Esto no es político
Breves lecciones postelectorales
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Periodista. Conductora del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
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Menos de 48 horas después del cierre de urnas de las elecciones presidenciales del domingo, el candidato presidente apareció para hacer una serie de acusaciones, sin mostrar una sola prueba. Lo hizo ante dos radiodifusores que se han dedicado a aplaudir su gestión desde su medio y que, por supuesto, no hicieron ni media repregunta ante la gravedad de los señalamientos del mandatario que aspira a reelegirse.
Que hay votantes que recibieron amenazas de grupos armados para que voten “por la candidata que los representa” —más adelante menciona directamente a la Revolución Ciudadana—, inició diciendo en la entrevista, que más que un ejercicio de transparencia desde el poder hacia los mandantes parecía un acto de propaganda política. ¿Qué amenazas, qué pruebas puede entregar, existe una denuncia formal en la Fiscalía, por qué dice que su rival los representa?
Que además, se detuvo a un “objetivo de alto valor” —a pesar de que la Policía Nacional lo considera de “intermedio valor”— y que está relacionado con miembros de la Revolución Ciudadana. ¿Qué tipo de relación, con qué miembros? Atribuye, además, el pico histórico de violencia de enero —un asesinato cada hora— a que es el mes en que “más delincuentes fueron soltados”. Tantas preguntas que un periodista debería haber hecho en lugar de sonreír y asentir.
Que la primera intervención del candidato presidente sea una en la que lanza acusaciones sin sustento, se muestra arrogante, distante y no apela al votante que necesita para ganar la segunda vuelta, es concordante con la actitud que tuvo el domingo. Tras la difusión del exit poll, la tarima preparada para la celebración anticipada del oficialismo, representado en ADN, no sirvió de nada. Ni Daniel Noboa ni sus candidatos a la Asamblea Nacional salieron a dar declaraciones a la prensa —que esperó durante más de seis horas— ni a su militancia.
Cuando Noboa tuvo opción de dar la cara, eligió, nuevamente, el silencio. Tendrían que pasar toda la noche y madrugada, hasta las ocho de la mañana, para que hiciera un escueto pronunciamiento en X. De su cara, nada.
La reaparición fue con la exposición que hizo frente a los periodistas que lo aplauden. Dijo que ganó esta primera vuelta —la diferencia, hasta el mediodía del 11 de febrero, es de 0.23%, es decir 23.000 votos aproximadamente —menos de lo que obtuvieron, hasta ese corte, candidatos como Carlos Rabascall, Juan Cueva, Iván Saquiecela o Enríque Gómez—, que tiene el bloque mayoritario en la Asamblea, a pesar de que su organización tiene menos de nueve meses.
Eso aún está en duda: la Revolución Ciudadana y ADN tendrían 66 y 67 asambleístas cada uno, dependiendo de quién gane una curul que aún está en disputa. Eso hace que por primera vez desde el regreso a la democracia, el Legislativo será prácticamente bipartidista y que gane quien gane, se necesitarán acuerdos para los que los nueve asambleístas de Pachakutik, seis del Partido Social Cristiano y Aliados, cuatro de organizaciones locales y uno de Construye, serán clave.
Además, Noboa habló de “irregularidades” en las elecciones que incluso, dijo “no cuadraban con el conteo rápido de la OEA”, lo que la organización desmintió inmediatamente.
Casi al final de la entrevista —si es que se puede llamar así ese ejercicio comunicacional—, el Presidente cuestionó que Verónica Abad no hubiera mostrado la papeleta para ver por quién votó. Suena a una broma cruel. ¿En serio Noboa puede esperar que la mujer a la que ha acorralado durante más de un año vote por él?
Esta primera puesta en escena, con las acusaciones y las ofertas que hace Noboa contrasta con lo que ha hecho Luisa González, desde la tarde del domingo, cuando ha procurado posicionarse como una vencedora —a pesar de que las cifras la ponen por debajo suyo—. Nerviosa ante las cámaras, como suele estar, salió a la sede de la RC, se dirigió a la militancia y respondió a la prensa. Probablemente sabe que no la tiene fácil. Aunque ha superado con diez puntos la votación de las últimas dos elecciones —tanto la de Andrés Arauz en 2017 como la de sí misma en 2021— queda poco espacio para arrancar votos y carga aún un fardo pesado: Rafael Correa. Para bien — es, en gran medida, el responsable del voto duro— y, para mal, por todos los cuestionamientos que pesan sobre él y su gobierno.
Lo irónico es que mucho de aquello que se le puede reprochar al correísmo —casos de corrupción, falta de independencia en las funciones del estado, irrespeto a la libertad de expresión— también se puede reprochar al período de Noboa. El retiro de la visa una periodista, el cierre de un programa de televisión incómodo al gobierno, la sospechosa eliminación de Jan Topic —rival potente de Noboa— de los comicios, el irrespeto a la norma para evitar pedir licencia durante la campaña electoral, el nombramiento por decreto de una vicepresidenta, el caso Olón.
No se puede dejar de mencionar los resultados de Leonidas Iza, que hizo una campaña amigable, amable, sin atacar, alejándose del discurso más extremista que posicionó durante los paros de 2019 y 2022 y que permitieron que ciertos sectores lo tildaron de “terrorista”. Su votación superó la de los 13 candidatos juntos, abriendo una ventana para una población que sí busca espacios de discusión y ejercicio político lejos de la polarización
Ahora quedan casi dos meses antes de la segunda vuelta y en un país convulsionado mucho puede pasar, en medio de un conflicto de narrativas en las que Daniel Noboa tendrá que enfrentarse a la decisión de seguir ocupando el sillón de Carondelet mientras es candidato o de respetar la Constitución y encargarlo —¿a quién?— a la Vicepresidenta — ¿a cuál, Abad o Gellibert?—, mientras González tiene el enorme desafío de quitarse los pesos que no le permiten crecer.
En la mitad, está una población ávida de respuestas en un país que se desangra y en el que cuesta tener esperanza.