Esto no es político
La verdadera amenaza
Periodista. Conductora del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
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Para cuando usted lea estas líneas, Cynthia Gellibert será la presidenta de la República, en un hecho sin precedentes y sin ningún sustento legal ni constitucional. Nombrada a dedo por Daniel Noboa, a través de un decreto ejecutivo, Gellibert estará a cargo del país por tres días.
Casi tan insólito como el nombramiento es el argumento para hacerlo: el presidente dice que “por fuerza mayor” debe encargar la presidencia a Gellibert, en medio de una confusa y sesgada argumentación sobre los motivos que alude para no entregársela a Abad.
¿Cuál es la fuerza mayor? Ninguna. El capricho presidencial de negarse a encargar la presidencia a Verónica Abad, a quien eligió como segunda mandataria. Mientras, en el camino, se la acusa de golpista, conspiracionista, enemiga y todo epíteto que pueda justificar, ante las masas, el incumplimiento de la norma.
Y es importante aclarar algo: que Abad nos guste o nos disguste es indistinto. Se pueden hacer malabares retóricos para justificar todos los actos abusivos —por decir lo menos— que se han ejecutado en su contra. De hecho, los cachiporreros del gobierno así lo hacen. Sin embargo, Abad sí, a diferencia de Gellibert, fue elegida por los ciudadanos en el mismo proceso democrático en que fue elegido Noboa.
Un país que, olvidándose de toda norma, termina por aceptar que el mandatario acomode la ley y la Constitución al tamaño de sus caprichos e intereses, está en gravísimo riesgo de perder lo más valioso que tiene: la democracia.
Si los ciudadanos no son capaces de defender la Constitución en cualquier circunstancia y, de a poquito, van cerrando los ojos cada vez que esta es pisoteada y violentada, no deben sorprenderse cuando las reglas mínimas de la democracia ya no existan; cuando una mañana, amanezcamos y ya no haya periodistas y medios críticos porque fueron exiliados o censurados; opositores cuestionando porque fueron destruidos; ciudadanos manifestándose, porque fueron reprimidos; instituciones que hagan contrapeso porque fueron cooptadas; y elecciones transparentes porque fueron manipuladas.
La defensa no es a Verónica Abad. No es a Alondra Santiago. No es a Los Irreverentes. No es a Jan Topic, a Andrea Arrobo o a Gabriela Goldbaum. La defensa es al respeto de las instituciones; a la libertad de expresión y de prensa; al juego político limpio, a la independencia de poderes, al escrutinio al personaje público.
Si los políticos, los medios de comunicación, los analistas o los ciudadanos de a pie justifican o minimizan los abusos porque quien los perpetra les cae bien o porque es enemigo del que les cae mal, que se preparen para cuando la luna de miel se les acabe y los aplausos les regresen como un búmeran que explota en su cara.
El poder es para ejercerlo honrando los valores democráticos, aceptando a los detractores como parte del juego, entendiendo que el enorme privilegio de servir a un país viene con una aceptación implícita de ser cuestionado, criticado y hasta parodiado; dignificando el ejercicio con absoluto respeto a la ley y la Constitución, incluso cuando hacerlo resulte inconveniente para sus intereses personales o políticos.
Las dictaduras no se perpetran necesariamente de un día al otro; se van construyendo también con pequeñas acciones que pueden parecer menores, como negarse a encargar la Presidencia a la Vicepresidenta constitucionalmente elegida, para hacer campaña, por ejemplo.
Y es realmente penoso ver cómo voces que en otro momento se alzaron para denunciar abusos, hoy se han acomodado a la narrativa oficial. Ojalá que cuando esas voces sean directamente afectadas —porque tarde o temprano van a serlo— y pretendan, ahí sí, denunciar, quejarse o cuestionar, todavía haya una democracia en la que puedan hacerlo.