La sombra del fascismo

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Brasil siempre tuvo para nosotros la imagen de un país de gente alegre, de samba y carnaval, de esas playas con sus mininas bronceadas en filho dental y, sobre todo, del jogo bonito que practicaba la mejor selección del mundo, la del 70, con el rey Pelé y una corte de cracks.
Pero detrás de esa pantalla vibrante de color y vida se movía a sus anchas y en total impunidad el aparato represivo de una dictadura militar que espiaba, secuestraba, torturaba y hacía desaparecer a los opositores. Instalada desde 1964, la brasilera era la abanderada de las dictaduras anticomunistas impulsadas por EEUU en plena guerra fría contra la Unión Soviética.
Entre las/los guerrilleros de esa época, la más conocida es Dilma Rousseff, quien fue torturada y guardó prisión durante tres años, pero un caso mucho más dramático fue el del exdiputado de izquierda Rubens Paiva, secuestrado en su propia casa por agentes militares en 1971. Ante su desaparición, su esposa, Eunice, inició una búsqueda indeclinable durante 25 años hasta que un Gobierno ya democrático le extendió el certificado oficial de la defunción de su marido.
Esta historia que la conoció todo Brasil le rondaba en la cabeza a un director de cine muy destacado: Walter Salles, brasilero también, de familia de millonarios, educado en la Universidad Católica de Río y en la Universidad de California, donde se educaban los capos del cine gringo.
Famoso por ‘Estación Central’, Salles había dirigido también ‘Diarios de motocicleta’ sobre la juventud aventurera del Che Guevara, película que recibió un Oscar a la mejor canción original, la del uruguayo Jorge Drexel. El domingo pasado su filme ‘Aún estoy aquí’ también ganó el Oscar a mejor película extranjera. Se trata de una adaptación de la autobiografía del hijo varón de Rubens, Marcelo, que se centra en una familia feliz que un día es visitada por el horror.
Al principio del filme, como los Paiva son acaudalados, la cámara se regodea en la mansión y en la entonces exclusiva playa de Leblon y en la dinámica familiar, hasta que vemos casi de paso que la TV empieza a informar sobre el secuestro del embajador suizo Bucher y se multiplican las redadas represivas que desembocan en el apresamiento y la tortura de Rubens Paiva, actos que, por supuesto, la dictadura niega.
Entonces empieza a crecer la recia figura de Eunice, muy bien interpretada por Fernanda Torres: es la esposa y madre de cinco hijos que debe tragarse la desesperación para sacar adelante a la familia mientras continúa la búsqueda del padre y se da tiempo para estudiar Leyes.
La filmación pasa sin aspavientos de la luz a la sombra, del sol y el mar carioca a las mazmorras de la dictadura, a donde llevan a Eunice y una de las hijas. El resto tienen que verlo, no solo porque se trata de un filme muy bien logrado sino también muy oportuno ahora que el mundo se precipita otra vez en los regímenes de corte dictatorial o neofascista y J.D. Vance –ese insidioso vicepresidente de EE.UU. que desde ya se perfila como heredero de Trump– aboga por el partido neonazi en Alemania y asume la posición de Putin frente a Zelensky.
Este artículo también ha pasado sin aspavientos del cine a la política internacional. Hoy, desembarazado Washington de su discurso liberal y del fastidio de los derechos humanos, desnudada bruscamente su esencia imperial y autoritaria, no tiene problema en aliarse con la imperial Rusia en contra del último bastión de la democracia occidental.
Eso funciona, además, porque los oligarcas que rodean a Putin hablan el mismo lenguaje que los billonarios que rodean a Trump en esta nueva fase del capitalismo salvaje que se impone en el planeta.