Sacándole provecho al covid
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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El covid sigue ahí, vivito y coleando con sus mutaciones, pero nos hacemos los locos hasta que nos agarra de la oreja, o, con más precisión, de la nariz. Es como el narcotráfico: vivíamos como si no pasara nada hasta que nos estalló en la cara, o, con más precisión, en la pantalla de TC.
Sucedió que hace dos semanas volví a contagiarme. Menos mal que los síntomas fueron leves, pero debí permanecer recluido en casa, coincidiendo con la histórica cuarentena del presidente Biden, en cuya su mente afectada por el virus se estaba decidiendo casi que el destino de Occidente.
Al mismo tiempo, para mayor inri, Donald Trump era nominado en la convención republicana y escogía como su vicepresidente a J. D. Vance, que había contado su vida en ‘Hillbilly una elegía rural’, libro convertido en bestseller por su crudo retrato de la decadencia rural y eso que gusta mucho en EE UU: la superación individual del protagonista.
Lejos de ahí, en medio de la nada andina, este servidor emprendía la lectura largamente aplazada de ‘El infinito en un junco’, ensayo que lanzó a la fama a Irene Vallejo, destacada columnista del diario correista ‘El País’ de Madrid.
En efecto, doña Irene escribe muy bien y es una helenista a carta cabal. Aunque recién voy por la mitad, confieso haberme deleitado con las anécdotas que giran alrededor de la Biblioteca de Alejandría, de la ‘Ilíada’ y la ‘Odisea’, de Alejandro Magno y su general Ptolomeo y el paso de los relatos orales al surgimiento de los textos escritos sobre papiro y más tarde sobre pellejo: estamos hablando de los orígenes de la civilización de la escritura, esta misma civilización occidental que los rusos y los ayatolas quieren pasarse por el forro.
Con tiempo de sobra, me animé también a ver la película que rodaron a partir de la autobiografía de Vance. Se trata de un muchacho gordito y atribulado, hijo de padre ausente y madre drogadicta (Amy Adams), una más de los millones de familias pobres, rurales y disfuncionales que dejó atrás la globalización y son caldo de cultivo del trumpismo.
La abuela, interpretada por una enérgica Glenn Close, es quien cría al chico y le imparte coraje y sentido. Así, Vance superará la miseria, se enrolará como marine y al volver de Irak será un aprovechado estudiante de Leyes.
Lo que escapa de esta historia de superación es que no se convertirá en un buen tipo, solidario con los pobres, sino en todo lo contrario: un ultraconservador lleno de odio contra las mujeres que abortan, o intentan la fecundación in vitro o no tienen hijos. Un oportunista que hace cuatro años decía que Trump era el Hitler americano y ahora, financiado por otro billonario, está feliz de ser el súbdito elegido.
Con el gancho de su peligrosa actualidad y gracias a dos buenas actrices, la película se deja ver, aunque no le llegue ni a los calcetines a esa película de culto que también está a la manito en Netflix y miro por tercera vez, ahora que cumple 50 años y yo sigo en cuarentena. Me refiero a ‘Chinatown’, la última obra maestra que dirigió en EE.UU. el genial Roman Polanski antes de huir a Europa por el abuso a una menor. Otro genio con rabo de paja.
En este thriller policial y político que no envejece, un Jack Nicholson joven y en pleno ascenso luce ya esa sonrisa cínica y enigmática que será su sello personal. Con sombrero y nariz cortada por meterla donde no debe, es un detective privado afincado en Los Ángeles en los años 30, el estilo Philip Marlow, que investiga un caso de corrupción de agua y tierras municipales donde otro millonario perverso (John Huston) tiene billeteados a jueces, policías y autoridades, e incluso abusa de su hija, interpretada por una Faye Dunaway salida de ‘Bonnie and Clyde’.
Pero otra vez la realidad supera a la más delirante ficción: tras ese atentado hollywoodense y su coronación en la convención republicana, cuando Trump creía tener la presidencia en el bolsillo, irrumpió Kamala Harris y en 72 horas emparejó la pelea. Nada está decidido aún, pero ella goza por ahora de los focos y la iniciativa. ¿Habrá que agradecer al infausto covid por haber terminado de apartar a Biden?