Gary Oldman se echa un pedo a 110 mil km/hora
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
Actualizada:
Dos extraterrestres observan desde el espacio sideral las luces y estallidos de los festejos de Año Nuevo que se realizan en la Tierra.
–¿Qué sucede? –pregunta el uno.
–Celebran que su planeta cumplió otro ciclo alrededor del Sol.
–Qué idiotez. Eso ha pasado 4.500 millones de veces. ¿Por qué dijiste que había vida inteligente en ese microscópico planeta?
–Bueno, han logrado crear armas nucleares…
–Sí, para exterminarse entre ellos. Vamos a otro lado.
Vistos desde el espacio, quizás no somos más que eso. Pero antes de deprimirme aquí abajo, me dedicó a arreglar un mueble, algo que había prometido realizar el primero de enero del año pasado.
Entonces, en plena tarea manual, se me prende el foco y vislumbro que, por diminutos que seamos, somos nosotros los que le damos sentido, desde nuestro punto de vista, al juego vertiginoso entre lo macro y lo micro, entre la inmensidad inabarcable del universo y un tornillo que perfora la madera de la pata de un sillón en un apartamento de Quito, dizque ubicado en la Mitad del Mundo, de nuestro mundo.
Porque, así como en una función de teatro se acata los límites del escenario, del horario y de la historia, ampliando la metáfora nos correspondió llevar adelante la aventura humana en este minúsculo rincón del universo y, desde la ameba original hasta Albert Einstein, no lo hemos hecho tan mal.
¿Cómo terminará? Nadie lo sabe. Puede que nos vuelva a impactar un asteroide como el que acabó con los dinosaurios. De hecho, la NASA habla del asteroide Bennu que podría chocar con la Tierra el 24 de septiembre de 2182, día de la Virgen de la Merced. Eso, si es que mucho antes algún psicópata como Putin no ha desatado el holocausto nuclear.
En este contexto tan vulnerable, cobra sentido festejar cada vuelta que completa la Tierra alrededor del Sol, con nosotros todavía encima, a una velocidad de 110 mil km/hora.
Bien, ahora que el sillón ha quedado más fijo y estable que el sistema político ecuatorial, me dispongo a cumplir con otro asunto pendiente desde hace rato. Me refiero a la serie inglesa ‘Slow Horses’ que ya va por la cuarta o quinta temporada y sigue cosechando excelentes críticas.
Inmerso en la primera temporada, coincido en que es un buen nombre: caballos lentos. Y torpes, y desaliñados, así son los espías del legendario M15 que han cometido errores y han sido destinados a una sección especial, una suerte de purgatorio dirigida por Jackson Lamb, un espía viejo, alcohólico, cínico y flatulento que les menosprecia y humilla cotidianamente, pero que el rato en que son forzados a entrar en acción, resulta que se las sabe todas.
Con guión adaptado de las novelas de un señor Mick Herron, de quien no se había oído por estos lares, la historia presenta una atractiva variante al trillado tema de los espías, con toques de cine negro y ácido humor inglés, y con un grupo de no–tan–fracasados–agentes que cuentan entre ellos con un hacker tan genial cuanto desagradable.
Si añadimos la estupenda caracterización de Lamb que lleva a cabo Gary Oldman, y el muy profesional trabajo de los actores secundarios, se explica el éxito de esta serie que se adorna con la canción inicial de un tal Mick Jagger.
¿Falta algo? Claro, no hay primero de enero que uno no se proponga hacer más ejercicio. Aunque en este caso, para entender algo de los dilemas del universo, opto por la gimnasia mental. Y qué mejor gimnasia que seguir las partidas de los nuevos maestros del ajedrez, un ejercicio tenaz que la computadora vuelve muy manejable.
De modo que surfeo hasta una partida reciente del Campeonato Mundial de Rápidas entre el campeón Magnus Carlsen y el bielorruso Denis Lazavik. Es un juego muy audaz y disruptivo donde unos caballos nada lentos brincan que da gusto por todo el tablero, acompañados por sus rumbosas reinas.
El ejercicio consiste en, jugada tras jugada, pensar en qué harías tú y qué hacen ellos y por qué. Finalmente Lazavik, que ha sacrificado piezas por posiciones, doblega al campeón Magnus Carlsen y yo, agotado, me meto al sobre mientras el planeta continúa rotando sobre su eje a 1.666 km/hora, Gary Oldman se echa un pedo y el sillón permanece bien atornillado. Ojalá que llueva café.