El gancho es García Márquez

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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A Feliza Bursztyn, que literalmente rompió con sus chatarras móviles los moldes de la escultura colombiana de los años 60, la vida le fue haciendo pagar caro su rebeldía social, sexual y artística, pero tuvo al final la fortuna de que dos grandes escritores, Gabriel García Márquez primero, y Juan Gabriel Vásquez después, le concedieran la inmortalidad.
Y aquí nos tienen, a miles de fascinados lectores de Hispanoamérica, hablando de ella como si estuviera viva, que lo está y mucho en las páginas de ‘Los nombres de Feliza’, flamante novela de Vásquez, de quien Ariel Dorfman dice, en el New York Review of Books, que “ha sucedido a García Márquez como el maestro literario de Colombia”, tamaña afirmación que le echa encima a una legión de envidiosos, pero sería deseable que primero lean esta y sus anteriores novelas, así como sus lúcidas columnas de El País, y después comenten. Entonces, paremos la oreja.
Cuenta Juan Gabriel Vásquez que, en 1996, cuando quería convertirse en escritor y deambulaba por París (¿por dónde más iba a andar?) leyó una columna ya vieja de García Márquez donde el oriundo de Aracataca contaba que la escultora Feliza Burstyn se había muerto de tristeza en un restaurante ruso al que la había invitado a cenar junto con su pareja, Pablo Leyva, y dos colombianos más.
A Vásquez le sorprendió no saber nada de la vida de esa escultora colombiana que se había exiliado por segunda vez en París, e intuyó que allí había el material para una novela, pero la idea tardó tres décadas en cuajar y acaba de ver la luz con una foto en blanco y negro de la guapa y resabiada protagonista en la portada, con un elegante cigarrillo en la mano. Fumadora ella que ya se había arruinado los pulmones por inhalar los vapores tóxicos al moldear con soplete las chatarras de sus esculturas.
Hitos: Feliza abandonó a su primer esposo, un gringo tosco, y a sus tres hijas, y escapó con un poeta brillante. Conmoción. Para apaciguar a la comunidad judía de un barrio high de Bogotá, sus padres polacos hicieron una ceremonia con ataúd y todo, declarándola muerta. Pero ella siguió más creativa y desafiante que nunca y su muestra ‘Las histéricas’ obtuvo el decidido respaldo de la temida crítica argentina Marta Traba, que vivía en Bogotá, donde no dejaba títere con cabeza. (Es la misma Marta que osó criticar, en Quito, la obra de Guayasamín, causando tremendo revuelo en un medio mucho más provinciano que todavía hoy no asimila las críticas).
Luego presentaría ‘Las camas’, donde las figuras de metal se movían bajo unas sábanas. ¿Descaro sexual? Que no, respondió. Lo único que hice fue meter en la cama a las histéricas. Y soltó una de sus célebres carcajadas.
Entre las varias figuras del mundo cultural y político que desfilan por la novela, quien se roba la película es la segunda pareja estable de Feliza, el mentado, memorioso y bondadoso Pablo Leyva, a quien Vásquez dedica la novela pues sus recuerdos y su complicidad resultaron fundamentales.
Como le tocó a su generación colombiana, Feliza se movería entre el influjo de la Revolución cubana y el surgimiento del M19. Dato este importantísimo pues al volver de exponer su obra en La Habana, la escultora que se oponía a la violencia fue acosada por la inteligencia militar bajo la acusación de ser correo de la guerrilla.
Para salvar el pellejo, ya martirizado por un terrible accidente automovilístico en Cali, logró asilarse en la Embajada de México y viajar al DF donde los García Márquez la alojaron durante meses, hasta que halló refugio en el París de Mitterrand; con más precisión, en la calle de Mitterrand pues se ubicó exactamente frente a la casa en la que vivía el presidente.
Sí, eso me gusta mucho de Vásquez: que las fuerzas de la historia interactúan y dialogan con los personajes de sus novelas, ya sea en la separación de Panamá, auspiciada por EE UU para manejar directamente el Canal en construcción (Historia secreta de Costaguana); o el delirio de la guerrilla y la China de Mao vistas a través del cineasta Sergio Cabrera (Volver la vista atrás).
En definitiva, Feliza exprimió su vida y su época hasta agotarlas y se murió de un infarto en el mejor escenario posible, con el inminente Premio Nóbel sentado a su lado y antes de que la alcanzara la vejez. Hechas las sumas y las restas hay que decir ¡chapeau! ¿Quién no se quisiera ese final?