A la playa, con 'La Llamada' en el bolsillo
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Bajar por el Tatatambo equivale a despachase en un par de horas un ejemplo notable de los logros y fracasos de la vialidad nacional. La vía Santo Domingo – Alóag fue culminada a dinamitazo limpio por la empresa Granda Centeno hace 60 años. Era, en ese momento, una obra de gran importancia pues acortaba el camino entre Quito y Guayaquil, incorporando grandes áreas de la tierra más fértil del país. Además, Santo Domingo de los Colorados, que así se llamaba, se convirtió en el principal eje de caminos del país e inició su espectacular crecimiento.
Pero se inició también la patética historia de la vía que, además de los innumerables accidentes, cada año era, y sigue siendo, interrumpida por los derrumbes invernales. Poco a poco, tomándose no años sino décadas, se fue ampliando el ancho del asfalto y da gusto bajar esta mañana soleada de sábado pues el paisaje es imponente y el tráfico, moderado.
Pero, para vergüenza de todos los gobiernos que vinieron luego, y a pesar de dos booms petroleros, en la parte baja uno se topa con la misma carretera original de chulla carril por lado. Increíble. Inaceptable. Este es el eje Quito–Guayaquil, ni más ni menos, cruda imagen de la falta de planificación y visión de país.
Pasamos por el legendario self-service Miravalle, que ha cerrado sus puertas, y seguimos por la ruta tradicional que avanza por El Carmen y Flavio Alfaro hasta la parte montañosa de Las Crespas, cuyo corazón rocoso presentó una tenaz resistencia a los constructores del camino en los mismos años 60. Conectada finalmente con la ruta del Tatatambo, esta vía redujo en horas la conexión de Chone y el resto de Manabí con Quito.
Pero –siempre hay un pero– las peligrosas y húmedas curvas de Las Crespas se volvieron tristemente conocidas por los accidentes letales de buses de pasajeros, camiones y otros vehículos, siniestros que acontecen periódicamente. Hace poco hizo noticia el enésimo bus que cayó al abismo en el mismo sitio y no hay potencia humana ni divina que remedie o mitigue tal maldición.
Rodeamos Chone por el paso lateral, donde bullen triciclos y pequeñas motos cuyos conductores viven en peligro permanente. Y lo generan. Ahora, por el margen derecho del río Chone, se observa las antiguas chameras secas y grandes bancos de arena en medio de un caudal disminuido por la sequía, mientras en las lomas se yerguen los clásicos ceibos.
Al día siguiente paseamos por la playa de Canoa, pueblo que ha sobrevivido al terremoto, la pandemia y el narco. Bajo un toldo refrescado por el viento, me hundo en la lectura de ‘La llamada’, relato de no ficción en el que la talentosa periodista argentina, Leila Guerriero, con miles de entrevistas, libros y documentos, va armando el retrato vivo, no en blanco y negros, de un personaje fascinante que nada en la ambigüedad propia de las grandes novelas, pero con toda la fuerza de la realidad.
Proveniente de una familia de altos militares, guapísima, inteligente, jovencita, Silvia Labayru fue secuestrada y conducida a la infame ESMA (Escuela Superior Mecánica de la Armada) cuando llevaba 5 meses de embarazo. Fue torturada, pero la mantuvieron viva para que diera a luz y después la obligaron a mantener encuentros sexuales con uno de los oficiales, que sería sentenciado por violación cuatro décadas después.
Por haber sido una de las poquísimas sobrevivientes de la ESMA, donde casi 5.000 personas fueron arrojadas vivas al Río de la Plata, ya exiliada en España con su hija Vera, Silvia debió enfrentar el rechazo y las críticas feroces de los argentinos exiliados allá, quienes la tildaron injustamente de traidora. Crueldad sobre crueldad.
Aunque varios entrevistados reconocen que los montoneros estuvieron errados con su política de provocación y atentados, la respuesta militar fue el terrorismo de Estado, la tortura universal y el exterminio. (Hoy, sin embargo, el gobierno de Milei, su vicepresidenta en particular, busca reivindicar a esos militares sentenciados por criminales).
Con los testimonios de Silvia recogidos en muchísimos encuentros, exhibiendo un amplio dominio de las técnicas narrativas, Guerreiro recrea también la vida de la gente que la rodeaba hasta el 2022: familiares, novios, amigas, que van dejando en claro las ansias de vivir, la astucia, la fortaleza y la belleza de una muchacha que fue secuestrada cuando tenía 20 años.
Es tan envolvente y dramático el retrato de una cuasi generación de argentinos que ‘La llamada’ ha sido seleccionada como el libro del año por los críticos de ‘Babelia’ y merece más párrafos aquí, pero el estómago también tiene sus exigencias, de modo que vamos con la Paula a almorzar en el Iche, restaurante de alta cocina ubicado encima de San Vicente. Ojalá persista pues está muy bien.