La diplomática
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Cuando chicos, lo que realmente nos importaba de una película eran los actores. “Ese man trabaja bien”, era el comentario decisivo en la esquina del barrio. Pero si el man había hecho el papel de malo, en la próxima película no podíamos verlo actuando como bueno.
A Keri Russell, la protagonista de la cautivante serie ‘La diplomática’–cuya segunda temporada devoré en el largo feriado–, la descubrí como espía rusa infiltrada (o sea, como ‘mala’) en ‘Los americanos’, la estupenda serie de hace una década.
Quienes la vieron entonces se llevaron, en este agosto, una sorpresa mayúscula cuando hubo un canje de espías con EE.UU. y Putin recibió con un ramo de flores a la pareja de espías rusos que se habían hecho pasar como argentinos en Buenos Aires y tuvieron dos hijos. Luego fueron trasladados a Estonia, donde les capturaron. Lo increíble es que esta familia parecía calcada de la pareja de ‘Los americanos’, infiltrada en EE.UU., con dos hijos gringos que tampoco sabían de las actividades criminales de sus padres.
¿Logra Keri Russell ejecutar con solvencia el paso de ese personaje siniestro, camuflado entre la clase media gringa, al glamoroso y poderoso papel de embajadora de EE.UU. en Londres?
Pues sí, y ese aire middle class, desaliñado en el vestir y el peinar, y esos tropiezos de novata en las grandes ligas, ayudan mucho a que los paisanos del común empaticemos con ella mientras nos conduce por palacios de otro modo inaccesibles y enredos que ponen en riesgo la paz del planeta.
Recapitulemos: la primera temporada arrancaba con el estallido de una nave de guerra británica en el Medio Oriente. A partir de ese atentado, que nadie reinvindicó, pero que apuntaba a Irán o Rusia, se fue desarrollando una trama a ratos inverosímil, pero con unos personajes secundarios cuyas características personales divierten y enganchan al espectador.
Se destaca Rufus Sewell en el papel del marido de la embajadora, un diplomático más ducho y sagaz que ella, quien no se resigna a mantenerse en segundo plano, lo que agudiza las contradicciones de una pareja que vive al filo del divorcio, pero que, al mismo tiempo, se acolita mutuamente en los vastos salones y ocasionalmente en la cama.
La pregunta de fondo es cómo podemos creer que una embajadora como la descrita conspire con el canciller inglés para tender una trampa a su primer ministro, de quién sospechan que es responsable del atentado, que habría sido concebido para unificar al reino ante la agresión y evitar la salida de Escocia.
La respuesta es clásica: si está bien estructurada, una obra de ficción, sea película o novela, logra la ‘suspension of disbelief’ de la que hablaba Coleridge y que consiste en suspender el pensamiento crítico y la lógica para disfrutar de una obra de arte. Para que mejor funcione, se envuelve a la ficción con diversos elementos de la realidad, como la obvia amenaza de Irán y Rusia y el juego actual de las potencias en el tablero mundial.
Se supone, además, que en el mundo de los servicios secretos y de la diplomacia prima la doblez, nadie delata sus intenciones y la realidad nunca es lo que parece ser hasta el final, cuando se resuelve la intriga.
Ese juego, que nos entretiene en el mundo de la ficción, se vuelve peligroso y hasta tenebroso cuando un actor político, digamos Donald Trump, impone su ficción, un relato plagado de falsedades, mitos, odios y promesas irrealizables. Y más de la mitad de la población vota por él.
Consultores y publicistas repiten hasta la saciedad que en política lo que cuenta es la imagen, que la realidad es lo que la gente cree que es la realidad. Poniendo en morocho el refinado concepto de Coleridge, una buena campaña aumentaría la predisposición del electorado a comer cuento, a creer que los haitianos comen perros, que la Justicia está manipulada por los malvados para perseguir a adversarios impolutos y que él va a arreglar todos los problemas.
Convertido todo en espectáculo, ¿qué es más divertido: la realpolitik o su parodia? Cuando presidente, Obama confesó que veía ‘House of Cards’ porque era más entretenida que la Casa Blanca de la vida real. Sería interesante saber qué piensa de la serie ‘La diplomática’ (si es que la ha visto) nuestra diplomática estrella, Ivonne Baki, quien está a punto de volver a Washington, donde tiene mucho más experiencia y dominio escénico que la protagonista de la serie.