El Chef de la Política
Votemos bien
Politólogo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip)
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El domingo tenemos nuevamente la oportunidad de votar bien. Aunque toda persona que no esté inhabilitada puede y debe sufragar, la diferencia ente ese grupo humano y quien se precia de ser ciudadano está en el criterio con el que va a depositar su voto.
Votar bien significa valorar las opciones existentes y entregar la confianza a aquella que nos representa mejor. Votar bien, por tanto, es un ejercicio de comparar como pensamos sobre los diversos temas de la política, la economía y la sociedad y lo que al respecto piensan los candidatos. Si bien es difícil que cualquiera de los presidenciables tenga identidad absoluta de criterios respecto a los nuestros, la responsabilidad cívica está en buscar a quién más se asemeje a nuestras preferencias.
Dado que votar bien se torna más complejo por el número excesivo de candidatos existentes, necesitamos el apoyo de diversas fuentes. Los medios de comunicación son una de ellas. En ese grupo, hay que darse modos para discriminar entre quienes tienen una verdadera vocación por informar y los que simplemente son portavoces de una candidatura en particular.
Algo similar ocurre a nivel del periodismo. El país tiene periodistas serios, con pretensión de objetividad y capacidad de orientar el debate público. Hacia ese tipo de profesionales debemos volcarnos, evitando caer en las garras del que funge de periodista pero que en realidad no es más que el canal de expresión de una organización política o abiertamente actúa, a la par, como asesor de campañas electorales.
El análisis de especialistas es otra fuente de apoyo para votar bien. Al igual que en el caso de los periodistas y los medios de comunicación, acá el ejercicio cívico que tenemos para los días siguientes está en discriminar a quienes efectivamente ofrecen una opinión fundamentada de los que simplemente utilizan los espacios públicos para favorecer las candidaturas para las que trabajan.
Asesorar a una organización política es perfectamente legítimo, no lo es titularse fraudulentamente como analista frente a un micrófono o una cámara. En medio hay una cuestión ética que no admite mayor discusión. Igualmente cuestionable es el analista que, sin tener apegos específicos hacia una candidatura, opina de todo tema, sin discriminación alguna. Un día es experto legal, al siguiente una eminencia en seguridad, luego en comunicación, economía, deportes, arte, cultura y demás. Si queremos votar bien, tenemos que prender las alertas frente a los todólogos.
Finalmente, las encuestas de opinión nos dan una idea de cómo marchan los candidatos y pueden, en alguna medida, servirnos para votar bien. Nuevamente, el país tiene cada vez menos trabajo de este tipo que sea confiable por lo que nuestra obligación está en separar la paja del trigo.
El que es encuestador no es analista, esa es una premisa a tener presente. Hay que diferenciar espacios. El que es encuestador no es funcionario público o candidato, otro elemento de juicio al momento de valorar los números que ahora mismo invaden las redes sociales. A propósito de lo dicho, luego de que el proceso electoral haya terminado es imprescindible hacer una evaluación de las encuestadoras para en función de ello seguir otorgando confianza a las que realizan bien su trabajo, que sí las hay, y para sancionar éticamente a aquellas que no son más que vehículos propagandísticos de las chequeras que mejor se comportan.
Votar bien no es fácil, sin duda, pero es nuestra obligación si nos asumimos como ciudadanos. Votar bien es un ejercicio complejo en cualquier régimen democrático y es aún más difícil es contextos como el ecuatoriano, en el que la oferta electoral es tan amplia que no propicia la mejor decisión del votante sino el hartazgo. A pesar de ello, tenemos responsabilidad directa sobre los resultados de este domingo, por lo que es necesario votar bien. Al igual que en nuestras actividades cotidianas, el domingo tenemos que asumir nuestro compromiso ciudadano con la seriedad que ello amerita. Luego, cuando todo esté consumado, ya no habrá espacio para las quejas ni los reproches.