El Chef de la Política
Con dinero, cualquier decisión judicial se consigue
Politólogo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip)
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Una de las máximas que orienta la vida social de Ecuador es que, con dinero, se consigue prácticamente cualquier decisión judicial. Si además de dinero se tiene influencia política, mejor. Ahí se consigue incluso que se declare al día como noche o viceversa. Hasta lo más descabellado es factible y depende simplemente de cuán generoso sea el oferente y cuán ambicioso sea el juez o fiscal. Todo tiene su precio, desde la providencia más insignificante, pasando por la tarifa extra para sacar copias de los expedientes o el “cariñito” al perito, hasta la sentencia en sala de casación de la Corte Nacional. Todo se puede hacer o deshacer, solo es cuestión de proponer.
No hay distinción por importancia del caso ni tampoco por el tipo de juzgado que tramita el entuerto. A todo nivel la corrupción es posible, aunque con algunas diferencias de forma. Si son cosas de poca monta lo que se litiga, se paga menos y se negocian cuestiones puntuales. En ocasiones, basta que el propio usuario del servicio judicial identifique al funcionario que se encarga del intercambio para que lo que se busca se consiga. No hay mucho trámite ni ciencia en ello. Abarcadora como es, la corrupción judicial no distingue clase social ni entorno cultural. Con que el dinero esté por delante, los jueces o fiscales se ponen a las órdenes. En las causas más cotidianas de cualquier juzgado o fiscalía se puede observar este tipo de operación delictiva.
Si se trata de cuestiones más importantes, de esas que llegan a las cortes provinciales, la cosa cambia. No alcanza solamente con tener dinero. Ahí se necesitan los contactos. Ni cualquier abogado ni cualquier servidor judicial sirven por igual. Hay que saber quienes son los elegidos del juez o del fiscal. Los lobistas, diríamos, para darles una mayor sofisticación. Agnados o cognados del funcionario corrupto o amigos cercanos, son los que se dedican a la tarea de mediar entre la impudicia del que decide y la ausencia de principios éticos del abogado defensor y su cliente. Como hay más sujetos en la relación delictiva, la negociación toma más tiempo y el pago es mayor. Todos llevan. Entre todos se conjuga. Además, no hay que olvidar que son salas de tres jueces y ahí la solidaridad prima. El ponente tiene una tajada más grande pero las firmas de sus colegas de tribunal no se dan gratis.
Pero si el entuerto es de quilates y hay que ir a la Corte Nacional, el guion y actores son distintos. Primero, el lobista viste mejor traje y eso tiene que ser subvencionado por los justiciables. Segundo, hay estudios jurídicos con los que los jueces tienen más confianza para las trafasías, así que para mayor fluidez del negocio será preferible contar con sus servicios. En algunos casos, esa no es solo una sugerencia sino una imposición. Si se cuenta además con el espaldarazo de un amigo metido en la política, mejor aún. Casi todos los jueces deben favores, muchas veces relacionados con su propia llegada a los cargos, por lo que eso, la influencia política, siempre ayuda. No exime del pago, desde luego. Te ayudo con el caso, pero igual pagas… y bastante. Como los intereses son jugosos, no se retribuye necesariamente en vil metal. En ocasiones, un cargo clave para el familiar o el amigo con el que se hace otro tipo de negocios ilícitos, es la mejor moneda de intercambio.
Lleva el juez de primera instancia, los de cortes provinciales y los nacionales. Unos usuarios pagan poco y otros mucho. El mortal de a pie se endeuda para la coima menuda y el señorón incluye en alguna cuenta contable obscura los montos asignados para este tipo de gestiones judiciales. Los abogados que patrocinan bajo este esquema, felices. Llenos de fama y prestigio mal habido. En ocasiones, cuando la desfachatez es su compañera de vida, hasta se dan modos para aparecer en los medios de comunicación, llamando a la transparencia y ruborizándose por el lodazal que ellos mismos se encargan de promover día a día. Por eso la gente cada día prefiere resolver sus problemas por mano propia o por una prestada, con costas, aunque no tan altas y con resultados efectivos y rápidos.
Esa es la radiografía de nuestra justicia. Con dinero se puede conseguir prácticamente cualquier decisión judicial. Ahí está resumido, en una sola frase, el macabro escenario con el que convivimos. Afortunadamente, no todo está perdido. Hay un puñado de jueces, fiscales y operadores de justicia honestos, que bregan día a día con la indeseable tarea de tener en la oficina contigua a delincuentes de alto calibre y que, pese al hedor que tienen que soportar, siguen ahí, luchando por recuperar algo del prestigio que alguna vez, hace mucho, tuvo la justicia ecuatoriana.