El indiscreto encanto de la política
El triunfo de la cautela sobre el error

Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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Los analistas coincidían en que, en la segunda vuelta presidencial, triunfaría el candidato que cometiera menos errores. La reelección de Daniel Noboa acaba de confirmarlo.
La campaña no premió virtudes. No hubo ideas nuevas ni propuestas disruptivas. Lo que sí hubo fue un progresivo desgaste de Luisa González, candidata del correísmo, que acumuló traspiés estratégicos y discursivos en momentos clave.
El punto de inflexión fue el lapsus de la asambleísta Paola Cabezas, quien habló de una “dolarización a la ecuatoriana”. La frase, más allá de su torpeza inicial, reactivó los temores históricos sobre la estabilidad monetaria y abrió un flanco de duda incluso entre votantes correístas.
El tema se agravó cuando otras figuras de su movimiento, incluido el candidato a vicepresidente y hasta el mismo Rafael Correa, dieron señales ambiguas sobre la dolarización.
A partir de ahí, la campaña de González se volvió errática. No logró capitalizar el descontento con el gobierno saliente, ni conectar con el electorado urbano e indeciso, que terminó inclinándose por la promesa –implícita más que explícita– de estabilidad representada por Noboa.
El debate presidencial no alteró el escenario. Pese a pasajes sólidos, el tono excesivamente beligerante de González, incluido el innecesario “muchacheo” al presidente, reforzó su imagen de confrontación más que de renovación.
La propuesta de incorporar “gestores de paz” fue otro error permitió a Noboa construir un relato inquietante de “comandos barriales”, evocando experiencias fallidas de Venezuela y reviviendo temores en segmentos urbanos.
A esto se sumó una ejecución de campaña desordenada. La cercanía con Leonidas Iza restó más de lo que sumó, y los audios filtrados desde su propio equipo expusieron tensiones internas y mensajes contradictorios.
Noboa, en cambio, apostó a la contención. Evitó confrontaciones innecesarias, limitó la exposición de sus figuras más cuestionadas y centró su mensaje en la continuidad de su gestión en seguridad, reforzado con símbolos de alto impacto: su reunión con Donald Trump y la incorporación del contratista militar Erik Prince.
Su condición de presidente-candidato le permitió activar recursos estatales en clave electoral: bonos dirigidos, anuncios de obras y un despliegue territorial intenso en las zonas afectadas por el temporal invernal.
En el tramo final, frente al ruido de escándalos familiares, la campaña de Noboa respondió con la exposición de figuras de alta aceptación: su madre y su esposa, que ayudaron a humanizar y equilibrar su imagen.
El voto oculto, los indecisos, los migrantes y buena parte del electorado urbano terminaron castigando la inconsistencia de una campaña correísta que nunca logró salir de su base dura.
La victoria de Noboa es, en última instancia, producto de dos dinámicas simultáneas: el respaldo entusiasta de quienes ven un positivo proyecto en marcha y el voto pragmático de quienes prefirieron el riesgo de lo conocido antes que el retorno de una fuerza política que no logró renovarse.