El indiscreto encanto de la política
Un año de gobierno: el “anti” ha sido infinito
Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
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Cuando Daniel Noboa asumió la presidencia de Ecuador en 2023, lo hizo con una promesa refrescante: superar la polarización entre correísmo y anticorreísmo.
Su discurso inaugural, breve pero contundente, estuvo marcado por una frase: “El anti tiene un techo, el pro es infinito”.
Con esas palabras, delineó la visión de un gobierno enfocado en la reconciliación nacional, una necesidad apremiante tras una campaña empañada por el resentimiento y la tragedia del asesinato de Fernando Villavicencio.
En esos siete minutos, Noboa se presentó como un líder técnico, profesional y conciliador, atributos esenciales para un gobierno de transición en un país convulsionado.
Sin embargo, con el tiempo, esa promesa se desdibujó. En lugar de construir puentes, el presidente adoptó un rumbo autoritario y divisivo, acercándose al estilo de un gobierno que él mismo había criticado.
Los primeros signos de ruptura con su discurso de unidad surgieron en los conflictos con los alcaldes de Durán, Samborondón y Guayaquil, que cuestionaron su liderazgo en seguridad.
A estos se sumaron las tensiones con la Asociación de Municipalidades del Ecuador, cuyo presidente fue acusado de “atacar al gobierno” por exigir el pago de deudas pendientes del Ejecutivo.
Noboa respondió con confrontación, no con diálogo.
Con sus adversarios políticos, Noboa ha sido intolerante. Desde el inicio de su gestión, descalificó al movimiento Construye, llamándolo 'basurita en el ojo'.
Con socialcristianos y correístas, el giro fue abrupto, pasando del “amor al odio”.
Jan Topic lo ha acusado de injerencia directa en la descalificación de su candidatura, señalando prácticas contrarias a los principios de transparencia y democracia.
Aislado políticamente, el oficialismo no tiene respaldo en la Asamblea Nacional y enfrenta solo la próxima campaña electoral.
En cuanto a la prensa, la relación ha sido ambigua. Con algunos medios y plataformas digitales, se ha suavizado gracias a la pauta publicitaria, mientras que otros han enfrentado decisiones cuestionables: el retiro de visados a periodistas críticos, el cierre de programas incómodos en medios públicos y la limitación de la publicidad oficial.
Ni siquiera el sector productivo, supuesto 'aliado natural', ha escapado a estas tensiones. En las últimas semanas, dirigentes empresariales han expresado su frustración por la falta de diálogo y acuerdos, una queja recurrente en sectores clave.
Además, parte del 'círculo rojo', incluídos analistas políticos, constitucionalistas y académicos, ha criticado duramente a Noboa por la ilegal suspensión de la vicepresidenta mediante un sumario administrativo, lo que ha provocado una distancia inesperada con el régimen.
En el ámbito internacional, la situación no es menos preocupante. La reciente Cumbre Iberoamericana de Cuenca evidenció el aislamiento de Noboa por parte de sus pares latinoamericanos, tanto de izquierda como de derecha.
El “pro infinito” que Noboa propuso como motor de su gobierno ha sido sustituido por un “anti” que él mismo alimenta.
Su promesa de un liderazgo basado en la unidad se agotó.
Hoy, Noboa compite no como el conciliador que pretendió ser, sino como el candidato del “yo contra todos”.
El costo de este giro es alto: ha traicionado su esencia y, con ella, la esperanza de un Ecuador que supere la polarización que tanto daño le ha hecho.