Los que sí quieren volver
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Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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¿Está tan mal el Ecuador como para que nadie quiera vivir aquí? Depende de qué Ecuador hablamos pues existe una diferencia inmensa entre vivir, por ejemplo, en la Nueva Prosperina o en la isla Mocolí. Pero no seamos populistas, vamos por partes.
Desde la crisis del 99, que expulsó a tanta gente, hemos visto miles de noticias, documentales y artículos sobre el drama de los migrantes, en especial, de aquellos que emprendían hasta hace poco la ruta por el Darién, Chiapas, el Tren de la Muerte y la frontera del río Bravo, para terminar hacinados en una Nueva York que no daba abasto.
Ahora, el tema se ha revitalizado con los expulsados por Trump, pero en este vértigo de la información donde las noticias agotan su novedad rápidamente, el asunto se está saturando. Después de tantos sacrificios y tanta angustia, que la repatriación se convierta en una rutina es un cruel desenlace. Pero eso es hace 20 años, una rutina que nadie tiene presente pues las deportaciones se vienen dando consistentemente desde el año 2005 con un promedio de 13.000 deportados por año, de los cuales el 80% no quería quedarse acá e intentó o logró volver a EE.UU.
Sabemos que el factor económico es la principal motivación del fenómeno migratorio; incluso la inseguridad se subordina a él. Pero existen en Ecuador y en América Latina, en general, otro tipo de migrantes, de un nivel socioeconómico y cultural más elevado; entre ellos hay muchos que quieren volver, aunque suene descabellado.
Un reportaje del diario ‘La Nación’, de Buenos Aires, expone los motivos de los que vuelven libremente a la Argentina, aclarando que la gran mayoría de migrantes argentinos son jóvenes, solteros, clase media, buena educación, ascendencia europea (por no decir blancos que se mimetizan bien en España e Italia, con nacionalidad y todo, anoto yo).
Quienes retornan hablan de la sensación de haber cumplido una etapa o de no haber tenido la experiencia esperada. Añaden otros un cambio de orden económico en el país (es decir, el efecto Milei). Y todos han sentido afuera nostalgia por el estilo de vida en la Argentina. Es decir que han revalorizado lo propio, la cultura, el humor, los asados…
De los ecuatorianos hagamos un poco de historia. En 1980, mucho antes de que el tema se pusiera de moda, pasé un mes en Queens, efectuando un reportaje a fondo de la colonia ecuatoriana. Recuerdo que los/las migrantes de primera generación todavía soñaban con volver a su tierra porque extrañaban a la familia y los amigos, mantenían valores tradicionales, no dominaban el inglés y nunca terminaron de adaptarse, en fin, pero estaban atados a la Gran Manzana por sus hijos, criados o nacidos allá, que ya no se identificaban con el terruño paterno más allá del cebiche y los llapingachos.
Había de los otros también, de los que querían acumular un capital para volver a montar un negocio independiente. Sueño válido, aunque pocas veces realizado. Y estaban los que enviaban dólares para construír esas mansiones desproporcionadas y con vidrios tornasolados, lo más llamativo posible, en el campo del Austro.
No, la mayoría no volvió, pero eso no significa que tuvieran en EE.UU. una vida fácil en términos económicos, legales o afectivos, a lo que se añade la discriminación y las humillaciones que debieron soportar por el inglés mal hablado, el color de la piel, el nivel de estudios y el tipo de trabajos que les correspondía por su bajo estatus.
Siempre hubo excepciones, por supuesto, pero eran eso: excepciones, eran los pocos que descollaban por algún talento especial. Pero ellos también les tocaba pagar: en ‘El brutalista’, película que puede obtener mañana un par de Óscar, vemos la serie de humillaciones que soporta un arquitecto judío que estudió en la Bauhaus y se destacó en Hungría hasta que llegó el Holocausto. Sobreviviente, desembarca en América, donde, a pesar de su talento arquitectónico y su bagaje cultural, descubre que no le quieren por judío, por pobre y porque es un desecho de la guerra europea.
En Ecuador, nuevamente, quienes sacan la cara son los indígenas otavaleños, ese pueblo de emprendedores y viajeros que han establecido sus negocios por el ancho mundo, desde Bogotá hasta Australia, pero que siempre vuelven a Peguche en estos precisos días para la fiesta del Pawkar Raymi, cuyo principal evento es el mundialito de fútbol. Ojalá metan muchos goles y sigan dando ejemplo a este país desesperanzado.