No existe Dios sino la guerra, el cáncer y una hija lesbiana
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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La película sobre Lou von Salome que comenté aquí empezaba con la quema de los libros de Sigmund Freud en la hoguera nazi. Otra película, ‘La última sesión de Freud’, estrenada el año pasado, empieza con la invasión de los ejércitos de Hitler a Polonia en septiembre de 1939, desencadenando la Segunda Guerra Mundial.
Existen más similitudes: la estupenda actriz alemana que representaba a Lou cuando muchacha, Liv Lisa Fries, interpreta ahora a Ana Freud, la hija de Sigmund que vive con él en Londres, a donde han escapado de la persecución a los judíos. En la vida real, Lou y Ana fueron amigas y practicaban juntas el psicoanálisis.
Sin embargo, esta ‘Ultima sesión’ no aconteció en la realidad: se trata del encuentro ficticio, pero verosímil, entre C.S Lewis y Freud, un Freud interpretado por Anthony Hopkins y aquejado por un cáncer terminal de mandíbula, cuyos terribles dolores intenta calmar con una mezcla de whisky y morfina, pero sin dejar de fumar.
Más joven, C.S Lewis también un renombrado escritor y comentarista que se hizo ateo en la juventud (igual que Freud) pero volvió al redil. Ahora, en el ahora de la película, llega a casa del psicoanalista a confrontar su visión del mundo, aclarándole de entrada que no hay que ser un imbécil para creer en Dios “y que quienes lo hacemos no sufrimos de una neurosis obsesiva”.
A Freud le sorprende en cambio que alguien tan inteligente como Lewis haya “abandonado la verdad para creer en un sueño ridículo, una farsa insidiosa”.
Es obvio que no se van a poner de acuerdo y el tono de confrontación e ironía sigue a lo largo del film. Sin embargo, la enseñanza que extrae un observador atento es que –como un paso indispensable del desarrollo intelectual– cada persona debe cuestionar algún momento la existencia de esta figura imaginaria pero omnipotente en cuyo nombre se sigue matando a tanta gente.
Más visible que Dios es la guerra, por supuesto. Freud habla de Hitler y el monstruo que todos llevamos dentro, pero el diálogo es entrecortado. Una mejor fuente son las opiniones de Freud expresadas antes, en medio de la Primera Guerra Mundial, en su ensayo ‘Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte’. A ello se añade la correspondencia que mantuviera con Eistein en los años 30, cuando ya se advertía el horror tecnológico.
Aunque suene inverosímil, desde el inicio de la Primera Guerra, Freud se entusiasmó con el ímpetu bélico de su imperio, el austrohúngaro, y se sentía orgulloso de sus hijos que combatían en primera fila. En la película, ante el cuestionamiento de Lewis, Freud se reconoce falible, lleno de contradicciones como cualquier otro ser humano.
Sin embargo, en sus ensayos científicos trata de explicar la conducta de los Estados a partir de los traumas de los inviduos y detalla la presencia del instinto de destrucción, autodestrucción y muerte. Pero el Estado va más allá: “El Estado combatiente se permite todas las injusticias y violencias que deshonrarían al individuo”. Además, difunde la mentira a sabiendas y “se desliga de todas las garantías y convenios que había concertado”. Palabras que mantienen una insoslayable vigencia.
Hacia 1930 ha pulido la idea de que las pulsiones destructivas, cuando superan a las fuerzas psíquicas que las inhiben, desenmascaran al hombre como una bestia salvaje que no conoce el menor respeto por los seres de su propia especie. Se diría que la presencia irreductible del Mal hizo de Freud un pesimista que veía a la educación como “una profesión imposible”.
Otra contradicción: en la película vemos que el mismo genio que revolucionó la visión pacata e hipócrita del ser humano al destapar el inconsciente y poner a Eros y el principio del placer sobre el tapete, mantiene con su hija Ana una relación de dominación y exclusividad que le impide aceptar su relación lésbica con otra mujer.
Como yo soy fan de Liv Lisa Fries desde que la descubrí en la serie ‘Babylon Berlin’, que también sucedía en los años 30, siento que su personaje Ana es más carnal y real que los fantasmas y complejos de Lewis y de Freud, de modo que su parte es la más convincente y más cinematográfica.
Porque, tal como este artículo, ‘La última sesión’ es un conjunto de frases sonoras que van punteando temas como en una presentación de Power Point. Corresponderá a los espectadores curiosos investigar luego por su cuenta mientras los dos protagonistas quedan magullados en la pantalla.
Queda un Freud atormentado por el cáncer, por la guerra, por una hija que busca su camino; un viejo exiliado que tres semanas después recurrirá a la eutanasia. Y queda un Lewis aterrado ante la muerte por el trauma que desarrolló en las trincheras; un escritor que se aferra a esa fe recuperada, tan útil en tiempos de guerra y muerte.
Acá también, luego de la guerra del Cenepa, recuerdo que el general Paco Moncayo declaró: “Yo no he visto ateos en las trincheras”. Sí, eso confirma la función innegable de la religión, el alivio que genera, pero no confirma la existencia de Dios fuera del cerebro; solo delata el temor tan humano e irracional al más allá. Como dice Freud en la película: “Todos somos cobardes ante la muerte”. Aunque él, no tanto.