La belleza insolente de algunos tipos
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Circula en las redes una foto de Mick Jagger sentado al extremo de un sillón con cara de abatimiento mientras su novia, que se halla a su lado, coquetea abiertamente con Alain Delon, ese actor “de belleza insolente” como lo calificó acertadamente el Clarín de Buenos Aires. A escasos centímetros del rostro de la muchacha, un Delon elegante y seductor ejerce un magnetismo irresistible.
En estos días que siguieron a su muerte, los medios y las redes se llenaron de semblanzas, opiniones y fotos de las grandes películas en las que participó, cuando el cine y la cultura de Francia todavía encandilaban a Occidente y él era modelo de la belleza y la elegancia masculinas. Todo eso cambió y hacía rato que Delon no quería seguir viviendo. Mirarse en el espejo de sus películas debe haberle causado un hondo dolor. Y algo de rencor que lo llevaba a apoyar a Le Pen.
Por otro lado, esa calificación “de belleza insolente” me hizo acuerdo de Jorge Guerra, el actor chileno creador de Pin Pon que estaba radicado temporalmente en Quito. En una reunión de trabajo, Guerra le preguntó a una aspirante a actriz que estaba sentada a nuestra mesa qué edad tenía. “Diecinueve cumplidos” respondió ella con una sonrisa tímida y él, que andaba por la cincuentena, acotó: “Eres insolentemente joven”.
Otro divo de la misma época era Paul Newman, quien hizo el papel de marido alcohólico de Liz Taylor en la inolvidable adaptación de ‘El gato sobre el tejado caliente’, de Tennessee Williams. Liz no tenía un cuerpo espectacular, pero cuando el óvalo perfecto de su cara y sus ojos violetas colmaban la pantalla, no había nada que hacer.
Sí, Paul Newman lucía también una pinta avasalladora, pero no era Alain Delon; era gringo y del Actor’s Studio y todavía estaba influenciado por Marlon Brando. En cambio, el francés no actuaba, no tenía escuela; simplemente era como era, irradiaba en la pantalla y fuera de ella. Brigitte Bardot, la otra belleza sensual que compartió la gloria y la cama con él, lo ha recordado con nostalgia como una bestia salvaje, de esas que ya no se dan.
Y nosotros pobres, mirando desde esta remota hondonada de los Andes a esas estrellas del celuloide, más lejanas que los dioses del Olimpo, pero igual de caprichosas y narcisistas. Solo Toty Rodríguez, que actuó en Francia en los años 60, volvió a dar fe de que allá existía gente así.
Tiempo después, frecuentaba yo un restaurante italiano de La Mariscal cuando el barrio era todavía el eje de la movida quiteña y en esa barra pasaban cosas. Una noche, anclado a una copa de Chianti, escuchaba a un argentino cuarentón y colorado que se lamentaba con el barman. “¿Te acordás de las propagandas gigantes de biberones que cubrían Buenos Aires?” El otro continuaba secando las copas, profesional, impertérrito. “¿Te acordás del nene con el biberón?... ¡Ese nene era yo, el nene más lindo de Buenos Aires!”
Ya se había marchado el argentino cuando ingresó un hombre esbelto de unos 25 años que parecía modelo de Giorgio Armani o Pierre Cardin, con un abrigo de piel de camello y reverberante corbata de seda. Era italiano y conocido del barman, quien cambió de actitud: no todos los días en Quito le sirves un Campari naranja a un figurín, no al abotagado nene más lindo de Argentina.
Un par de años después vi al italiano por la esquina de la Calama, donde vendían droga abiertamente; era casi irreconocible, el retrato reeditado de Dorian Gray, escuálido, mal vestido, con el pelo grasoso, la degradación total. Tampoco a él le habrían creído que fue el tipo más pintón de La Mariscal.
Volviendo a la foto del inicio, la chica embelesada por el actor francés ilustra también los últimos años del cine como gran creador de ídolos universales. Lo que siguió fue el endiosamiento de las estrellas del rock, empezando por el incombustible Mick Jagger, que tuvo sus décadas locas, pero ya es ahora insolentemente viejo.