Shrinking
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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A veces pensamos que solo acá se hace ese tipo de trampas, como vender granola en una caja de cartón grande y atractiva, aunque el contenido que viene en una bolsa interna se ha encogido con los años hasta ocupar solo la mitad de la caja. El resto es aire, nos venden humo. Como los políticos.
Este encogimiento es una variante del viejo truco de algunas panaderías que, para mantener el precio del pan por unidades, achican su tamaño y/o bajan la calidad de sus ingredientes, como si el consumidor fuera un tonto que no se da cuenta del abuso.
¿Cosas exclusivas del Tercer Mundo? Pues no: el otro día vi por casualidad en televisión que también en EE. UU. suelen reducir mañosamente el tamaño del producto. Tanto así que esa manipulación tiene un nombre preciso: shrinking. Además de encogimiento, a poco de navegar descubro que hay una serie sobre psicólogos y terapeutas que lleva el mismo nombre: Shrinking. Ello porque al psicólogo se le llama peyorativamente ‘shrink’.
Pero lo más curioso, lo que les acerca a nosotros, es que ese apelativo proviene de la reducción de las cabezas de los enemigos, que practicaban algunos pueblos amazónicos. (Sí, el ritual de las tzantzas). Se colige que eso es lo que haría el psicólogo, el shrink: reducir la mente del paciente.
Aquí, este artículo podría dispararse hacia el cuestionamiento del marketing comercial o la defensa de la terapia psicológica. Prefiero tomar una vía paralela, la del marketing político, donde el shrinking es el pan de cada día. Pan y circo; con un circo agrandado y un pan encogido.
En esta época de campañas políticas se oye a cada rato que los estrategas se dedican a vendernos su producto (el candidato) en un envoltorio llamativo y simpático, breve como un TikTok y vaciado de contenido. No viene siquiera la mitad de la granola sino una caja llena de humo.
Hasta fines del siglo pasado, cuando todavía funcionaban los partidos y las ideologías, uno sabía (más o menos) qué representaban Borja, Durán Ballén, Nebot o Mahuad. Eso brindaba un cierto orden, un sentido de pertenencia y permanencia. Pero todo se fue reduciendo hasta terminar en la pura fachada. Si no, díganme por favor dónde se ubican o qué ideología política tienen Daniel Noboa o Jean Topic, Luisa González o Henry Cucalón.
Se afirma también que la propaganda en las redes está reduciendo la percepción de muchos electores que no se enteran de nada importante. Ni les importa. Pero dejando de lado a la política, hay otro tipo de reducción del cerebro que es realmente sorprendente y puede sonar políticamente incorrecta aunque dependa de la biología.
En un artículo publicado en el New York Times un investigador comenta los resultados de haber escaneado el cerebro de cierto número de padres antes y después del nacimiento del primer hijo. Dichos escaneos reflejaron algo similar a un estudio anterior que mostraba que cuando los mujeres se convierten en madres, sus cerebros pierden volumen de materia gris. Lo que no es tan grave como suena pues pueden funcionar con mayor eficiencia y fortalecer el vínculo emocional con el recién nacido.
¿Es demasiado aventurado especular que algo semejante sucede con los muchos electores que, ante la merma de la información objetiva y de la racionalidad política, aumentan el vínculo emocional con alguno de los candidatos?
Frente a este panorama angustioso donde cualquier cosa puede pasar, muchos articulistas y comentaristas políticos se lamentan por la ausencia de partidos e ideologías claras y definidas. En otras palabras, claman por un retorno al pasado (que no era ninguna maravilla pues de aquellos polvos vienen estos lodos). Retorno imposible porque el mundo avanza hacia el reino de la inteligencia artificial, donde está discusión será obsoleta, si ya no lo es.
Al menos podríamos exigir que el defensor del consumidor obligue a que nos vendan la caja llena y el pan completo para el desayuno.