Esto no es político
Votar no es suficiente

Periodista. Conductora del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
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En el umbral de las elecciones del 13 de abril, donde Daniel Noboa y Luisa González compiten por la Presidencia de la República, los ciudadanos tienen un rol esencial, pues hay que recordar que la democracia no se limita a depositar un voto cada cierto tiempo. Ese es solamente uno de los actos a través del que se ejerce la democracia, pero no es el único ni es suficiente para considerar que vivimos en una.
Quien vota, se espera, lo hace pensando en que una u otra opción responde de mejor manera a sus intereses personales, familiares, económicos y, ojalá, también pensando en aquellos que están en condiciones más difíciles: las víctimas de la inseguridad, del desempleo, de la migración, de los abusos de poder.
Pero lo fundamental, más allá de la respetable opción personal de cada uno, es el ejercicio de veeduría y vigilancia constante que deben hacer los ciudadanos, las organizaciones de la sociedad civil, los gremios y la prensa, de quienes se esperaría, actúen como constantes contrapesos del poder.
La crítica ciudadana es esencial para evitar la concentración de autoridad y garantizar que los gobernantes rindan cuentas de sus acciones, independientemente del nombre de quien ocupe el sillón de Carondelet. Ha sido doloroso, debo confesar, ver cómo muchos periodistas, radiodifusores, empresarios, políticos y ciudadanos que antes criticaron —con toda razón y legitimidad—, abusos inaceptables en una democracia, hoy se han convertido en aplaudidores de quien abusa desde lo más alto del poder político.
Y los datos así lo avalan. El Latinobarómetro de 2024 dice que la mitad de los ecuatorianos (54%) están de acuerdo con que el Presidente pase por encima de las leyes, Parlamento y/o instituciones “con el objeto de resolver los problemas”, es decir, cuando quien lo hace caiga bien.
Tildan de enemigo, de narco, de opositor, a todo aquel que se atreve a señalar un acto abusivo, injusto, opaco, inconstitucional o violento. Y eso nos recuerda a que aún vivimos en un país de nombres: si quien comete un acto reprochable es el que a unos agrada, con cuya tendencia se sienten más identificados, entonces cierran los ojos y, mientras hacen malabares retóricos para justificarlos, aplauden, lanzan loas, sonríen con complicidad.
Cuando un periodista, un ciudadano o un opositor cuestiona, no es un enemigo, es una persona que está ejerciendo sus derechos democráticos. Y quien se sienta en Carondelet debe tener la capacidad de entenderlo.
En una democracia más sólida, la educación debería incentivar el pensamiento crítico. Lastimosamente, en un contexto de polarización, eso es algo que se castiga. Si te atreves a cuestionar, el poder del estado puede ser usado en tu contra. ¿Y qué ciudadano común puede hacerle contrapeso a un estado?
Parece que para algunos, la democracia es un bonito poema; lindo para recitarlo pero indigno de ser aplicado en el ejercicio de su poder. Si, como ciudadanos, esperamos garantías mínimas; poder expresarse libremente, poder circular sin que nuestras vidas sean cegadas; contar con una justicia independiente; tener autoridades probas, tenemos que hacer nuestra parte. Y eso pasa por incomodar e incomodarse.
Incomodar al poder que espera solo aplausos y loas. Incomodar a los fanáticos que atacan con violencia cuando cuestionan a sus líderes. Incomodarse a sí mismo al cuestionarnos sobre los sesgos y prejuicios personales. Incomodar a la audiencia planteando voces plurales capaces de disentir entre sí.
Y nada de eso significa un odio personal. Al contrario, es un compromiso activo con la transparencia y el fortalecimiento de la democracia.
Del otro lado, los gobernantes, tienen la obligación de entender que están sometidos al escrutinio, al cuestionamiento, a la duda; que tienen un marco legal y constitucional que cumplir, que tienen cuentas que rendir. Quien gobierna un país debe tener la madurez emocional suficiente para entender que las voces críticas no son ni una amenaza ni un acto de enemistad personal.
Cuando esa es la mirada desde el poder, el peligro es inminente porque las voces disidentes empiezan a ser silenciadas, sometidas, compradas o perseguidas. Si un gobernante no tiene la capacidad de escuchar a los detractores o de dialogar con los más duros críticos, le falta porte para ocupar un cargo tan importante como la Presidencia de la República.
Es cierto que en una época de post verdad, es difícil distinguir el rol de la crítica legítima con el de las acusaciones falsas o la compra de voces para destruir a rivales. Esas prácticas también deberían ser desechadas por los ciudadanos que creen en la democracia.
¿Ven que votar no es suficiente?
En democracia hay que involucrarse. Hay que informarse sobre el rol que cumplen las instituciones; hay que exigir que operen con independencia las unas de las otras. Vigilar, por ejemplo, que el Consejo Nacional Electoral sea un árbitro justo, capaz de garantizar los resultados del voto ciudadano, es una obligación ciudadana.
Eso pasa por sancionar lo que debe sancionar. ¿Lo ha hecho?
Las mismas dudas podríamos plantear sobre otras instituciones del Estado que, a pulso, se han ganado la desconfianza ciudadana. Según datos del Latinobarómetro de 2024, en Ecuador, apenas el 18% confía en el poder judicial y la misma cifra se aplica al Parlamento; 20% confía en la institución electoral y 13% en los partidos políticos.
Con más razón se requiere de una ciudadanía crítica e inconforme, capaz de hacer un escrutinio permanente al poder, independientemente de quien lo ocupe. El domingo, después de votar, empieza la tarea para el nuevo período: vigilar, cuestionar, exigir, pues si queremos tener una democracia, hay que ejercerla.