El Chef de la Política
Nuestro diablo
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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¡Cuántas cosas se han dicho en tu nombre!, diablo querido o diablo odiado. Unos te veneran y otros te repudian. Para algunos eres el origen del mal, para otros el camino a la verdad está en ti. No importa la interpretación que se asuma ni la perspectiva de análisis, lo cierto es que, sin tu presencia, diablo sempiterno, la vida misma perdería sentido. No es exageración. La dualidad, necesaria para entender la esencia de las creencias, por ejemplo, te asigna un rol crucial, don diablo. Así de importante eres. ¿Qué haríamos sin ti? Nada. Absolutamente nada.
En la búsqueda de un referente de unidad nacional, los ecuatorianos tenemos en ti, diablo, nuestro punto de encuentro. Eres el alfa y el omega. Antes de ti, nada. Después de ti, todo. Nos llegaste humanado en forma de juez y todo lo hiciste bien, desde luego. Buen verbo, buena gesticulación. Ni se diga de tus dotes para persuadir a múltiples auditorios. ¡Quién como tú, nuestro diablo! Unos instantes, unos mínimos instantes, te son suficientes para que la seducción, encarnada en tus ideas, nos abrace a todos. Por eso la justicia cambió contigo.
Tanto hiciste por nosotros que tu siguiente paso debe ser la política. Claro, ser juez nacional o dirigir el Consejo de la Judicatura, es muy poco. Para presidente de la república te queremos, gran diablo. Como Wilman te nos presentas y como Terán te nos ausentas. No importa en cuál de tus dimensiones aparecerás mañana, siempre estaremos contigo. ¡Ni Alfaro ni García Moreno! Farfulladas. Acá quien levita, predica y nos orienta es nuestro diablo. A todos, sin excepción, les haces notar que tu sabiduría está más allá del conocimiento terrenal. ¡Cuánta soltura! ¡Cuánta sobriedad! ¡Cuánta lucidez!
Nuestro diablo, no obstante, tiene su lado humano. Por eso le queremos más. Se arrepiente de haber sido venal en algún momento. Llora, gime y declara públicamente que, a pesar de ser juez nacional, se dejó vencer. Que le han convencido para condenar a quién no debía, balbucea. ¡Tranquilo mi diablo! A cualquier mortal le declararíamos pusilánime por lo que has hecho, pero a ti, jamás. Sigue en tu camino hacia la trascendencia como ya lo hicieron otros grandes iniciados, con los que compartes ya las delicias de la inmortalidad.
Apiádate de nosotros, gran diablo, si alguno osa, de forma maledicente, achacarte algún delito. Siempre hay gente así. Que has manipulado designación de jueces. Que has distribuido prebendas o que has festinado judicaturas a cambio de unas pocas monedas. Esos son algunos de los cargos que te imputan. No te preocupes, las grandes mayorías estamos contigo. Mejor, pasemos de este asunto a otro de fondo. Danos algo de tu luz. Ofrécenos tus enseñanzas y derrama sobre este, tú pueblo, tu sabiduría.
Afortunadamente, en la Asamblea Nacional, esas almas reveladas han confiado en tu absoluta inocencia. Te quisieron enjuiciar políticamente unos pocos, pero ahí estuvieron tus apóstoles para tutelar tu nombre y ponerte a buen recaudo. Ellos han sido lo suficientemente lúcidos para acoger tu confesión como una forma de expiación de culpas. Te redimiste con la otra luz que a la distancia nos cobija. ¡Bien, mi diablo, bien! Toma tus votos por la abstención, ahí están. Ahora solo es cuestión de que aguantes el tiempo en los juicios profanos que te han puesto. Luego, veremos.
Gran diablo. Gran Wilman. Gran Terán. Ya volverás a cargos públicos. Hasta tanto, tu sabiduría nos seguirá iluminando desde el presidio. Sin embargo, tenemos la obligación moral de decirte algo. No confíes en los diablillos que ahora han salido en tu defensa pues mañana, utilizando la misma declaración de arrepentimiento que has hecho, te podrán enjuiciar. En ese caso, el dicho popular que señala que el diablo paga mal a sus devotos, quizás opera en forma contraria. Ojalá no te paguen mal, mi diablo.