La violencia en Ecuador: un reflejo de las prácticas del crimen organizado transnacional
Experta en prevención de crimen organizado. Docente de la UG, con más de 5 años de expertise en prevención de crimen organizado y lavado de activos. Licenciada en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas. Máster en Seguridad.
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Cuando se habla sobre el crimen organizado transnacional (COT), la violencia no es solo una herramienta para la negociación, sino un fin en sí mismo para los grupos que operan dentro del mercado ilícito. En 2023, Ecuador rompió su récord histórico en términos de violencia, registrando una tasa de homicidios alarmante de 47.25 por cada 100.000 habitantes. Según el Observatorio Ecuatoriano de Crimen Organizado (OECO), el país reportó 8.004 muertes violentas a finales del año, el 90% de ellas cometidas con armas de fuego.
Este auge de la violencia no es exclusivo de Ecuador; es una constante a escala global. Donde quiera que el crimen organizado eche raíces, el uso extremo de la fuerza se convierte en un denominador común. Esta violencia no solo se despliega entre grupos rivales, sino también dentro de las mismas organizaciones y contra la población civil. Las negociaciones y los "ajustes de cuentas" en el crimen organizado no se resuelven con acuerdos formales, sino a través de demostraciones implacables de fuerza.
La letalidad inherente a estas dinámicas no solo hace que el crimen organizado sea extremadamente riesgoso, sino también lucrativo. En este contexto, los miembros más efectivos y valorados son aquellos capaces de realizar actos de violencia indescriptibles.
A medida que la violencia se intensifica, las organizaciones criminales se consolidan como actores clave en el control de territorios, mercados y vidas. En este sentido, la violencia se convierte en una moneda de cambio indispensable, una especie de arte en manos de quienes la manejan con mayor destreza. Si la violencia es un arte, entonces los grupos del crimen organizado son los mejores artistas.
Un ejemplo milenario de la violencia en el crimen organizado está en la práctica conocida como Yubitsume, utilizada por los Yakuzas.
Esta es una forma de automutilación de los dedos que, según el periodista Jake Adelstein, tiene profundos significados dentro de las organizaciones criminales japonesas. Los motivos para cortarse el dedo importan mucho: puede ser para expiar los propios errores o para liberar a otros del castigo, lo cual es visto como un acto noble. El proceso es deliberadamente doloroso; comienza con el meñique izquierdo y avanza por la mano. La mutilación debe hacerse con un cuchillo de sashimi y algún tipo de martillo, no con herramientas que faciliten la amputación. Así, el dolor es un componente esencial de la expiación. Esta práctica es solo un ejemplo de cómo el crimen organizado lleva el uso de la violencia a niveles ritualizados, donde la fuerza y el sufrimiento son parte de un sistema de reglas no escritas, pero profundamente interiorizadas.
El crimen organizado en Ecuador no es un fenómeno nuevo. Ha estado operando durante décadas ante nuestras narices. Los grupos nacionales, altamente especializados en una amplia gama de mercados ilícitos, consideran al narcotráfico como uno de los más lucrativos, pero está lejos de ser el único. La violencia callejera, como los asesinatos de mujeres embarazadas a manos de sicarios, no es una casualidad.
Guayaquil, que durante décadas ha sido la ciudad más violenta del país, concentró el 35,31% de los homicidios en el primer semestre de 2024, esto debido a que el puerto de Guayaquil sigue siendo el punto de salida del 50% de toda la droga que se dirige al norte global.
El caso de Durán es igualmente alarmante, con una tasa de homicidios de 145 por cada 100.000 habitantes. Aquí, la violencia no solo es el resultado de conflictos entre grupos criminales, sino también de luchas internas. Nuevas normas criminales emergen mientras los grupos buscan mantener el control a través del uso extremo de la violencia.
La violencia es una herramienta estratégica indispensable para intimidar y coaccionar a funcionarios públicos y privados. Su objetivo es controlar entidades clave, como los puertos de Guayaquil, que son esenciales para el tráfico de droga dentro y fuera del país. La amenaza o el uso de la fuerza asegura la lealtad o, al menos, la inacción de quienes ocupan posiciones clave.
Aunque el crimen organizado entiende que la violencia desmedida puede volverse contraproducente a largo plazo, afectando la maximización de sus negocios, la realidad es que no tienen otra opción. Para las mafias, como para cualquier organización criminal, recurrir al sistema legal es imposible. En su lugar, la violencia sigue siendo el método por excelencia para hacer cumplir acuerdos contractuales, mantener el control territorial y garantizar la supervivencia en el despiadado mercado ilícito. El crimen organizado en Ecuador no solo sobrevive, sino que prospera bajo este orden brutal, y la sociedad sigue siendo testigo de su desenfrenada expansión.