuestra historia con una "revolución" hecha para robarle las herraduras a un caballo al galope. Un soberbio sin mérito, para quien la honestidad es tan real como los unicornios.