El macho gringo y los comedores de mascotas
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Como en los rituales religiosos, cada cuatro años hay que insistir en que el resultado de la elección en EE.UU. es tan importante para todo el planeta que todos deberíamos tener derecho a votar en ella. A los electores gringos, en cambio, no les suele preocupar mucho la política exterior, salvo cuando hay conflictos graves y costosos, como las guerras de Vietnam o Ucrania o la masacre de Gaza.
Pero en estas elecciones hay un tema que se ha convertido en el eje de la campaña de Trump y que nos concierne directamente: las oleadas de migrantes que suben desde el sur y en las que se cuentan miles de miles de ecuatorianos.
Trump ha desatado un campaña de odio y xenofobia impresionante, acusando a los latinos de ser criminales sedientos de sangre que vienen a corromper y destruir América –se entiende que América es la sociedad blanca de EE.UU; los demás somos foráneos– y la solución que plantea consiste en deportaciones masivas.
En cuanto a Ucrania, echa la culpa de la guerra no al invasor sino a Zelensky ofrece resolver ese conflicto antes incluso de posesionarse. No hay que estrujarse el cerebro para entender que cortará toda ayuda a Ucrania y bendecirá las conquistas territoriales de su amigo Putin.
Last but not least, en el acto electoral desarrollado la semana pasada en el Madison Square Garden, en pleno corazón de la ciudad de las migraciones por antonomasia, entre insultos a puertorriqueños, mexicanos y haitianos “que comen perros y gatos”, una multitud febril coreaba también la destrucción final de Palestina.
Puestas así las cosas, cabría deducir que los millones de millones de inmigrantes que ya pueden votar, lo harán por Kámala Harris. No hay tal pues el voto árabe está reticiente, y el voto latino, que antes iba mayoritariamente a los candidatos demócratas, ha ido girando hacia los republicanos de modo que, en estos últimos días de campaña, se asiste a una disputa frenética por dicho voto en los estados que decidirán la elección presidencial.
En otras palabras, esa ‘boutade’ de que todo el planeta debería participar en esta elección se cumple, aunque de un modo restringido, dentro del territorio norteamericano, donde conviven gentes que llegaron de los cuatro rincones del mundo.
Sería interesantísima una encuesta de cómo votarían los latinoamericanos en cada país. Habría, sin duda, una corriente tradicional que respondería “por ninguno de los dos pues ambos son representantes del imperialismo yanky”. Supongo también que Kámala, negra, hindú y liberal que atrae allá el voto mayoritario de las mujeres por su apoyo al derecho al aborto, no obtendría igual respaldo al sur del río Grande, donde siguen pesando los valores religiosos exacerbados por los altos prelados y por líderes como Milei y Bolsonaro.
Decir Milei es decir el apoyo incondicional de él y su fanaticada a Trump, sin olvidar acá que, en la campaña del 2016, el entonces presidente Correa manifestó que sería positivo que ganara Trump para agudizar las contradicciones. Y Putin pensaba igual pues sus hackers intervinieron decisivamente en contra de Hillary Clinton y hoy apuntan contra Kámala Harris.
Sin embargo, hay que reconocer que Trump ha sido magistral en la construcción de un personaje que toca las fibras más hondas de su electorado: el macho gringo, rubio, arrogante, grosero, millonario y triunfador, que desdeña y denigra a todos los que no son como él : mujeres, negros, latinos, chinos, demócratas, etc. Por algo admira a Hitler.
Además, cuando hace y dice lo que le da la regalada gana, nos recuerda a otro mito populista, Maradona, a quien sus fieles, que se contaban por millones, no solo le perdonaban los excesos sino que los santificaban cantando: “Si yo fuera Maradona/viviría como él”.
Pero si en Maradona la autodestrucción era auténtica, se advierte en Trump el montaje teatral de un showman carismático cuyo discurso hiriente y desmesurado busca conmover y reforzar los vínculos con su base popular. Por eso, por el dominio de la tarima y por azuzar el rencor y el resentimiento social contra las élites, nos recuerda a Abdalá Bucaram, incluyendo las mentiras, la absoluta falta de escrúpulos y las condenas penales.
Si los ecuatorianos pudiéramos votar, ¿quién le parece a usted que ganaría acá: Trump o Kámala?