Las guerras del agua
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Como si los apagones no fueran un viacrucis suficiente, los candidatos presidenciales intentan aprovecharse de la irritación popular para presentar videos con payasadas y soluciones mágicas del problema. Pretenden ser graciosos y atractivos, pero solo son guachafos y falsos, mas falsos que una moneda de trapo.
Por eso es que la gente no cree a los políticos y opina que la culpa de los apagones se debe: 1) a que el gobierno correista se robó la plata y construyó mal las obras; 2) a que Noboa es un inepto y no hizo lo que debía para arreglar el problema; 3) mirando al cielo, la culpa es de San Pedro, que no hace llover.
En realidad, las tres interpretaciones se complementan, pero los políticos en campaña no se atreven a encarar la verdadera dimensión del problema porque, según sus asesores de publicidad, deben vender alegría, esperanza, soluciones. Nadie votaría por un gil que anuncie que hemos llegado a un punto de no retorno y ni siquiera él, o ella, lo puede remediar.
Por fortuna, sí hay gente seria que lanza advertencias cada vez más apremiantes. Por ejemplo, el lojano Arturo Villavicencio, quien formó parte del equipo que ganó el premio Nobel de la Paz en el 2007 por sus estudios sobre el cambio climático. Cuando le entrevisté en 2014, criticó las barbaridades que hacía el Gobierno de Correa en Yachay y en el sector energético, pero lo que más me impactó fue oir que muchas de las guerras del siglo XXI serían por el agua.
“Se puede prever una ola de refugiados, de conflictos entre los países, especialmente por efecto del agua. Algunas zonas serán invivibles”, dijo y llegó a plantear la escalofriante hipótesis de que los Estados Unidos podrían desunirse porque California, por ejemplo, depende del agua de Nevada y si le cierran la llave, arde Troya.
Diez años después, ahora que el calentamiento global avanza a ritmo de incendios feroces, huracanes, glaciares derretidos y osos polares moribundos, John Dunn acaba de publicar el artículo ‘Peor que los apagones’ donde nos pide dejar de creer que el problema es energético o político. “Hemos entrado en una etapa de dramáticas fluctuaciones climáticas; y de seguir las tendencias actuales, nos enfrentaremos pronto a una grave crisis de recursos, siendo el agua lo siguiente en escasear”.
La amenaza de esa catástrofe en la salud mental ya se hace sentir. Yasmín Salazar habla de la ecoansiedad, o “miedo crónico al daño ambiental irreversible y la desesperanza ante la magnitud de la crisis climática. Frente a las advertencias científicas y la sensación de inminencia del colapso, muchos… experimentan un profundo estrés emocional”.
Añádase que decenas de reuniones y cumbres de naciones no han desembocado en una política efectiva.
Así, para regular la emisión de los gases con efecto de invernadero que incrementan el calentamiento global, más de 130 países, incluido EE.UU, firmaron el Procolo de Kyoto a fines del siglo pasado. Pero el gobierno de Bush hijo se desmontó del asunto y mucho quedó en veremos.
Donald Trump fue más allá al negar olímpicamente el cambio climático, aduciendo que es una patraña de ecologistas, marxistas y partidarios de Kamala Harris. De modo que si el supremacista blanco gana las elecciones, que Dios nos coja confesados.
No son solo los gringos, claro: China e India contaminan más todavía y existen líderes como Bolsonaro que fomentan la quema de la Amazonía para introducir ganado. Por ello, todo lo que apunte a frenar la agresión a la naturaleza –como reducir el consumo de combustibles fósiles–, es positivo. Pero, paradoja ecuatoriana, el supuesto defensor de la Pachamama, Leonidas Iza, construyó su imagen de revolucionario incendiando Quito para mantener el subsidio a los combustibles, medida que aumenta su consumo y la contaminación ambiental.
En realidad, el cambio climático puede acelerar mucho más que cualquier líder el estallido social. A fines del siglo pasado, un geógrafo francés de la Orstom informaba que el planeta Tierra estaba entrando en una fase de calentamiento, de la misma manera que, en el siglo XVIII hubo un periodo de enfriamiento global y las heladas y las sequías afectaron tanto a la agricultura y la vida cotidiana de los franceses que fueron uno de los detonantes de la Revolución de 1789.
Al paso que vamos, cuando grandes regiones se vuelvan invivibles por la sequía, esas oleadas humanas, empezando por África, se multiplicarán y arrasarán con lo que encuentren a su paso. Mientras tanto, los candidatos (incluido el presidente) siguen haciendo payasadas y ofreciendo electricidad, seguridad y empleo por arte de magia.
Puestos a creer, en vez de esperar un milagro de esos charlatanes cabe acudir a los profesionales y hacer lo que se viene haciendo desde la Colonia: sacar en romería a la virgen del Quinche para que haga llover. A veces da resultado.