El indiscreto encanto de la política
Los grandes líderes no eluden las crisis, las enfrentan
Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
Actualizada:
Los grandes líderes no eluden las crisis; las enfrentan. Es en esos momentos cuando se pone a prueba su carácter y su verdadero sentido de responsabilidad.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el ex primer ministro británico Winston Churchill fue mucho más que un estratega militar o un jefe de gobierno: fue un líder que comprendió la importancia de mostrarse visible ante un pueblo que vivía bajo la constante amenaza de bombardeos y ocupación.
Churchill caminaba entre los escombros, dialogaba con la gente en las calles, visitaba las zonas más castigadas y compartía un sentimiento de vulnerabilidad junto a su pueblo. Esa cercanía le otorgó un lugar en la historia como un líder con integridad y verdadera empatía.
Otro ejemplo es el del expresidente de Sudáfrica Nelson Mandela. Durante los años previos al fin del apartheid, Mandela comprendió que su país, agobiado por conflictos raciales y económicos, necesitaba una figura que simbolizara unidad y esperanza.
A través del diálogo, la mediación de conflictos y la reconciliación, Mandela logró la liberación de su país, y hasta hoy su nombre simboliza la resistencia pacífica y la dignidad humana.
Estos ejemplos, aunque responden a otras épocas y contextos, permiten comparar la forma en que el presidente Daniel Noboa está gestionando la multicrisis de seguridad, economía y energía que golpea a Ecuador.
Noboa ha optado por una estrategia de bajo perfil, delegando a sus ministros la difícil tarea de explicar lo inexplicable. Entre los traspiés de Inés Manzano y las bravuconadas de Arturo Félix, la confianza en la palabra del gobierno se erosiona día a día.
Entre tanto, el silencio presidencial resuena con más fuerza que cualquier declaración en medio de los apagones que azotan al país.
Quizás, si el Presidente no fuera también candidato, la situación sería distinta. La tentación de preservar el capital político y evitar el desgaste de las malas noticias es una vieja estrategia electoral.
Sin embargo, es precisamente esta visión la que revela una comprensión superficial del verdadero liderazgo político: los votantes suelen recordar cómo sus líderes afrontaron las crisis, más que cómo intentaron esquivarlas.
Ecuador necesita un líder a la altura de su historia y de su tragedia, alguien que tenga el valor de acompañar a su pueblo en la peor de las tormentas.