Columnista invitada
Grand Theft Auto: Guayaquil

Experta en prevención de crimen organizado. Docente de la UG, con más de 5 años de expertise en prevención de crimen organizado y lavado de activos. Licenciada en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas. Máster en Seguridad.
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Grand Theft Auto (GTA) nació como un videojuego de entretenimiento para los jóvenes de los 90, pero con el tiempo se convirtió en un espejo de la violencia urbana. En sus metrópolis ficticias, la lucha por la fama y el poder se entrelaza con el crimen, la corrupción, trabajadoras sexuales y la anarquía. Desde secuestrar aviones y atropellar transeúntes hasta participar en tiroteos y ejecutar misiones letales, cada entrega de GTA refleja un mundo donde la moral se desdibuja y la violencia parece ser la única moneda de cambio. La violencia es lo normal y lo esperado en el día a día y nadie hace nada para frenarlo. En Ecuador, nuestra ciudad que ejemplifica GTA sin duda es Guayaquil y esto es histórico.
Según el Observatorio Ecuatoriano de Crimen Organizado (OECO), Guayaquil concentra casi el 50% de los crímenes violentos del país, una realidad que no es casualidad. Con cuatro de los diez principales puertos del Ecuador, la ciudad se ha convertido en el epicentro del tráfico de drogas y otros mercados ilícitos, operando a través de contenedores que la conectan con redes criminales globales. Los GDOs siempre están detrás del momento de aglomeración de carga portuaria. A su vez, la provincia del Guayas es el territorio donde convergen todos los Grupos de Delincuencia Organizada (GDOs), atraídos por las cadenas de valor estratégicas que facilitan la exportación de sus actividades ilícitas vía puertos.
En los últimos días, Guayaquil ha sido testigo de una escalada de violencia que evidencia el nivel de inseguridad que enfrenta la ciudad. Desde un tiroteo en pleno centro financiero, donde un vehículo blindado de la empresa Prosegur fue atacado al salir de un banco, hasta una masacre en Socio Vivienda, en el distrito de Nueva Prosperina, que dejó 25 muertos. Paradójicamente, el asalto al vehículo de Prosegur no tuvo éxito en términos de robo de dinero, pero los atacantes lograron llevarse un arma de fuego, una laptop y un bolso, reflejando la diversificación de objetivos en los crímenes como las cadenas de valores con el sector privado para saber las horas y el día que el blindado iba a trasladarse.
Mientras tanto, la masacre en Socio Vivienda no solo evidencia una deficiente estrategia de seguridad ciudadana, sino también el proceso de atomización criminal que ha transformado el distrito de Nueva Prosperina desde 2024. Este distrito, que en su momento logró reducir los índices de homicidios y violencia, ahora enfrenta una nueva escalada delictiva. Según las autoridades policiales, Socio Vivienda es un barrio bajo la gobernanza criminal de Los Águilas, gatilleros de Los Choneros. La extorsión ha obligado a muchas familias a abandonar sus hogares, dejando casas vacías que hoy sirven de refugio para menores de edad vinculados a Grupos de Delincuencia Organizada (GDOs).
Por otro lado, Flor de Bastión, también parte del distrito de Nueva Prosperina, solía ser territorio de Los Tiguerones. Sin embargo, la fragmentación del GDO ha dado paso a la aparición de nuevas facciones, como Los Tigres Fénix y Los Tigres Igualitos, cuyos intentos por consolidar su poder han intensificado la violencia aún más que sus predecesores. La escalada criminal dentro del distrito era previsible, y se tuvo el tiempo suficiente para tomar medidas preventivas antes de la masacre del 6 de marzo. No obstante, la inacción y la falta de control territorial permitieron que el conflicto se profundizara, con consecuencias devastadoras para Guayaquil.
Si bien la Policía Nacional ha desarrollado iniciativas efectivas para la prevención temprana del crimen, la escasez de agentes sigue siendo un obstáculo crítico. Con apenas 56.000 policías a escala nacional, el despliegue de personal es insuficiente para enfrentar simultáneamente operativos de decomiso, patrullajes y programas de prevención del delito. La falta de recursos humanos como económicos no solo debilita la respuesta inmediata a la violencia, sino que también limita la capacidad del Estado para abordar las causas estructurales de la criminalidad.
Últimamente se ha instalado la idea de que 'cuando cae una figura criminal, la organización se divide y surge una nueva lucha por el liderazgo'. Sin embargo, este análisis es superficial y contribuye a la normalización de la violencia, cuando en realidad se trata de un fenómeno profundamente anómalo. La disputa por el liderazgo dentro del crimen organizado no ocurre únicamente como consecuencia de la estrategia de eliminación de cabecillas (kingpin strategy). Muchos miembros, al adquirir conocimientos y redes dentro del mundo criminal, optan por formar sus propias organizaciones con el fin de maximizar sus ganancias individuales.
Además, los grupos criminales suelen mantener pactos de paz informales, que históricamente han servido para reducir la violencia en las calles. Sin embargo, cuando un líder cae, esos acuerdos colapsan, reactivando los conflictos entre bandas y generando nuevas olas de violencia. El problema estructural de Guayaquil—y de Ecuador en general—es que nos hemos convertido en una especie de 'pequeño GTA', donde el poder adquirido a través de la violencia y corrupción se percibe como un mecanismo legítimo.
En lugar de abordar el crimen organizado como un fenómeno distinto a la delincuencia común, seguimos atrapados en una lógica reactiva, sin voluntad real de comprender y enfrentar sus causas profundas. Seguiremos atrapados en un ciclo sin fin si no estamos dispuestos a escuchar nuevas voces y considerar nuevas ideas.